Nuestra Señora, la Virgen del Carmen
«Gran conductora de nuestra vida»»
La fiesta de Nuestra Señora del Carmen es una devoción que nace en el corazón del monte Carmelo, es la más antigua y tradicional de las advocaciones marianas; se remonta, según nos dice el Libro de los reyes, al siglo noveno antes de Cristo, con uno de los profetas más emblemáticos y más queridos del Antiguo Testamento, el profeta Elías.
La sagrada escritura nos menciona que el monte Carmelo, ubicado junto al mar en Tierra Santa, fue testigo de un gran prodigio, el texto nos dice que aproximadamente 800 años antes de Cristo, el rey Ajab se casó con Jetzabel, una mala mujer que daba culto al dios Baal, refiriendo las seducciones de Jetzabel, el rey rechazo a todos los profetas y comenzó a alejarse de ellos; él, su esposa y el pueblo comenzaron a adorar a los ídolos de Baal, rompiendo la alianza con el verdadero Dios, entonces Elías recibió el don de profecía; valientemente se enfrentó a Ajab y Jetzabel, y les anunció que, por sus acciones, el pueblo sufriría una terrible sequía; amenazado de muerte tuvo que huir al desierto, ahí, Dios lo alimentó mediante un cuervo que le llevaba pan y carne todos los días, mientras tanto, por la falta de lluvia, el pueblo padecía sed y hambre; después de un tiempo Dios le pidió que regresara ante el rey e hiciera que él y los 450 profetas de Baal se reunieran en el monte Carmelo, ahí se vería quién era el verdadero Dios.
Los adoradores de Baal colocaron un novillo en un altar sobre leña y lo mismo hizo Elías, pero ninguno debería prender fuego, sino invocar a su dios para que él consumiera la ofrenda; el primer turno fue para los sacerdotes de Baal, pero no sucedió nada, pese a sus largos ruegos; cuando tocó el turno a Elías, tan pronto invocó al Dios de Israel, descendió fuego del cielo y consumió la ofrenda, al ver esto, todo el pueblo cayó con el rostro en tierra y dijo: “el Señor es Dios”.
El pueblo acabó con los falsos profetas y Elías anunció el fin de la sequía, subió al Carmelo y desde ahí vio que una pequeña nube se elevaba desde el mar; la nube iba creciendo poco a poco hasta convertirse en una lluvia generosa. Desde entonces el monte Carmelo se convirtió en un lugar sagrado, años después de la resurrección de Cristo, en el siglo XII, algunas personas llegaron al lugar para vivir en soledad, penitencia y oración; inicialmente habitaron en forma individual en cuevas, pero después formaron una comunidad a la que por el monte se les llamó los Carmelitas, lamentablemente la invasión violenta de los musulmanes hizo que huyeran a Europa.
Aparición de nuestra Señora del Carmen a san Simón Stock
El 16 de julio de 1251 la Virgen se le apareció al carmelita san Simón Stock y le prometió que quienes utilizarán el escapulario recibirían su protección, ayuda en sus necesidades y la liberación de las penas del purgatorio.
Con esto, desde el Antiguo Testamento viajamos en el tiempo y llegamos al Medioevo; donde un hombre simple y sencillo, pero enamorado, precisamente de la Virgen del Monte Carmelo, trae esta devoción a Europa. Lo conocemos como san Simón Stock, santo de la Iglesia y, también, el santo del escapulario; aquella sencilla insignia mariana, que, marcaría toda la historia de la piedad mariana en el Medioevo.
San Simón Stock fue un general de la orden en el siglo III, lleva el nombre de Stock porque él habitaba en un tronco, allí dormía y hacia oración profunda también; a él le tocó pastorear la Orden en un momento supremamente difícil, cuando apenas estaban llegando a Europa y estaba a punto de desaparecer. Él oraba insistentemente a la Santísima Virgen diciendo: “flor del Carmelo, piña florida, esplendor del cielo, virgen fecunda y singular; oh madre tierna, intacta de hombre; a los carmelitas proteja tu nombre, estrella del mar”; la repetía constantemente esperando un signo de la protección, hasta que un día la Santísima Virgen se le apareció y le entregó el escapulario como signo de su protección, como signo de que el Carmelo era su orden, que estaba bajo su manto, bajo su cuidado y que ella iba a seguir protegiéndola, pero no solamente para los religiosos carmelitas, sino para todos aquellos que se quieren acoger al amparo de la Santísima Virgen, que quieren vivir como ella vivió, en obsequio de Jesucristo.
