Las siete Palabras
Dicen que a las personas se les conoce realmente en los momentos de prueba, es allí donde se develan las intenciones profundas del corazón. Por eso, meditar las siete palabras de Jesús en la Cruz, es conocer cómo pensaba en la situación de mayor dolor y sufrimiento, y cómo desde allí nos deja un gran mensaje.
Meditamos las siete Palabras que pronunció antes de su muerte en la cruz.
1). “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
¿Cómo puede alguien que está siendo víctima de este acto de crueldad dejar de pensar en sí mismo, en medio de su dolor físico fruto de la flagelación, las caídas, el peso de la cruz, el largo camino recorrido, de la corona de espinas que tallaba su cabeza y de las punzadas de los clavos que ahora atraviesan sus manos y pies, y del dolor espiritual al verse abandonado por quienes le decían amar, ultrajado por el pueblo al que no dejó de hacerle el bien, escupido, rechazado y burlado por aquellos que le veían y aún, en medio de todo esto, pensar en los demás?
Sólo un corazón lleno de bondad puede hacer de su dolor, una oración y un acto de entrega redentora. El Corazón Amante, clama a Dios para que no mire la maldad que traspasa la humanidad, pues bien sabe que esta es consecuencia del pecado que le hace inconsciente para el bien y le incapacita para amar.
Jesús, desde la cruz nos mira y no nos condena. Al contrario, nos perdona.
Sus palabras hacen historia, porque el lenguaje de su amor es más fuerte que el mismo acto atroz que le hicieron. Su Amor, supera el pecado, su Misericordia, sobrepasa cualquier acto de odio y rencor.
Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.
Hoy Jesús sigue pronunciando estas palabras con la misma fuerza al Padre, en medio de las altas injusticias de la sociedad, tan llena de ambición, egoísmo y violencia.
2. “Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”
“El buen ladrón” tiene la promesa de estar con Jesús en el paraíso, como fruto de su conversión.
Tenemos libertad para elegir entre el bien y el mal. La promesa que acompaña la elección por el bien, está dicha y la evidencia de su cumplimento, es un hecho.
“La fe no es un camino de hermosos sentimientos, sino un camino de heroicas decisiones” y la más alta e importante decisión que tomamos en la vida, es optar por el camino que conduce al Reino de los cielos.
Jesús no dice simplemente “estarás conmigo…” sino que acentúa en que será “Hoy”.
• Es hoy porque mañana quizá sea demasiado tarde.
• Es hoy porque la vida no se puede escurrir como agua entre los dedos.
• Es hoy porque tienes conciencia para discernir entre el pecado y la Gracia.
• Es hoy porque Dios necesita tu testimonio para que haya, a través de tu vida muchos “Hoy” en otras vidas.
• Es hoy porque las oportunidades son para valorarlas, aprovecharlas y no dejarlas volar.
• Es hoy, porque se te ha dado el Espíritu Santo que te lleva a decir “no más” al camino de muerte y decir “si quiero” al camino que conduce a la Vida.
3. “Mujer, he ahí tu hijo. He ahí tu madre”
Las tres primeras tres expresiones de Jesús en la cruz, nos demuestran que lo primero para Él, siempre es el otro. Jesús no deja de pensar en su Pueblo. Son sus hermanos. No reniega, no se enoja, no se victimiza, no se llena de ira… sus palabras están llenas de amor por los demás.
No le basta con entregar una parte de Él. Él se da todo entero. Lo que es suyo y lo que su Padre le ha dado, como la Madre que eligió para Él. Jesús nos entrega todo de sí, en especial a su Madre santa.
Jesús le entrega a María a la humanidad entera para que nos “maternice”. Él sabía que la mujer del sí, de la entrega, de la oración, iba a ayudarnos a entender el propósito de todo.
La prueba de esto es pentecostés. Cuando Ella, reunida con los discípulos orando, los acompaña y los llena de esperanza. Donde está la Madre, están los hermanos, más aún: donde hay una Madre, hay hermanos.
Ella, motiva al encuentro personal con Dios por medio de la oración, como esa apertura dócil para escuchar la voz del Señor. Motiva a esperar con fe y confianza la promesa del Espíritu Santo, porque sabe que su soplo es suficiente para asumir con prontitud la misión de proclamar el Evangelio.
Jesús, que vivió con María durante toda su privada y pública, de quien aprendió de primera mano, sabe que su compañía, su ejemplo y su tenacidad nos iban a robustecer en la fe y nos iban a alentar a la perseverancia en la hora de la Cruz.
