Coronilla de La Divina Misericordia
La palabra misericordia viene del latín miser (miserable, desdichado) cordis (corazón). Es la virtud de compadecerse de los sufrimientos y miserias humanas.
El papá Francisco proclamó para la Iglesia en el 2016 el año de la misericordia, tiempo en el que también lanzó un libro llamado: “el nombre de Dios es misericordia” fruto de una entrevista con un periodista italiano en la que relató sus experiencias ministeriales en relación con este tema.
La misericordia de Dios es su amor puesto en obras. Pensemos en el pasaje bíblico del Hijo prodigo, donde el padre sale al encuentro de su hijo, (en representación de Jesús) lo abraza, lo besa y no solo lo perdona, sino que prepara una fiesta por la alegría que produce su regreso a casa, porque: “Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lucas 15, 7).
Hoy, segundo domingo de pascua, la Iglesia celebra la fiesta de la Divina Misericordia, instituida por San Juan Pablo II, y que se origina por las revelaciones privadas que recibió Santa Faustina Kowalska.
Esta devoción es conocida en el mundo entero, y festejada con profundo respeto, por los grandes méritos que esconde la Divina Misericordia de nuestros Señor Jesucristo.
¿Qué debemos saber sobre esta fiesta?
1) En la ceremonia de canonización de Santa Faustina en al año 2000, el papá Juan Pablo II, indica que, a partir de la fecha, la Iglesia celebraría el «Domingo de la Divina Misericordia».
2) Celebrar este día con profundo recogimiento, sin tener presencia de pecados veniales, otorga una indulgencia plenaria. Sumado a las condiciones habituales establecidas para recibirla (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice).
3) La imagen conocida de la Divina Misericordia, fue revelada por Jesús a Santa Faustina, por medio de una visión.
4) Una serie de oraciones son condensadas en la Coronilla de la Divina Misericordia, y suele rezarse a las 3:00 p.m. hora de la muerte de Jesús.
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¿Cómo somos testigos de la misericordia de Dios?
Cuando nos confesamos:
En el momento en que reconocemos la fragilidad del corazón y confesamos nuestros pecados, recibimos la misericordia de Dios.
Fruto de ese acto, se es consciente de la presencia del Espíritu Santo que mora en nosotros y que lo renueva todo.
Precisamente, el Domingo de la Divina Misericordia, se narra en una de las lecturas, el momento en que Jesús se presenta a los discípulos en el Cenáculo, y les dice que podrán perdonar o retener los pecados. Un signo concreto de autoridad para llevar la paz al corazón, a través del sacramento de la reconciliación.
En el momento en que recibimos su perdón:
Cuando le presentan a Jesús a una mujer que había sido sorprendida en adulterio, los maestros de la ley y fariseos esperan que sea castigada severamente. Sin embargo, Jesús los cuestiona a ellos sobre sus fallas personales y los invita a tirar una piedra si están libres de pecado. En ese mismo interrogatorio, narra cuando Jesús le pregunta a la mujer: “¿dónde están los que te condenan? ¿Ninguno te ha condenado? Ella le contestó: —Ninguno, Señor. Jesús le dijo: —Tampoco yo te condeno; ahora, vete y no vuelvas a pecar”. (Juan 8, 11)
Y es que Jesús perdonó los pecados hasta el último momento de su vida. En la cruz, tuvo misericordia del buen ladrón y le prometió que estaría ese mismo día con Él, en el paraíso.
Algunos han llamado, incluso, el purgatorio como: “la última misericordia de Dios”, donde Jesús perdona nuestros pecados y el alma se termina de purificar para ir al cielo.
Renueva la fe:
Quien ha recibido la misericordia de Dios se vuelve más humilde, porque al reconocerse frágil, ve en Dios toda su bondad.
Una de las maneras más preciosas de orar a Dios pidiendo su misericordia, es a través del salmo 51 o mejor conocido como “Miserere”. Es un anhelo profundo de conversión de quien lo recita, clamando a Dios la fuerza y el perdón para seguir adelante.
Cuando nos hemos dejado abrazar por la misericordia de Dios, la manera de mirar el entorno cambia, porque se tiene la certeza de que todo es por gracia de Dios.
Nos hace más misericordioso:
Sabernos “misericordiados” por Dios, nos abre la puerta a serlo con los demás. El mismo Jesús lo dice en el libro de San Lucas “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso”.
Es una empatía colectiva que se traduce en obras concretas de amor hacia el otro. El dedo acusador, la dureza del corazón, la cerrazón de creer tener la última palabra, se mitiga mucho cuando nos hemos dejado abrazar por Dios.
Se pone en práctica lo que San Pablo decía: “Sopórtense mutuamente y perdónense cuando tengan quejas contra otro, como el Señor los ha perdonado a ustedes”.
Puedes orar la coronilla a la Divina Misericordia, haciendo clic aquí:
Tenemos el regalo de la vida eterna:
La paga del pecado es la muerte, y nosotros merecíamos ese castigo. Sin embargo, Dios nos amó, y fue un amor hasta el extremo. Se entregó por cada uno de nosotros en la cruz, abriendo la puerta de los cielos.
Su misericordia es el plan de salvación, es la oportunidad de estar escritos en el libro de la vida para habitar en la casa del Padre.
«¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva «. (1 Pedro 1:3)
Hoy, reconoce la misericordia de Dios en tu vida y pregonemos con el salmo: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Diga la casa de Israel: Eterna es su misericordia”