El dolor, escuela de crecimiento
Por: Nidia María Vargas Rendón
“Si eres valiente, cíñete los lomos: te voy a preguntar y tú me instruirás” Job 3-38
¿Qué se puede hacer ante un gran dolor que hace doblegar las rodillas, constreñir el alma e invitar a comprender que más allá de lo que se siente, debe haber algo profundo de lo que se debe uno asir con fuerza, porque nada de este mundo es capaz de aliviar esa angustia?… ¿En qué punto de apoyo sostenerse para no caer en la tentación de la desesperanza, el desasosiego, la incredulidad, la soberbia, la apatía con la vida y la falta de fe?
Los dolores que sobrepasan las fuerzas humanas, para los cuales no hay medicamentos químicos, ni alternativos, ni terapias, aquellos que no se pueden describir porque traspasan la piel y el alma, sólo se pueden asumir cuando se siente la presencia, casi tangible de Dios. Ese “Si eres valiente- cíñete los lomos” que le dijo a Job, es un eco, cuando uno se da cuenta que no hay otra opción, distinta a asumir, enfrentar, dar la cara, seguir caminando, aunque el llanto haga quebrantar el cuerpo, frente a situaciones adversas, que se pensaba, les suceden solo a otros.
Desde ese “si eres valiente-cíñete los lomos: te voy a preguntar, tú me instruirás” llegan los interrogantes, más o menos así: ¿Vas a llorar toda la vida?… ¿Qué ganas con buscar culpables?… ¿Crees que ese ser que tanto amas y extrañas te gustaría verte así?… ¿Crees que eres la única persona de esta tierra que ha pasado por esta situación?… ¿Cómo vas a vivir tu vida de ahora en adelante?… ¿Qué va a pasar con los otros seres que te aman si sigues sumido en tu tristeza?… ¿Acaso dudas que el hombre es un ser creado para la eternidad?…
Muchas más preguntas se van desencadenando y poco a poco se da uno cuenta que está en un proceso de intenso aprendizaje y que, ese dolor, es un medio a través del cual, Dios envía un mensaje: “él quiere que estés cada día más cerca de él”.
Cuando se logra entender que Dios nos quiere cerca de él, empieza a surgir una serenidad, a la cual es imposible renunciar.
Hay que colocarse siempre en las manos de Dios, aun cuando resurja la tentación, ella sigue latente, pero es ahí, donde repitiendo como en un rosario: “creo, pero aumenta mi fe” o “Señor ten misericordia de mí” o “Señor te amo, eres mi fortaleza” … Se siente de nuevo esa compañía sempiterna y la confianza infinita en la Voluntad Divina, en lo que él decida; porque también hay que aprender a decirle como lo hizo San Agustín “Señor dame lo que me pides y pídeme lo que quieres”. Si el Señor, nos pide valentía en los momentos más difíciles, es porque él está dispuesto a dárnosla, con la infinita generosidad, propia de su amor.