Laudes
Para activar el video con la oración de la mañana dale play
¡Señor, abre mis labios!
¡Y mi boca proclamará tu alabanza!
Salmo 99
¡Alegría de los que entran en el templo!
Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.
Aclama al Señor tierra entera, servid al Señor con alegría; entrad en su presencia con aclamaciones.
Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.
Sabed que el Señor es Dios, que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.
Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.
Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos dándole gracias y bendiciendo su nombre.
Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.
El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.
Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!
Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.
Himno:
No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.
¡Amén!
Salmodia:
Mira, Señor, fíjate que estoy en peligro, respóndeme en seguida.
Salmo 79:
Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como a un rebaño; tú que te sientas sobre querubines, resplandece ante Efraín, Benjamín y Manasés; despierta tu poder y ven a salvarnos.
Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Señor, Dios de los ejércitos, ¿hasta cuándo estarás airado mientras tu pueblo te suplica?
Les diste a comer llanto, a beber lágrimas a tragos; nos entregaste a las disputas de nuestros vecinos, nuestros enemigos se burlan de nosotros.
Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Sacaste una vid de Egipto, expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste; le preparaste el terreno, y echó raíces hasta llenar el país.
Su sombra cubría las montañas, y sus pámpanos, los cedros altísimos; extendió sus sarmientos hasta el mar, y sus brotes hasta el Gran Río.
¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?
Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa.
La han talado y le han prendido fuego; con un bramido hazlos perecer. Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre. Señor, Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!
Mira, Señor, fíjate que estoy en peligro, respóndeme en seguida.
Él es mi Dios y Salvador, confiaré y no temeré.
Cántico:
Isaías 12, 1-6:
Te doy gracias, Señor, porque estabas airado contra mí, pero ha cesado tu ira y me has consolado.
Él es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
Aquel día diréis: Dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad a los pueblos sus hazañas, proclamad que su nombre es excelso.
Tañed para el Señor, que hizo proezas, anunciadlas a toda la tierra; gritad jubilosos, habitantes de Sión: «Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel».
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!
Él es mi Dios y Salvador, confiaré y no temeré.
El Señor nos alimentó con flor de harina, nos sació con miel silvestre.
Salmo 80:
Aclamad a Dios, nuestra fuerza; dad vítores al Dios de Jacob: acompañad, tocad los panderos, las cítaras templadas y las arpas; tocad la trompeta por la luna nueva, por la luna llena, que es nuestra fiesta.
Porque es una ley de Israel, un precepto del Dios de Jacob, una norma establecida para José al salir de Egipto.
Oigo un lenguaje desconocido: «Retiré sus hombros de la carga, y sus manos dejaron la espuerta.
Clamaste en la aflicción, y te liberé, te respondí oculto entre los truenos, te puse a prueba junto a la fuente de Meribá.
Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti; ¡ojalá me escuchases Israel!
No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor, Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto; abre la boca y yo la saciaré».
Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos.
¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!, en un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi mano contra sus adversarios.
Los que aborrecen al Señor te adularían, y su suerte quedaría fijada; te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!
El Señor nos alimentó con flor de harina, nos sació con miel silvestre.
Lectura breve:
Hb 2,9b-10
Vemos a Jesús coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos. Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimiento al guía de su salvación.
Responsorio breve:
Nos has comprado, Señor, con tu sangre. Nos has comprado, Señor, con tu sangre.
De toda raza, lengua, pueblo y nación. Con tu sangre. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Nos has comprado, Señor, con tu sangre.
Cántico evangélico:
He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer.
Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre: Abraham.
Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!
He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer.
Preces:
Oremos a Cristo, Sacerdote eterno, a quien el Padre ungió con el Espíritu Santo para que proclamara la redención a los cautivos, y digámosle:
Señor, ten piedad de nosotros.
Tú que subiste a Jerusalén para sufrir la pasión y entrar así en la gloria.
Conduce a tu Iglesia a la Pascua eterna.
Tú que exaltado en la cruz quisiste ser atravesado por la lanza del soldado.
Sana nuestras heridas.
Tú que convertiste el madero de la cruz en árbol de vida.
Haz que los renacidos en el bautismo gocen de la abundancia de los frutos de este árbol.
Tú que clavado en la cruz perdonaste al ladrón arrepentido.
Perdónanos también a nosotros, pecadores.
Dirijamos ahora, todos juntos, nuestra oración al Padre, y digámosle:
Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo;
danos, hoy, nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Oración final:
Nuestra salvación, Señor, es quererte y amarte; danos la abundancia de tus dones y, así como por la muerte de tu Hijo esperamos alcanzar lo que nuestra fe nos promete, por su gloriosa resurrección concédenos obtener lo que nuestro corazón desea.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos.
¡Amén!
El Señor nos bendiga, y nos guarde de todo mal, y nos lleve a la vida eterna.
¡Amén!
Dulce Madre, no te alejes; tu vista de nosotros, no apartes; ven con nosotros a todas partes y solos nunca nos dejes, y ya que nos amas tanto, como verdadera madre que eres, haz que nos bendiga el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
¡Amén!