Virgen de Fátima, más vigente que nunca
Tres poderosas enseñanzas de la aparición de la Virgen en Fátima
En 1917, el 13 de mayo, la Virgen María se apareció, por primera vez en Portugal, en Cova de Iria, a tres pastorcitos: Sor Lucia dos Santos, Jacinta y Francisco Marto. Y a lo largo de los siguientes meses, se continuaron registrando apariciones hasta el 13 de octubre, sexta y última aparición.
Cada mes, la Virgen María se presentaba con un mensaje distinto a los tres pequeños, quienes en el lapso de este tiempo recibieron varios secretos y profecías.
Aquel día de octubre, miles de personas fueron testigos de lo que se llamó “el milagro del sol” o “Milagro de Fátima” se trató de una manifestación de este astro solar que giraba en forma de danza y ocurrió durante 10 minutos, aproximadamente.
Podríamos decir que muchos de los que apreciaron con sus ojos este acontecimiento creyeron en lo que estos pequeños venían narrando meses atrás. Sin embargo, dichos signos no son exclusivos para unos pocos, es decir, para la comunidad de Fátima de ese entonces. Sino que son manifestaciones de Dios que buscan generar eco en la vida de quienes por su gracia lo presenciaron, pero también en quienes lo acogen en su corazón como propio, independientemente de la época. Es decir, para ti que hoy estás leyendo este texto.
¿Qué me enseña hoy un acontecimiento que ocurrió hace 106 años?
1). La mirada siempre debe estar puesta en el Cielo.
Los anhelos de santidad no deben ser impulsos del alma, sino una constante en la vida de todo cristiano. Por eso, reconociendo la fragilidad humana, María se hace presente en medio de nosotros para darnos dirección.
Ella logra perpetuar la conversación con estos tres pastorcitos para toda la vida, de modo que podamos tener un referente de amor materno que concluye en disponer todo en la vida para nunca apartar nuestra mirada de Jesús.
Es que podríamos decir que haber percibido estos acontecimientos de la aparición de la Virgen, arrojó dos conclusiones: La primera, que lo ocurrido se dio tanto para los que creían como para los que no tenían fe y, la segunda, que quienes tenían fe, podían trascender lo que habían visto y descubrir no solo el fin, sino la finalidad de este acto: el poder de Dios. Y para los que no creían, era una oportunidad de oro para avivar la fe, como un granito de mostaza.
2). Mirar a Jesús a través de la dulce mirada de María:
Reflexionar en la mirada de María es pensar en aquellos ojos que por tantos años contemplaron al hijo de Dios. Durante toda la vida privada de Jesús, y aún en los pocos años de su vida pública, María apreció con sus ojos a Jesús en lo cotidiano, en lo permanente, en cada detalle, y por ello sabía interpretar las necesidades de su hijo: si estaba triste, feliz, preocupado, angustiado.
Ella podía ver y hablar con Jesús a través del brillo en sus ojos, porque muchas veces sobraban las palabras cuando tenía el hábito de guardar todo en su corazón. Emilio Mazariegos en su libro, Esos tus ojos, menciona hermosamente: “Quiero mirar la vida con ojos nuevos y limpios; tal vez con ojos míos, pero prestados. Quiero mirarla con “ojos femeninos”; y aun mejor: con “ojos maternos”. Y digo verdad: después de haber mirado y buscado muchos ojos, encontré unos ojos únicos, limpios, dulces y misericordiosos. Son los ojos de esa mujer única que supo mirar los ojos de Dios como un enamorado mira los de la enamorada. Esos ojos únicos, especiales que saben a paz y bien, son los ojos de María de Nazareth”.
La dulce y pura mirada de María sabe ver la humildad de un corazón sediento de su hijo. Cuando ella se da cuenta de las necesidades más apremiantes y los detalles más puntuales, corre e intercede por cada uno de nosotros, y me atrevo a decir que, incluso, con una mirada hacia su hijo, Él sabe entenderla y abrazar su intención.
3). Una mirada desprendida a hacer solo la voluntad de Dios.
La mirada de María cobija las tristezas, ampara las debilidades y promueve una esperanza contra todo pronóstico. Ella, la mujer de fe que todo lo espera, supo trascender su mirada hacia lo que no se ve, pero de lo cual sí se tiene toda certeza. Es una certeza que no está basada en emociones y sentimientos, sino en convicción y decisión. Es que es muy fácil esperar cuando se ve, cuando hay presencia, cuando las promesas van acompañadas de hechos que lo soportan. Pero cuando hay desiertos, silencio y ausencia, la espera parece nunca terminar.
María sabe aquietar nuestro corazón con la virtud de la paciencia, de modo que, ante las turbaciones, la victoria en el Señor y con el Señor sea el camino de la vida. Ella logra equilibrar con su presencia maternal las turbaciones de las que somos presa, nos muestra amor, donde se grita odio, y nos da ejemplo permanente del gozo que se vive al hacer siempre la voluntad de Dios. Ella, además, llena de sosiego el alma inquieta, que, frente a las mil preguntas en la vida envueltas en tantos laberintos, anhelan una respuesta que dé paz.
Hoy, 13 de mayo, pidamos la gracia no solo de tener los ojos de María, sino también su disponibilidad, su compromiso y su actitud permanente de acción de gracias, porque “María fue mujer creyente abierta al amor generoso de la Providencia de Dios. En ella, nada fue casualidad, sino gracia. En Ella nada fue suerte, sino hora de Dios; en Ella nada fue lotería, sino acción firme y segura de Dios en su corazón abierto a su vida” Emilio Mazariegos.
María, nos invita a través de la oración más querida por ella, el Santo Rosario, a guardar cada una de estas palabras en el corazón, como ella solía hacerlo. Por ello, la invitación es a unirte con gran devoción al rezo frecuente de esta oración.
Empieza hoy con el rezo del Santo Rosario, dando clic aquí, y encuentra los misterios para cada día.