Viernes Santo
Qué difícil es romper el silencio de una hoja en blanco; qué complejo es poner en palabras aquello que la creación manifiesta con un cielo grisáceo y el susurro de la brisa que cae sobre los campos mientras aguarda la llegada de un nuevo amanecer. Que arduo es silenciar el interior para tomar conciencia que mientras el mundo sigue su curso con ruidos estridentes y un sinfín de distractores, en un madero yace el único que no cometió ningún pecado, pero que ha asumido el castigo que a ti y a mi nos trae la paz (Isaías 53,5)
Y es que solemos pensar que un día como hoy ha sido reservado dentro del calendario anual para romper con la rutina de ir a estudiar o trabajar, y en su lugar, y si se quiere, participar de determinadas celebraciones litúrgicas que la iglesia propone. Es así como no es extraño ver las iglesias abarrotadas de personas, y la gente andando de un lado para otro haciendo turismo religioso.
Pero nos hemos puesto a pensar ¿Qué sentido tiene todo esto?, y ¿por qué se nos invita a vivir con recogimiento el viernes santo?; vale la pena anotar que soy yo la primera que debo hacer un alto para pensar en ello, pues también he caído en el error de vivir este tiempo como una tradición o como algo más de lo que se vive durante el año, dejando de lado que aquel hombre humillado y maltratado hasta una muerte en cruz está ahí por mí.
“Me dice que me ama, cuando veo la cruz, sus manos extendidas, así tan grande es su amor. Lo dicen las heridas de sus manos y pies me dice que me ama una y otra vez”
Letra canción: me dice que me ama.
Si, ese hombre lacerado hasta el extremo, está en ese madero anteponiéndose a nuestras propias cruces, a ese complejo que no nos ha dejado vernos con sus ojos misericordiosos, a esos miedos que nos han paralizado al momento de luchar por nuestros sueños, a esa herida de amor que lacera nuestro corazón, y a ese sinsentido de vida que en tantas ocasiones nos ha llevado a andar sin rumbo fijo en búsqueda de respuestas.
Es por ello que este día no debería vivirse como un día cualquiera, sino como la oportunidad que suscita Dios padre para que nos encontremos con su hijo Jesucristo en la cruz, cuyas manos extendidas manifiesta la inmensidad de su amor. Este es el día para descubrir que si morimos a aquello que nos esclaviza (pecado, adicciones, tristezas, miedos, complejos) resucitamos también con Cristo a una vida nueva (Romanos 6,8), pues no estamos amenazados de muerte sino de vida eterna, y las cruces cristianas no terminan en muerte sino en resurrección, porque de lo contrario, como dice San Pablo: “Vana sería nuestra fe” (1 Corintios 15,14)
Quizás estás leyendo estas palabras apenas comenzado este día, o tal vez ya ha caído la luz del sol y la noche ha llegado a todo su esplendor; sin importar el tiempo cronológico, en este mismo instante, Jesucristo toca con insistencia las puertas de tu corazón para invitarte a empezar de nuevo, a dejar tus heridas en su cruz y permitir que su presencia gloriosa y redentora te envuelva en un abrazo eterno.
Ha llegado la hora de regresar a la casa del padre, como lo hizo aquel joven de la parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 11-32), para que tus lágrimas sean enjugadas por el poder de la misericordia de Dios padre (Apocalipsis 21,4), para que tus lamentos sean convertidos en baile (Salmo 30,11), y toda tu vida renovada por la fuerza de su Espíritu. Levántate, anda y busca a Jesús pendido en esa cruz por ti; deja que su mirada se encuentre con la tuya y manifiéstale todo cuanto albergas en tu interior. Si una que otra lágrima corre por tus mejillas, déjala caer, porque “el que siembra entre lágrimas cosecha entre sonrisas” (Salmo 126,3). Regálate unos minutos para acompañarlo en la cruz porque él también te acompaña en tu cruz.
No demos cabida a que este tiempo de gracia se esfume como el viento, sin antes haber vivido el propósito para el cual la iglesia como maestra lo permite: «Nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida” (Papa Francisco, Julio 2013)
Recordemos aquello que dice San Agustín: “Dios que te creo sin ti, no te salvará sin ti?, entonces qué tal si Damos el primer paso hacia ese encuentro de amor con aquel que yace en el madero por amor. Él espera por ti y por mí.