Jesús, confiado, nos deja a su Madre, porque fue testigo de su coherencia. La primera cristiana, la primera discípula, la primera servidora, es a partir de este momento quien nos indica el camino para ser hijos del Padre.
4. “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”
Jesús experimentó el silencio de Dios. Aquel silencio del que muchos de nosotros hemos sido testigos, un silencio que ensordece y genera muchas preguntas. Pero a diferencia nuestra, Jesús se llena de consuelo porque sabe que su padre sí está a su lado y tiene el control absoluto.
Lo que Jesús está haciendo en ese momento es lanzar un gemido del corazón, a Dios padre. Esto no es otra cosa que una oración elevada al cielo. Es el inicio del salmo 22, y el desarrollo de muchos otros salmos que claman la ayuda de Dios para que venga en ayuda de la debilidad.
Jesús, solía retirarse a orar, y la cruz no fue la excepción, allí oró para encontrar consuelo. Abrió sus labios y dejó brotar lo que albergaba su mente. Siempre supo que el orden y la claridad provenían de quien, desde el inicio, hizo del caos, orden.
5. “¡Tengo sed!”
Más allá de la sed corporal de Jesús, había una sed de almas que habitaba en lo profundo de su corazón.
El grito sediento de Jesús representa su afán por saciar la sed del mundo, tan disperso buscando gotas calculables y no el torrencial insondable de su manantial.
Creo que Jesús en ese momento estaba recordando el pasaje de la samaritana donde Él le pedía de beber, pero que al final, se traduce en que, somos nosotros los que debemos acercarnos a la fuente de agua viva que está frente a nosotros.
En el relato de la Samaritana, Jesús podía ver la profundad del pozo con agua estancada. Mientras que, en el momento de la crucifixión, desde la altura de la cruz, tenía una mayor panorámica para ver los desiertos profundos en los que vive el hombre, solo porque no cree, no confía, no ama, no se acerca al caudal de agua viva.
6. “Todo está consumado”
Esta es la palabra dicha de quien ha hecho su deber. Es la expresión de haberse esmerado en la tarea, de haber cumplido a cabalidad con la misión encomendada. Es como un grito de júbilo de quien ha llegado a la meta y lo ha sorteado todo, para lograrlo.
Unas versiones de la Biblia citan esta sexta palabra como: “todo está consumado”, otras, como: “todo está cumplido” y lo que deja en evidencia es que Jesús hizo la voluntad de su Padre: “Yo he bajado del cielo para hacer, no mi voluntad, sino la del que me ha enviado” (Juan. 6, 38). “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Juan. 4, 34).
Poder llegar a este termino es posible cuando se ha vivido el proceso de una vida sencilla con alegría, paciencia y amor, abierto siempre a la novedad de Dios que va llevando y susurrando el camino.
En Jesús, no hay frustración por lo que hubiera sido y no fue, Él sabe que hizo y dio todo, por el todo. No tiene pendientes, porque se donó a sí mismo al cumplimiento de su misión. Está tranquilo y con la conciencia limpia.
¡Qué gran ejemplo y mensaje nos deja Jesús!
Cada uno de nosotros fue creado con un propósito, y la vida de Jesús es referente para preguntarse cómo estás trabajando hoy para lo cual fuiste creado. Pregúntate, ¿Qué debes replantear para poder decir, cuando llegue tu momento, como se expresó Jesús: “Todo está cumplido”?
7. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
Hasta el último minuto Jesús entregó su vida a la providencia y la voluntad de Dios.
Se entregó en cuerpo y ahora dona su Espíritu para que el Padre disponga con plena apertura.
De sus labios brotan las palabras de un enamorado del padre y se su plan salvífico: “en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Sabe muy bien que todo lo que Dios ha hecho, está haciendo y hará, está bien, pues “El mensaje de la muerte de Cristo en la cruz parece una tontería a los que van a la perdición; pero este mensaje es poder de Dios para los que vamos a la salvación” 1 corintios 1, 18
Entregarse a Dios es tener la certeza de que Él tiene el control absoluto. No son nuestras fuerzas limitadas y caducas las que nos gobiernan. Cuando todo parece perdido, es cuando todo se ha ganado, porque en los espacios que no habita Dios, son aquellos que no le hemos entregado la voluntad, por eso, cuando de nuestro ser emerge un acto de profunda confianza y entrega, Dios resurge, hace nuevas todas las cosas, crea, nos hace libres…
Jesús, es capaz de ver las manos extendidas del Padre que lo esperan con un abrazo fraterno y un susurro al oído que le dice: «en todo interviene Dios para el bien de quienes le aman». Jesús comprende que no es el fin, es la finalidad. No es una derrota, es el regalo de la redención.