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Laudes I oración de la mañana I martes 16 febrero 2021

II semana del salterio

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Laudes

¡Señor abre mis labios y mi boca proclamará tu alabanza!

 Salmo 66

¡Qué todos los pueblos alaben al señor!

R/: ¡Venid, adoremos al Señor Dios grande! 

El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos,

todos los pueblos tu salvación.

R/: ¡Venid, adoremos al Señor Dios grande!

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

R/: ¡Venid, adoremos al Señor Dios grande!

Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia,

riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra.

R/: ¡Venid, adoremos al Señor Dios grande!

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

R/: ¡Venid, adoremos al Señor Dios grande!

La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor, nuestro Dios.

Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe.

R/: ¡Venid, adoremos al Señor Dios grande!

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

R/: ¡Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos!,  ¡amén!

R/: ¡Venid, adoremos al Señor Dios grande!

Himno: 

Porque, Señor, yo te he visto y quiero volverte a ver,

quiero creer. Te vi, sí, cuando era niño y en agua me bauticé,

y, limpio de culpa vieja, sin velos te pude ver.

Devuélveme aquellas puras transparencias de aire fiel,

devuélveme aquellas niñas de aquellos ojos de ayer.

Están mis ojos cansados de tanto ver luz sin ver;

por la oscuridad del mundo, voy como un ciego que ve.

Tú que diste vista al ciego y a Nicodemo también,

filtra en mis secas pupilas dos gotas frescas de fe.

Salmodia:

 ¡Envíame, Señor, tu luz y tu verdad!

Salmo 42

Hazme justicia, ¡oh Dios!, defiende mi causa

contra gente sin piedad;

sálvame del hombre traidor y malvado.

Tú eres mi Dios y protector,

¿por qué me rechazas?,

¿por qué voy andando sombrío,

hostigado por mi enemigo?

Envía tu luz y tu verdad,

que ellas me guíen

y me conduzcan hasta tu monte santo,

hasta tu morada.

Que yo me acerque al altar de Dios,

al Dios de mi alegría;

que te dé gracias al son de la cítara,

Dios, Dios mío.

¿Por qué te acongojas, alma mía,

¿por qué te me turbas?

Espera en Dios; que volverás a alabarlo:

¡Salud de mi rostro, Dios mío!

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

¡Cómo era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos!, ¡amén!

¡Envíame, Señor, tu luz y tu verdad!

¡Protégenos, Señor, todos los días de nuestra vida!

Cántico: Isaías: capítulo 38, versículos 10 al 14, 17 al 20

Yo pensé: en medio de mis días tengo que marchar hacia las puertas del abismo,

me privan del resto de mis años.

Yo pensé:  ya no veré más al Señor en la tierra de los vivos,

ya no miraré a los hombres entre los habitantes del mundo.

Levantan y enrollan mi vida, como una tienda de pastores;

como un tejedor, devanaba yo mi vida, y me cortan la trama.

Día y noche me estás acabando, sollozo hasta el amanecer;

me quiebras los huesos como un león, día y noche me estás acabando.

Estoy piando como una golondrina, gimo como una paloma.

Mis ojos mirando al cielo se consumen: ¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí!

Me has curado, me has hecho revivir, la amargura se me volvió paz

cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía y volviste la espalda a todos mis pecados.

El abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba,

ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa.

Los vivos, los vivos son quienes te alaban, como yo ahora.

El padre enseña a sus hijos tu fidelidad.

Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas

todos nuestros días en la casa del Señor.

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

¡Cómo era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos!, ¡amén!

¡Protégenos, Señor, todos los días de nuestra vida!

¡Oh Dios, tú mereces un himno en Sión!

 Salmo 64:

¡Oh Dios!, tú mereces un himno en Sión,

y a ti se te cumplen los votos,

porque tú escuchas las súplicas.

A ti acude todo mortal a causa de sus culpas;

nuestros delitos nos abruman,

pero tú los perdonas.

