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Laudes I oración de la mañana I jueves 4 febrero 2021

IV semana del tiempo Ordinario.

Escucha la oración de la mañana haciendo clic en el video   

Laudes

¡Señor, abre mis labios!

R/: ¡Y mi boca proclamará tu alabanza!

Salmo 66:

Que todos los pueblos alaben al señor

¡Entrad en la presencia del Señor con vítores!

El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros;

conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.

R/: ¡Entrad en la presencia del Señor con vítores!

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

R/: ¡Entrad en la presencia del Señor con vítores!

Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia,

riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra.

R/: ¡Entrad en la presencia del Señor con vítores!

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

R/: ¡Entrad en la presencia del Señor con vítores!

La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor, nuestro Dios.

Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe.

R/: ¡Entrad en la presencia del Señor con vítores!

¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!

¡Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos!, ¡Amén!

¡Entrad en la presencia del Señor con vítores!

Himno:

¡Nacidos de la luz!, ¡hijos del día! Vamos hacia el Señor de la mañana;

su claridad disipa nuestras sombras y llena el corazón de regocijo.

Que nuestro Dios, el Padre de la gloria, limpie la oscuridad de nuestros ojos

y nos revele, al fin, cuál es la herencia que nos legó en el Hijo Primogénito.

¡Honor y gloria a Dios, Padre celeste, por medio de su Hijo Jesucristo,

y el don de toda luz, el Santo Espíritu, que vive por los siglos de los siglos! Amén.

Salmodia:

¡En la mañana, Señor, hazme escuchar tu gracia!

Salmo 142, versículos 1 al 11.

Señor, escucha mi oración; tú que eres fiel, atiende a mi súplica; tú que eres justo, escúchame.

No llames a juicio a tu siervo, pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.

El enemigo me persigue a muerte, empuja mi vida al sepulcro,

me confina a las tinieblas como a los muertos ya olvidados.

Mi aliento desfallece, mi corazón dentro de mí está yerto.

Recuerdo los tiempos antiguos, medito todas tus acciones,

considero las obras de tus manos y extiendo mis brazos hacia ti:

tengo sed de ti como tierra reseca.

Escúchame en seguida, Señor, que me falta el aliento.

No me escondas tu rostro, igual que a los que bajan a la fosa.

En la mañana hazme escuchar tu gracia, ya que confío en ti.

Indícame el camino que he de seguir, pues levanto mi alma a ti.

Líbrame del enemigo, Señor, que me refugio en ti.

Enséñame a cumplir tu voluntad, ya que tú eres mi Dios.

Tu espíritu, que es bueno, me guíe por tierra llana.

Por tu nombre, Señor, consérvame vivo; por tu clemencia, sácame de la angustia.

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

R/: ¡Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos!, ¡Amén!

¡En la mañana, Señor, hazme escuchar tu gracia!

Cántico:

Isaías, capítulo 66, versículos 10 al 14 a.

¡El Señor hará derivar hacia Jerusalén, como un río, la paz!

Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis,

alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto;

mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos,

y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes.

Porque así dice el Señor: «Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz,

como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones”

Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán;

como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados.

Al verlo, se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos florecerán como un prado.

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

R/: ¡Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos!, ¡Amén!

¡El Señor hará derivar hacia Jerusalén, como un río, la paz!

¡Nuestro Dios merece una alabanza armoniosa!

Salmo 146:

Alabad al Señor, que la música es buena; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.

El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel;

él sana los corazones destrozados, venda sus heridas.

Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre.

Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida.

El Señor sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados.

Entonad la acción de gracias al Señor, tocad la cítara para nuestro Dios,

que cubre el cielo de nubes, preparando la lluvia para la tierra.

Que hace brotar hierba en los montes, para los que sirven al hombre;

que da su alimento al ganado y a las crías de cuervo que graznan.

No aprecia el vigor de los caballos, no estima los jarretes del hombre:

el Señor aprecia a sus fieles, que confían en su misericordia.

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

R/: ¡Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos!, ¡Amén!

¡Nuestro Dios merece una alabanza armoniosa!

Lectura breve:

Romanos, capítulo 8, versículos 18 al 21.

Los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá.

Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios;

ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió;

pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Responsorio breve:

Velando medito en ti, Señor.

Velando medito en ti, Señor.

Porque fuiste mi auxilio.

Medito en ti, Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Velando medito en ti, Señor.

Cántico evangélico:

¡Anuncia a tu pueblo, Señor, la salvación, y perdónanos nuestros pecados!

Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo,

Suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo,

Según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian;

Realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza,

Y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,

Le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos,

Anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto,

Para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

R/: ¡Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos!, ¡Amén!

¡Anuncia a tu pueblo, Señor, la salvación, y perdónanos nuestros pecados!

Preces:

Invoquemos a Dios, de quien viene la salvación para su pueblo, diciendo:

¡Escúchanos, Señor!

Bendito seas, Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que, en tu gran misericordia, nos has hecho nacer de nuevo para una esperanza viva,

por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos.

Tú que en Cristo renovaste al hombre, creado a imagen tuya,

haz que seamos imagen de tu Hijo.

Derrama en nuestros corazones, lastimados por el odio y la envidia,

tu Espíritu de amor.

Concede hoy trabajo a quienes lo buscan, pan a los hambrientos, alegría a los tristes,

a todos la gracia y la salvación.

Por Jesús hemos sido hechos hijos de Dios; por esto, nos atrevemos a decir:

Padre nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu nombre,

Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden,

No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. ¡Amén!

Oración:

Concédenos, Señor, que nos sea siempre anunciada la Salvación para que libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, te sirvamos fielmente con santidad y justicia, todos nuestros días.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Salve, Reina de los cielos y Señora de los ángeles;

Salve raíz, salve puerta, que dio paso a nuestra luz.

Alégrate, Virgen gloriosa, entre todas la más;

Salve, agraciada doncella, ruega a Cristo por nosotros.

¡El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna!,

R/: ¡Amén!

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