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Laudes I oración de la mañana I miércoles 31 de marzo 2021

Laudes

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¡Señor, abre mis labios!

¡Y mi boca proclamará tu alabanza!

Salmo 23:

Entrada solemne de Dios en su templo.

Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe, y todos sus habitantes: él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.

Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?

Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

El hombre de manos inocentes, y puro corazón, que no confía en los ídolos ni jura contra el prójimo en falso; ese recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación.

Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

Este es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

¡Portones!, alzad los dinteles, levantaos puertas antiguas: va a entrar el Rey de la gloria.

Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, héroe valeroso; el Señor, héroe de la guerra.

Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

¡Portones!, alzad los dinteles, Levantaos puertas antiguas: va a entrar el Rey de la gloria.

Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos. Él es el Rey de la gloria.

Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

¡Amén!

Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió.

Himno:

En tus manos, Señor, pongo mi vida con todas sus angustias y dolores; que en ti florezcan frescos mis amores y que halle apoyo en ti mi fe caída.

Quiero ser como cera derretida que modelen tus dedos creadores; y morar para siempre sin temores de tu costado en la sangrienta herida.

Vivir tu muerte y tus dolores grandes, disfrutar tus delicias verdaderas y seguir el camino por donde andes.

Dame, Señor, huir de mis quimeras, dame, Señor, que quiera lo que mandes

para poder querer lo que tú quieras.

¡Amén!

Salmodia:

En mi angustia te busco, Señor mío, y extiendo las manos sin descanso.

Salmo 76:

Alzo mi voz a Dios gritando, alzo mi voz a Dios para que me oiga.

En mi angustia te busco, Señor mío; de noche extiendo las manos sin descanso, y mi alma rehusa el consuelo. Cuando me acuerdo de Dios, gimo, y meditando me siento desfallecer.

Sujetas los párpados de mis ojos, y la agitación no me deja hablar. Repaso los días antiguos, recuerdo los años remotos; de noche lo pienso en mis adentros, y meditándolo me pregunto: «¿Es que el Señor nos rechaza para siempre y ya no volverá a favorecernos? ¿Se ha agotado ya su misericordia, se ha terminado para siempre su promesa? ¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad, o la cólera cierra sus entrañas?»

Y me digo: «¡Qué pena la mía! ¡Se ha cambiado la diestra del Altísimo!» Recuerdo las proezas del Señor; sí, recuerdo tus antiguos portentos, medito todas tus obras y considero tus hazañas.

Dios mío, tus caminos son santos: ¿Qué dios es grande como nuestro Dios? Tú, oh Dios, haciendo maravillas, mostraste tu poder a los pueblos; con tu brazo rescataste a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José.

Te vio el mar, oh Dios, te vio el mar y tembló, las olas se estremecieron.

Las nubes descargaban sus aguas, retumbaban los nubarrones, tus saetas zigzagueaban.

Rodaba el estruendo de tu trueno, los relámpagos deslumbraban el orbe, la tierra retembló estremecida.

Tú te abriste camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas, y no quedaba rastro de tus huellas.

Mientras guiabas a tu pueblo, como a un rebaño, por la mano de Moisés y de Aarón.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

¡Amén!

En mi angustia te busco, Señor mío, y extiendo las manos sin descanso.

Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él.

Cántico:

1 Samuel 2,1-10:

Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios; mi boca se ríe de mis enemigos, porque gozo con tu salvación. No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios.

No multipliquéis discursos altivos, no echéis por la boca arrogancias, porque el Señor es un Dios que sabe; él es quien pesa las acciones.

Se rompen los arcos de los valientes, mientras los cobardes se ciñen de valor; los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos no tienen ya que trabajar; la mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía.

El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece.

Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono de gloria; pues del Señor son los pilares de la tierra, y sobre ellos afianzó el orbe.

Él guarda los pasos de sus amigos, mientras los malvados perecen en las tinieblas, porque el hombre no triunfa por su fuerza.

El Señor desbarata a sus contrarios, el Altísimo truena desde el cielo, el Señor juzga hasta el confín de la tierra. Él da fuerza a su Rey, exalta el poder de su Ungido.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

¡Amén!

Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él.

Dios ha hecho a Cristo para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención.

Salmo 96:

El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. Tiniebla y nube lo rodean, justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego, abrasando en torno a los enemigos; sus relámpagos deslumbran el orbe, y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera ante el dueño de toda la tierra; los cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan, los que ponen su orgullo en los ídolos; ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra, se regocijan las ciudades de Judá por tus sentencias, Señor.

Porque tú eres, Señor, altísimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal, protege la vida de sus fieles y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón. Alegraos, justos, con el Señor, celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

¡Amén!

Dios ha hecho a Cristo para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención.

Lectura breve:

Is 50,5-7

El Señor me abrió el oído; yo no me resistí ni me eché atrás; ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba, no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Responsorio breve:

Nos has comprado, Señor, con tu sangre. Nos has comprado, Señor, con tu sangre.

De toda raza, lengua, pueblo y nación. Con tu sangre. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Nos has comprado, Señor, con tu sangre.

Cántico evangélico:

La sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre:  Abraham.

Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

¡Amén!

La sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo.

Preces:

Acudamos a Cristo, nuestro Salvador, que nos redimió con su muerte y resurrección, y supliquémosle, diciendo:

Señor, ten piedad de nosotros. Tú que subiste a Jerusalén para sufrir la pasión y entrar así en la gloria. Conduce a tu Iglesia a la Pascua eterna.

Tú que, exaltado en la cruz, quisiste ser atravesado por la lanza del soldado.

Sana nuestras heridas. Tú que convertiste el madero de la cruz en árbol de vida.

Haz que los renacidos en el bautismo gocen de la abundancia de los frutos de este árbol.

Tú que clavado en la cruz, perdonaste al ladrón arrepentido.

Perdónanos también a nosotros, pecadores.

Terminemos nuestra oración diciendo juntos las palabras del Señor y pidiendo al Padre que nos libre de todo mal:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos, hoy,  nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

Oración final:

Dios todopoderoso y eterno, concédenos participar tan vivamente en las celebraciones de la pasión del Señor, que alcancemos tu perdón.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos.

¡Amén!

El Señor nos bendiga, y nos guarde de todo mal, y nos lleve a la vida eterna.

¡Amén!

Dame tus ojos, Madre, para saber mirar, si miro con tus ojos jamás podré pecar; dame tus labios, Madre, para poder rezar, si rezo con tus labios Jesús me escuchará; dame tus manos, Madre, que quiero trabajar, entonces mi trabajo valdrá una eternidad; dame tu manto, Madre, que cubra mi maldad, cubierto con tu manto al cielo he de llegar; dame tu cielo, Madre, para poder gozar, si tú me das el cielo que más puedo anhelar; dame a Jesús, ¡oh Madre!,  para poder amar, esta será mi dicha por una eternidad.

¡Amén!

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