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Domingo de Ramos (Pasión del Señor)

 ¿Cuánto vale el amor?

Por: Anwar Tapias Lakatt

Uno de los textos más conocidos del mundo entero es Jn 3, 16, donde se nos habla del amor de Dios mostrado al enviar a su Hijo para salvar al mundo. Y es que toda la vida de Jesús fue un salvar a cada persona que se encontraba, salvarla de sus miedos, de sus pecados, de sus apegos, pero era necesario que salvara al mundo entero, y para eso debía morir por el mundo entero como enseña San Juan:

«Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.» (1 Jn 2, 2)

Y como víctima sufrió una muerte atroz y cruel en una cruz, que era la peor forma de morir, algo que sólo cabe en el misterio de Dios, y que no fue simplemente el azar de las circunstancias, como explica el Catecismo en el numeral 599. Conocer más por lo que pasó el Señor, nos permitirá valorar su infinito amor al morir por nosotros.

Vive la transmisión de la Pasión de Señor con enlace desde el Vaticano, y los comentarios especiales del Padre Carlos Yepes.

El Señor Jesús es apresado el jueves bien tarde en la noche, su cena con los apóstoles fue su última comida y bebida (Lc 22, 18), hasta que le empapan vinagre con una caña cuando está crucificado (Jn 19, 29). Desde que inicia su suplicio en el interrogatorio con Anás, recibiendo su primer golpe   en la cara (Jn 18, 22), empieza una cadena de maltratos, como los escupitajos en la cara y golpes que le dan delante del Sanedrín (Mt 26, 67). Luego en la mañana del viernes, sin haber dormido, es presentado a Pilatos, quien, al evaluar el caso, lo hace ir donde Herodes (Lc 23, 7).

Jesús debió pasar 6 veces por la escalera santa (como se conoce hoy), 28 escalones que debió caminar en los trayectos a Pilatos, a Herodes, a ser azotado, y luego camino al Gólgota. Esto debió agotar su cuerpo, sumado al sol del día. Como si fuera poco, fue flagelado, algo que los judíos hacían con 40 azotes (2 Cor 11, 24), pero que, al ser azotado por los romanos, no había restricción. Al azotado lo amarraban a una columna y descargaban los golpes con un flagelum, arma que tenía unas terminaciones en acero, capaces de desprender la piel. La Sabana Santa deja evidencia de entre 80 y 120 marcas de azotes.

Luego de azotado, le colocan una corona de espinas (Mt 27, 29), que contrario a lo que se imagina, debió ser un casquete que le cubriera toda la cabeza. En la Sabana Santa también se evidenciaron perforaciones que dieron origen a marcas de sangre. Las espinas debían medir entre 10 y 12 cm. Sus puntas debieron penetrar en la cabeza de Nuestro Señor, deteriorando sus nervios, produciendo un dolor insoportable. En estas condiciones ya vamos comprendiendo lo que nos narraba Isaías:

«Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado.» (Is 53, 3-4)

Nuestro Señor iba llevando el peso de los pecados de la humanidad, soportando nuestras faltas. Ya desde el monte de los Olivos, se evidencia el trastorno de ansiedad, producto del ataque de pánico que sufre, que algunos médicos han logrado identificar en los síntomas de tristeza, tensión nerviosa y ansiedad (Mc 14, 33); la agitación al respirar (Lc 22, 44), y en el gran detalle del sudor de sangre (Lc 22, 44), que narra San Lucas como buen médico, situación que se da por la ruptura de los vasos capilares de las glándulas sudoríparas de la piel. Así de fuerte debió ser el momento en el Getsemaní, donde el Señor Jesús pide que se haga la voluntad del Padre.

Debió caminar unos 500 metros al Gólgota, cargando el patíbulo de la cruz (Jn 19, 17), tan débil estaba ya, que debió ser ayudado por Simón de Cirene (Mc 15, 21). Cuando llegan al Gólgota, luego de haber caído tres veces, y lastimarse más el cuerpo, deshidratado ya, es clavado a la Cruz. La Sabana Santa deja evidencia de las marcas en sus manos, exactamente en sus muñecas, por donde debieron pasar esos grandes clavos. Si todo el dolor no ha sido suficiente, ahora crucificado tendrá la dificultad para respirar. Todo esto, lleva a los médicos a proponer que Jesús debió morir por una “fibrilación ventricular (alteración del ritmo cardiaco), provocada por el estado de anoxia (falta de oxígeno en los tejidos), generado por la pobre ventilación pulmonar, debido al mecanismo de la crucifixión, el estrés psíquico, al shock hipovolémico y al shock neurálgico, en un terreno debilitado por 17 horas de suplicio.”

Fue una muerte rápida pero dolorosa, tanto que no le tienen que quebrar las piernas, sino que le atraviesan el costado (Jn 19, 34). En la Cruz, Cristo dio su último aliento, aun ese aliento, era un aliento de amor por una humanidad que estaba perdida en el pecado. Cuando nos pregunten, cuánto vale el amor, ya sabremos que costó la sangre de Jesucristo, nuestro Salvador.