Laudes
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¡Señor, abre mis labios!
¡Y mi boca proclamará tu alabanza!
Salmo 66:
¡Qué todos los pueblos alaben al Señor!
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Himno:
Tu cuerpo es lazo de amores, de Dios y el hombre atadura; amor que a tu cuerpo acude como tu cuerpo perdura.
Tu cuerpo, surco de penas, hoy es de luz y rocío; que lo vean los que lloran con ojos enrojecidos.
Tu cuerpo espiritual es la Iglesia congregada; tan fuerte como tu cruz, tan bella como tu Pascua.
Tu cuerpo sacramental es de tu carne y tu sangre, y la Iglesia, que es tu Esposa, se acerca para abrazarte.
¡Amén!
Salmodia
¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados. Aleluya.
Salmo 50:
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.
¡Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mío!, y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén: entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán novillos.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!
¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados. Aleluya.
Tú, Señor, has salido con Cristo a salvar a tu pueblo. Aleluya.
Cántico:
Habacuc 3, 2-4.13a.15-19:
Señor, he oído tu fama, me ha impresionado tu obra. En medio de los años, realízala; en medio de los años, manifiéstala; en el terremoto, acuérdate de la misericordia.
El Señor viene de Temán; el Santo, del monte Farán: su resplandor eclipsa el cielo, la tierra se llena de su alabanza; su brillo es como el día, su mano destella velando su poder.
Sales a salvar a tu pueblo, a salvar a tu ungido; pisas el mar con tus caballos, revolviendo las aguas del océano.
Lo escuché y temblaron mis entrañas, al oírlo se estremecieron mis labios; me entró un escalofrío por los huesos, vacilaban mis piernas al andar; gimo ante el día de angustia que sobreviene al pueblo que nos oprime.
Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios, mi salvador.
El Señor soberano es mi fuerza, él me da piernas de gacela y me hace caminar por las alturas.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!
Tú, Señor, has salido con Cristo a salvar a tu pueblo. Aleluya.
Alaba a tu Dios, Sión, que ha puesto paz en tus fronteras. Aleluya.
Salmo 147:
Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti; has puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz; manda la nieve como lana, esparce la escarcha como ceniza.
Hace caer el hielo como migajas y con el frío congela las aguas; envía una orden, y se derriten; sopla su aliento, y corren.
Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!
Alaba a tu Dios, Sión, que ha puesto paz en tus fronteras. Aleluya.
Lectura breve:
Hch 5,30-32
El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.
Responsorio breve:
El Señor ha resucitado del sepulcro. El Señor ha resucitado del sepulcro. El que por nosotros colgó del madero. Ha resucitado del sepulcro.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. El Señor ha resucitado del sepulcro.
Cántico Evangélico:
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados. Aleluya.
Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre: Abraham.
Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados. Aleluya.
Preces:
Dirijamos nuestra oración a Dios Padre, que por el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos y vivificará también nuestros cuerpos mortales, y digámosle: Vivifícanos, Señor, con tu Espíritu Santo.
Padre santo, tú que al resucitar a tu Hijo de entre los muertos manifestaste que habías aceptado su sacrificio.
Acepta también la ofrenda de nuestro día y condúcenos a la plenitud de la vida.
Bendice, Señor, las acciones de este día.
Y ayúdanos a buscar en ellas tu gloria y el bien de nuestros hermanos.
Que el trabajo de hoy sirva para la edificación de un mundo nuevo.
Y nos conduzca también a tu reino eterno.
Te pedimos, Señor, que nos hagas estar siempre solícitos del bien de los hombres.
Y que nos ayudes a amarnos mutuamente.
Ya que Dios nos ha adoptado como hijos, oremos al Padre como nos enseñó el Señor: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos, hoy, nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Oración final:
Oh Dios, que, para librarnos del poder del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la cruz, concédenos alcanzar la gracia de la resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos.
¡Amén!
El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal, y nos lleve a la vida eterna.
¡Amén!
Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza; a ti Celestial Princesa, Virgen Sagrada María, yo te ofrezco en este día: alma, vida y corazón; mírame con compasión, no me dejes Madre mía.
¡Amén!