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Laudes I oración de la mañana I lunes 12 de abril 2021

Laudes

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¡Señor, abre mis labios!

¡Y mi boca proclamará tu alabanza!

Salmo 99

¡Alegría de los que entran en el templo!

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Aclama al Señor tierra entera, servid al Señor con alegría; entrad en su presencia con aclamaciones.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Sabed que el Señor es Dios, que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,  por sus atrios con himnos dándole gracias y bendiciendo su nombre.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

¡Amén!

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Himno:

La bella flor que en el suelo plantada se vio marchita ya torna, ya resucita, ya su olor inunda el cielo.

De tierra estuvo cubierta, pero no fructificó del todo, hasta que quedó en un árbol seco injerta.

Y, aunque a los ojos del suelo se puso después marchita, ya torna, ya resucita, ya su olor inunda el cielo.

Toda es de flores la fiesta, flores de finos olores, mas no se irá todo en flores, porque flor de fruto es esta.

Y, mientras su Iglesia grita mendigando algún consuelo, ya torna, ya resucita, ya su olor inunda el cielo.

Que nadie se sienta muerto cuando resucita Dios, que, si el barco llega al puerto, llegamos junto con vos. Hoy la Cristiandad se quita sus vestiduras de duelo. Ya torna, ya resucita, ya su olor inunda el cielo.

¡Amén!

Salmodia:

Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Aleluya.

Salmo 41:

 Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.

Tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?

Las lágrimas son mi pan noche y día. mientras todo el día me repiten: ¿Dónde está tu Dios?

Recuerdo otros tiempos, y desahogo mi alma conmigo: cómo marchaba a la cabeza del grupo, hacia la casa de Dios, entre cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta.

¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios que volverás a alabarlo: Salud de mi rostro, Dios mío.

Cuando mi alma se acongoja, te recuerdo desde el Jordán y el Hermón y el Monte Menor.

Una cima grita a otra cima con voz de cascadas: tus torrentes y tus olas me han arrollado.

De día el Señor me hará misericordia, de noche cantaré la alabanza del Dios de mi vida.

Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué me olvidas? ¿Por qué voy andando, sombrío, hostigado por mi enemigo?

Se me rompen los huesos por las burlas del adversario; todo el día me preguntan: ¿Dónde está tu Dios?

¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios que volverás a alabarlo: Salud de mi rostro, Dios mío.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

¡Amén!

Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Aleluya.

Llena, Señor, a Sión de tu majestad, y al templo, de tu gloria. Aleluya.

Cántico:

Eclesiático 36,1-7.13-16

Sálvanos, Dios del universo, infunde tu terror a todas las naciones; amenaza con tu mano al pueblo extranjero, para que sienta tu poder.

Como les mostraste tu santidad al castigarnos, muéstranos así tu gloria castigándolos a ellos: para que sepan, como nosotros lo sabemos, que no hay Dios fuera de ti.

Renueva los prodigios, repite los portentos, exalta tu mano, robustece tu brazo.

Reúne a todas las tribus de Jacob y dales su heredad como antiguamente.

Ten compasión del pueblo que lleva tu nombre, de Israel, a quien nombraste tu primogénito; ten compasión de tu ciudad santa, de Jerusalén, lugar de tu reposo.

Llena a Sión de tu majestad, y al templo, de tu gloria.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

¡Amén!

Llena, Señor, a Sión de tu majestad, y al templo, de tu gloria. Aleluya.

La gloria de Dios ilumina la ciudad y su lámpara es el Cordero. Aleluya.

Salmo 18 A:

 El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo murmura.

Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol: él sale como el esposo de su alcoba, contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo: nada se libra de su calor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

¡Amén!

La gloria de Dios ilumina la ciudad y su lámpara es el Cordero. Aleluya.

Lectura breve:

Rm 10,8b-10

La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Se refiere a la palabra de la fe que os anunciamos. Porque, si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación.

Responsorio breve:

El Señor ha resucitado del sepulcro. El Señor ha resucitado del sepulcro. El que por nosotros colgó del madero. Ha resucitado del sepulcro. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. El Señor ha resucitado del sepulcro.

Cántico evangélico:

Os lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios. Aleluya.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre:  Abraham.

Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

¡Amén!

Os lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios. Aleluya.

Preces:

Oremos a Dios Padre todopoderoso, que ha sido glorificado en la muerte y resurrección de su Hijo, y digámosle confiados: Ilumina, Señor, nuestras mentes.

Dios, Padre de los astros, que has querido iluminar el mundo con la gloria de Cristo resucitado.

Ilumina desde el principio de este día nuestras almas con la luz de la fe.

Tú que por medio de tu Hijo resucitado de entre los muertos has abierto a los hombres las puertas de la salvación.

Haz que a través de los trabajos de este día se acreciente nuestra esperanza.

Tú que por medio de tu Hijo resucitado has derramado sobre el mundo el Espíritu Santo.

Enciende nuestros corazones con el fuego de este mismo Espíritu.

Que Cristo, el Señor, clavado en la cruz para librarnos.

Sea hoy para nosotros salvación y redención.

Con el gozo que nos da el sabernos hijos de Dios, digamos con confianza:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos, hoy,  nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

Oración final:              

Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos.

¡Amén!

El Señor nos bendiga, y nos guarde de todo mal, y nos lleve a la vida eterna.

¡Amén!

Dame tus ojos, Madre, para saber mirar, si miro con tus ojos jamás podré pecar; dame tus labios, Madre, para poder rezar, si rezo con tus labios Jesús me escuchará; dame tus manos, Madre, que quiero trabajar, entonces mi trabajo valdrá una eternidad; dame tu manto, Madre, que cubra mi maldad, cubierto con tu manto al cielo he de llegar; dame tu cielo, Madre, para poder gozar, si tú me das el cielo, ¿qué más puedo anhelar?; dame a Jesús, ¡oh Madre!,  para poder amar, esta será mi dicha por una eternidad.

¡Amén!

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