Dichoso el que tú eliges y acercas

para que viva en tus atrios:

que nos saciemos de los bienes de tu casa,

de los dones sagrados de tu templo.

Con portentos de justicia nos respondes,

Dios, salvador nuestro;

tú, esperanza del confín de la tierra

y del océano remoto;

tú que afianzas los montes con tu fuerza,

ceñido de poder;

tú que reprimes el estruendo del mar,

el estruendo de las olas

y el tumulto de los pueblos.

Los habitantes del extremo del orbe

se sobrecogen ante tus signos,

y a las puertas de la aurora y del ocaso

las llenas de júbilo.

Tú cuidas de la tierra, la riegas

y la enriqueces sin medida;

la acequia de Dios va llena de agua,

preparas los trigales;

riegas los surcos, igualas los terrones,

tu llovizna los deja mullidos,

bendices sus brotes;

coronas el año con tus bienes,

tus carriles rezuman abundancia;

rezuman los pastos del páramo,

y las colinas se orlan de alegría;

las praderas se cubren de rebaños,

y los valles se visten de mieses,

que aclaman y cantan.

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

¡Cómo era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos!, ¡amén!

¡Oh Dios, tú mereces un himno en Sión!

Lectura breve:

Primera de Tesalonicenses; capítulo 5, versículo 4 al 5

Vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas.

Responsorio breve:

¡Señor, escucha mi voz, he esperado en tus palabras!

¡Señor, escucha mi voz, he esperado en tus palabras!

Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio, he esperado en tus palabras.

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

¡Señor, escucha mi voz, he esperado en tus palabras!

Cántico evangélico:

¡De la mano de todos los que nos odian, sálvanos, Señor!

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

porque ha visitado y redimido a su pueblo,

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,

según lo había predicho desde antiguo

por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

y de la mano de todos los que nos odian;

realizando la misericordia

que tuvo con nuestros padres,

recordando su santa alianza

y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,

arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia,

en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor

a preparar sus caminos,

anunciando a su pueblo la salvación,

el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tinieblas

y en sombra de muerte,

para guiar nuestros pasos

por el camino de la paz.

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

¡Cómo era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos!, amén!

¡De la mano de todos los que nos odian, sálvanos, Señor!

Preces:

Bendigamos a nuestro Salvador, que, con su resurrección, ha iluminado al mundo, y, digámosle suplicantes:

¡Guárdanos, Señor, en tu camino!

Señor Jesús, al consagrar nuestra oración matinal a la memoria de tu santa resurrección,

te pedimos que la esperanza de participar en tu gloria ilumine todo nuestro día.

Te ofrecemos, Señor, los deseos y proyectos de nuestra jornada:

dígnate aceptarlos y bendecirlos como primicias de nuestro día.

Concédenos crecer hoy en tu amor,

a fin de que todo sirva para nuestro bien y el de nuestros hermanos.

Haz, Señor, que el ejemplo de nuestra vida resplandezca como una luz ante los hombres,

para que todos den gloria al Padre que está en los cielos.

Porque deseamos que la luz de Cristo alumbre a todos los hombres, pidamos al Padre que su reino llegue a nosotros:

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino,

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

R/: Danos hoy nuestro pan de cada día,  perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Oración final:

Señor Jesucristo, luz verdadera que alumbras a todo hombre y le muestras el camino de la salvación, concédenos la abundancia de tu fuerza, para que preparemos delante de ti caminos de justicia y de paz.

Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo, y eres Dios, por los siglos de los siglos, ¡amén!

El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.

¡Amén!

¡Oh señora mía!, ¡oh madre mía!,  yo me ofrezco enteramente a vos y en prueba de mi filial afecto os consagró en este día: mis ojos, mis oídos, mi lengua y mi corazón; en una palabra todo mi ser, ya que soy todo vuestro, ¡oh madre de bondad! guardadme y protegerme como hijo y posesión vuestra.

¡Amén!

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