Hablar de María es hablar del santo rosario, hablar de María es hablar de la medalla milagrosa, pero hablar de María bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen es hablar del regalo más grande que ella, nuestra Madre, ha dado a la humanidad: se trata del santo escapulario, aquel sacramental mariano que, a través de dos sencillas tapas colocadas sobre los hombros, de ahí su nombre: escapulario, escápula, colocada sobre los hombros en pecho y espalda son signos de la protección de la Madre de Dios para los hombres y mujeres del mundo entero.
Significado del escapulario:
El escapulario no es un amuleto, es un signo sacramental que nos permite recordar las gracias del bautismo, es revestirnos de las gracias y de las virtudes de la Virgen María, es tener presente que estamos al servicio de todos los hombres, es sentirnos hermanos de todos, ser conscientes que somos copartícipes con la Virgen María del servicio a la Iglesia.
Todos los carmelitas llevamos el santo escapulario, lo recibimos como un regalo, como un tesoro dado por la Madre; es un compromiso de saber que ella está hablando por nosotros, pero que nosotros tenemos que esforzarnos cada día por vivir como ella vivió, por vivir para Jesús y para los otros, y fijarnos en las necesidades de los demás, entender su dolor como la Santísima Virgen lo entendió en las bodas de Caná o lo entendió de su prima Isabel.
El escapulario tiene una doble función, la función mística que me recuerda mis compromisos con el bautismo y también es una realidad amorosa, signo cercano de la Madre que nos cuida, que nos protege, que nos va guiando, que nos va llevando de la mano hacia su hijo Jesucristo y nos protege de todas las situaciones difíciles que podamos estar enfrentando.
El santo escapulario es signo de servicio, de entrega, de abandono, de despojo; nos hace revestirnos de María, de su carne, de sus virtudes. Este signo lo han llevado los grandes santos: santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, santa Teresita, santa Teresa Benedicta; claro está que el santo escapulario no hace al monje, el monje debe encarnarse de ese hábito siempre de sus virtudes, de su manera de obrar.
Las bendiciones del escapulario no se agotan simplemente en la protección a nuestra vida. Hay promesas de bendición, de salvación para esa hora definitiva en el tránsito de la muerte a la eternidad, gozar de la bienaventuranza con todos los santos en el cielo, pero además la famosa promesa del sábado siguiente, después de la muerte: ser redimido, ser liberado del purgatorio.
Promesas del Santo Escapulario.
La tesorera de todas las gracias, María santísima nos regaló el santo escapulario con san Simón Stock y con él dos promesas especiales, la primera gran promesa es el privilegio de la preservación o exención del infierno para cuántos mueren revestidos con el escapulario carmelitano, como la Virgen del Carmen lo dijo: “el que muera con el escapulario no padecerá el fuego del infierno”.
Ya encontramos lo que se llama el privilegio sabatino, y es que la Santísima Virgen le promete que aquel que muera con su escapulario no irá al infierno, entonces que si alguien muere, por ejemplo, en la semana, el sábado siguiente ella estará ahí siempre presente para llevarlo al cielo, esto es un regalo inmenso que la Santísima Virgen nos ha dado.
La segunda gran promesa fue al papa Juan XXIII, a quien la Virgen del Carmen se le apareció y le hizo la promesa que luego sería promulgada por el mismo pontífice como bula sabatina. Es que no necesitamos otra cosa si no dejar que ella sea en nosotras, de nosotros, todos, sintiéndonos sus hijos; ella no nos pide otra cosa si no que dejemos, la dejemos ser madre de nosotros y que vivamos esa filiación mariana desde lo cotidiano; que sintamos que ella camina con nosotras, que ella está dando nuestra respuesta, que ella es nuestro sí, que con ella no tememos nada; ella es la que se adelanta a responder siempre por nosotros.
El 20 de enero de 1613 el papa Paulo V expidió un decreto en el que permite confiar y creer que la bienaventurada Virgen María nos socorrerá después de la muerte a quien exportemos este santo escapulario.
Especial Fiesta Nuestra Señora del Carmen