¿Qué celebramos en la solemnidad de Pentecostés?
La solemnidad de Pentecostés, tal y como hoy la conocemos los cristianos católicos, tiene sus raíces en el antiguo testamento. Esta celebración, se realizaba, en un primer momento, como acción de gracias por los frutos recibidos. Era una celebración agrícola, donde las personas disponían la primicia y lo mejor de sus cosechas al Señor, atribuyendo la bondad a Dios por la fecundidad de la tierra.
En un segundo momento, la raíz data en la celebración por parte del pueblo de Israel al recordar su libertad como pueblo esclavo en Egipto. Además de su obediencia al compromiso adquirido con Dios, a través de las tablas de la ley dadas a Moisés, y con él, a todo el pueblo.
Y en un tercer momento, descubrimos, finalmente, la celebración cristiana que se vive con la resurrección de Jesús y el cumplimiento de la promesa de enviar su Espíritu Santo.
En cada una de estas etapas, Dios nos confronta y nos invita a reflexionar. No se trata de quedarnos en lo extraordinario, es decir, pretender una actuación visible del Espíritu Santo (que evidentemente se da, pues sopla donde quiere y en quien quiere), sino en ir a lo esencial, al detalle, a lo que está oculto en el corazón de cada ser y necesita ser transformado. Es decir, la narración de la Fiesta de Pentecostés que encontramos en las sagradas Escrituras en Hechos de los Apóstoles 2, 1-13, nos regala detalles de la ambientación del lugar, los sonidos, lo que se veía, y todo aquello que era sensible a los ojos. Sin embargo, el verdadero secreto está en lo que hizo, el Espíritu Santo, al interior de cada uno, la transformación que jalonó para que el proceso de evangelización se hiciera con fuerza y sin miedo, hasta los confines de la tierra.
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Dios nos infunde poder para hacer todo. No somos nosotros, es la persona del Espíritu Santo habitando en nosotros. De manera que, busquemos razones sencillas y concretas para reconocer el obrar de Dios por medio de su Espíritu en cada uno. Por ello, esta no es una simple conmemoración de una fecha, es la oportunidad que tenemos como iglesia de pedir una nueva efusión del Espíritu Santo, y hablo de nueva efusión porque en el momento del sacramento del bautizo cada uno de nosotros recibimos el Espíritu Santo. Necesitamos salir del miedo que nos tiene paralizados a causa de las noticias que hemos escuchado, continuamente, en los últimos tiempos. Estamos encerramos, como lo estaban hace más de 2000 mil años los apóstoles, presos del terror de lo que pudieran hacerles por profesar su fe. Hoy nuestro miedo recibe otro nombre, pero nos puede tener anclados y sin el coraje para desarrollar la misión que tenemos en este momento puntual de la historia.
En tiempos de los apóstoles, posterior a la resurrección del Señor y previo a la celebración de pentecostés, se vivían días donde se afianzaba la primera comunidad, empiezan a predicar por distintos lugares dando testimonio de lo que habían visto y vivido, son testigos de las apariciones de Jesús donde se confirman muchas de sus promesas, y se les recuerda cómo deben mantenerse firmes hasta que venga el auxilio del consolador, quien les infundirá aún más fuerza para predicar, pero es solo hasta que llega el Espíritu de Dios que dejan de hacer las cosas en sus fuerzas y a su nombre, y lo empiezan a hacer todo en nombre del Señor.
Solo Dios, en Jesucristo, por el Espíritu, es capaz de impulsarnos, movernos y darnos dinamismo. Por eso, que sea esta la oportunidad para clamar a Dios por los dones que en este momento está necesitando su pueblo para ponerlos al servicio de los demás, porque a diferencia de los regalos que recibimos del mundo donde los usamos para el disfrute personal, Dios da regalos (dones) para ponerlos a disposición de los demás.
Empecemos preguntándonos, de acuerdo a las raíces de esta celebración que se describe al inicio: ¿Qué frutos estoy dando en mi familia, en mi casa, en mi comunidad espiritual? ¿De dónde me ha levanto el Señor? ¿A qué me invita a comprometerme, el Señor, y dar pasos de fe? ¿Qué dones necesito como herramientas para dar frente a lo que Dios me pide?
Es sencillo, pero hermoso y poderoso. La gran invitación es a dejarnos sorprender por el Señor, como bien nos lo decía el papá Francisco durante esta Semana Santa, pidamos a Dios en don del estupor: deleitarnos en lo cotidiano y convertir lo ordinario en extraordinario.