El silencio más elocuente
Por: Nidia María Vargas Rendón
“Mas voy a Oriente y no está, a occidente y no lo encuentro, lo busco al norte y no aparece, en el sur se esconde y no lo veo. Pero él conoce mi conducta, si me prueba, saldré como el oro” Job 23, 8
La fe es una conquista diaria, debes pedirla a Dios, él te la obsequia por su gracia, tú la debes alimentar todos los días, no es magia, es un proceso que implica, que aún en los momentos de desaliento, desazón y angustia, cuando pareciera que no hay nadie, que no escucha, o se ha alejado, se hace necesario para tu bienestar espiritual, que tomes conciencia de su presencia; desde ese divino y laborioso silencio, se puede sentir la grandeza de su amor, él se comunica a través de todas sus bondades, en los asuntos más sencillos, pequeños, cotidianos y elementales.
Esos momentos de intranquilidad se pueden sentir lentos, pesados, letárgicos, bochornosos, incomprensibles, pueden ser muy cortos, durar algunos segundos o minutos, tal vez unos cuantos días, o de mayor persistencia. Parecería que Dios no está, que no escucha, no atiende las súplicas, como si hubiese enmudecido. En sus silencios él sigue esperando una respuesta, un sí que te debe seguir comprometiendo, día a día, en las luchas internas contigo mismo, para acercarte más a él. Está cuidando tus pasos, acompañando tus acciones, contemplando lo que haces, porque él también confía en ti. Se pudiese pensar en esos momentos, que Nuestro Padre se ha olvidado, porque nada pasa, nada sucede, pero es absolutamente falso, él está siempre contigo, atento a todo lo que haces y dices.
