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Laudes I oración de la mañana I jueves 23 septiembre 2021

Laudes

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¡Señor, abre mis labios!
¡Y mi boca proclamará tu alabanza!

Salmo 99

Alegría de los que entran en el templo

Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.
Aclama al Señor tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con aclamaciones.
Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.
Sabed que el Señor es Dios, que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.
Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.
Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos dándole gracias y bendiciendo su nombre.
Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.
El Señor es bueno su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.
Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.

Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.

Himno

Cristo, cabeza, rey de los pastores, el pueblo entero, madrugando a fiesta,
canta a la gloria de tu sacerdote himnos sagrados.

Con abundancia de sagrado crisma, la unción profunda de tu Santo Espíritu
le armó guerrero y le nombró en la Iglesia jefe del pueblo.

Él fue pastor y forma del rebaño, luz para el ciego, báculo del pobre, padre común, presencia providente, todo de todos.

Tú que coronas sus merecimientos, danos la gracia de imitar su vida, y al fin, sumisos a su magisterio, danos su gloria.
Amén.

Salmodia

Despertad, cítara y arpa; despertaré a la aurora.

Salmo 56:

Misericordia, Dios mío, misericordia, que mi alma se refugia en ti; me refugio a la sombra de tus alas mientras pasa la calamidad.

Invoco al Dios altísimo, al Dios que hace tanto por mí: desde el cielo me enviará la salvación, confundirá a los que ansían matarme, enviará su gracia y su lealtad.

Estoy echado entre leones devoradores de hombres; sus dientes son lanzas y flechas, su lengua es una espada afilada.

Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria.

Han tendido una red a mis pasos, para que sucumbiera; me han cavado delante una fosa, pero han caído en ella.

Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme. Voy a cantar y a tocar: despierta, gloria mía; despertad, cítara y arpa; despertaré a la aurora.

Te daré gracias ante los pueblos, Señor; tocaré para ti ante las naciones:
por tu bondad, que es más grande que los cielos; por tu fidelidad, que alcanza a las nubes.

Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu gloria.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.

Despertad, cítara y arpa; despertaré a la aurora.

«Mi pueblo se saciará de mis bienes», dice el Señor.

Cántico

Jeremías 31,10-14:
Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla en las islas remotas: «Él que dispersó a Israel lo reunirá, lo guardará como un pastor a su rebaño;
porque el Señor redimió a Jacob, lo rescató de una mano más fuerte.»

Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor: hacia el trigo y el vino y el aceite, y los rebaños de ovejas y de vacas;
su alma será como un huerto regado, y no volverán a desfallecer.

Entonces se alegrará la doncella en la danza, gozarán los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas; alimentaré a los sacerdotes con enjundia, y mi pueblo se saciará de mis bienes.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.
«Mi pueblo se saciará de mis bienes», dice el Señor.

Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios.

Salmo 47:

Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios,
su monte santo, altura hermosa, alegría de toda la tierra:

el monte Sión, vértice del cielo, ciudad del gran rey; entre sus palacios,
Dios descuella como un alcázar.

Mirad: los reyes se aliaron para atacarla juntos; pero, al verla, quedaron aterrados y huyeron despavoridos;

allí los agarró un temblor y dolores como de parto; como un viento del desierto, que destroza las naves de Tarsis.

Lo que habíamos oído lo hemos visto en la ciudad del Señor de los ejércitos,
en la ciudad de nuestro Dios: que Dios la ha fundado para siempre.

Oh, Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo: como tu renombre, oh, Dios, tu alabanza llega al confín de la tierra;

tu diestra está llena de justicia: el monte Sión se alegra, las ciudades de Judá se gozan con tus sentencias.

Dad la vuelta en torno a Sión, contando sus torreones; fijaos en sus baluartes, observad sus palacios,

para poder decirle a la próxima generación: «Éste es el Señor, nuestro Dios.»
Él nos guiará por siempre jamás.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.

Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios.

Lectura breve

Hb 13,7-9ª

Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre. No os dejéis arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas.

Responsorio breve

V/. Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas.
R/. Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas.
V/. Ni de día ni de noche dejarán de anunciar el nombre del Señor.
R/. He colocado centinelas.
V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
R/. Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas.

Cántico Evangélico

No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo, por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.

No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.

Preces

Demos gracias a Cristo, el buen Pastor que entregó la vida por sus ovejas, y supliquémosle, diciendo:

Apacienta a tu pueblo, Señor
Señor Jesucristo, que en los santos pastores nos has revelado tu misericordia y tu amor, haz que por ellos continúe llegando a nosotros tu acción misericordiosa.
Apacienta a tu pueblo, Señor

Señor Jesucristo, que a través de los santos pastores sigues siendo el único pastor de tu pueblo, no dejes de guiarnos siempre por medio de ellos.
Apacienta a tu pueblo, Señor

Señor Jesucristo, que por medio de los santos pastores eres el médico de los cuerpos y de las almas, haz que nunca falten a tu Iglesia los ministros que nos guíen por las sendas de una vida santa.
Apacienta a tu pueblo, Señor

Señor Jesucristo que has adoctrinado a la Iglesia con la prudencia y el amor de los santos, haz que, guiados por nuestros pastores, progresemos en la santidad.
Apacienta a tu pueblo, Señor

Fieles a la recomendación del Salvador, digamos con filial confianza:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Oración final

Dios todopoderoso y eterno, que concediste a san Pío, presbítero, la gracia singular de participar en la cruz de tu Hijo, y por su ministerio renovaste las maravillas de tu misericordia, concédenos, por su intercesión, que, compartiendo los sufrimientos de Cristo, lleguemos felizmente a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.

Amén.

Bendita sea tu pureza
y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza.

A Ti, celestial Princesa,
Virgen Sagrada María,
yo te ofrezco en este día
alma, vida y corazón.

Mírame con compasión,
no me dejes, Madre mía.
Amen.

 

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