Renace la esperanza
Por: Diana Catalina Muñetones
«Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe”
1 Corintios 15,14
¡¡¡Jesucrito ha resucitado, verdaderamente ha resucitado. Aleluya!!! Es un canto que hacemos con ahínco y júbilo el día en que como dice el pregón pascual: muerto el que es la vida, triunfante se levanta. Ese día, la luz vuelve a brillar con fuerza, y desde el cielo se escuchan cantos de gloria porque una vez mas, el Dios de la vida ha vencido la muerte, y con ella toda imposibilidad.
Sin embargo, hay una pregunta latente detrás de esta gran celebración: ¿es la resurrección un acontecimiento externo a nuestra realidad? o por el contrario, ¿Hemos también salido de nuestros propios sepulcros[1] y nacido a una nueva vida en Cristo Jesús?; ¿Seguimos siendo espectadores de celebraciones litúrgicas, o llevamos en nosotros el sello de que Jesucristo ha hecho paso por nuestra vida, llevándose la tristeza y regalándonos alegría?
Vive la transmisión de la Santa Misa en el domingo de Resurrección con enlace del Vaticano, y los comentarios especiales del Padre Carlos Yepes.
Responder a estas cuestiones es una tarea que implica entrar en sí mismo tal y como lo hizo el hijo prodigo (Lucas 15,17), y discernir a la luz del Espíritu Santo qué hemos dejado hacer a Dios en nuestras vidas, y qué nos falta aún por entregarle, porque si de algo debemos estar seguros, es de aquello que el mismo Jesucristo nos dice a través de su Palabra: “Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ezequiel 33,11), “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10,10); y que la fe más que un sentimiento, es la decidida decisión de responder a tan infinito amor y a tan gran misericordia que Dios padre tiene para con nosotros sus hijos.
En otras palabras, la invitación predominante en este tiempo santo, es a hacer de la resurrección de Jesús, nuestra propia resurrección; la posibilidad de levantarnos de nuevo, ponernos en camino y avanzar hacia una vida en libertad y esperanza porque el hijo de hombre se ha entregado para la salvación de todos nosotros, ha soportado el castigo que a nosotros nos trae la paz, y en sus heridas hemos sido sanados. (Isaías 53, 5)
La resurrección “Es el contagio de la esperanza: «¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!». No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas. No, no es eso la resurrección de Cristo, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no “pasa por encima” del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios.» (Papa Francisco, 12 de abril 2020)
Pero…¿por dónde empezar?, ¿Cuál es el primer paso para poder experimentar la resurrección en mi propia historia?
En primer lugar, es necesario reconocer que morir con Cristo y resucitar también con él, es un proceso que implica tiempo y renuncias paulatinas; que el cambio no se da de un día para otro, sino que es en la perseverancia donde veremos las promesas cumplidas (Hebreos 6,15) y los frutos alcanzados.
En segundo lugar, está identificar cuál o cuáles son nuestros Egiptos o esclavitudes, qué es aquello que aún no nos deja vivir en la libertad de hijo de Dios, y si es posible, ponerle nombre a ese pecado o esclavitud, en tanto solo lo que es asumido y nombrado, puede ser redimido o transformado.
En un tercer momento, está el entregarle al Señor en oración y bajo la gracia de los sacramentos, ese pecado o esa esclavitud para que él pueda transformarlo en gracia y bendición. “Aunque sus pecados sean como el rojo más vivo, yo los dejaré blancos como la nieve; aunque sean como tela teñida de púrpura, yo los dejaré blancos como la lana” (Isaías 1,18)
Finalmente, es fundamental escuchar su Palabra con frecuencia y en actitud de apertura, porque es precisamente su voz la que viene a sanar nuestros corazones rotos, y a vendar nuestras heridas (Salmo 143,6); y no solo eso, sino que, como María, en un acto de fe y profunda obediencia, ir respondiendo a los llamados que él mismo nos hace, porque un paso de obediencia, siempre será un paso de bendición.
No es fácil pero sí posible, y este es el día que hizo el Señor para que empecemos de nuevo, volvamos la mirada a él, y dejemos que su poder transforme nuestro lamento en baile (Salmo 30,11), enjugue nuestras lágrimas (Apocalipsis 21,4), y transforme nuestros corazones de piedra en unos de carne (Ezequiel 11,19) capaces de dar la vida en amor y servicio como él lo hizo.
[1] Cuando hablamos de sepulcros desde una lectura de fe, estamos haciendo referencia a aquello que nos embarga en la oscuridad, la desesperanza, la soledad; eso que nos aleja de la verdadera luz que es Jesucristo y nos sumerge en una condición de muerte interior en relación a lo que Dios quiere para nuestras vidas.