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Laudes I oración de la mañana I viernes 21 mayo 2021

Laudes

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¡Señor, abre mis labios!
¡Y mi boca proclamará tu alabanza!

Salmo 66:

¡Qué todos los pueblos alaben al Señor!
Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que nos prometió el Espíritu Santo. Aleluya.
El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.
Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que nos prometió el Espíritu Santo. Aleluya.
¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que nos prometió el Espíritu Santo. Aleluya.
Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra.
Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que nos prometió el Espíritu Santo. Aleluya.
¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que nos prometió el Espíritu Santo. Aleluya.
La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor, nuestro Dios. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe.
Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que nos prometió el Espíritu Santo. Aleluya.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!

Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que nos prometió el Espíritu Santo. Aleluya.

Himno:

¡El mundo brilla de alegría! ¡Se renueva la faz de la Tierra! ¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!

Esta es la hora en que rompe el Espíritu el techo de la tierra, y una lengua de fuego innumerable purifica, renueva, enciende, alegra las entrañas del mundo.

Esta es la fuerza que pone en pie a la Iglesia en medio de las plazas y levanta testigos en el pueblo, para hablar con palabras como espadas delante de los jueces.

Llama profunda, que escrutas e iluminas el corazón del hombre: restablece la fe con tu noticia, y el amor ponga en vela la esperanza hasta que el Señor vuelva.

¡Amén!

Salmodia

Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado. Aleluya.
Salmo 50:
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.

¡Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mío!, y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!

Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado. Aleluya.

Cristo, cargado con nuestros pecados, subió al leño. Aleluya.

Cántico:

Jeremías 14,17-21

Mis ojos se deshacen en lágrimas, día y noche no cesan: por la terrible desgracia de la Doncella de mi pueblo, una herida de fuertes dolores.

Salgo al campo: muertos a espada; entro en la ciudad: desfallecidos de hambre;
tanto el profeta como el sacerdote vagan sin sentido por el país.

¿Por qué has rechazado del todo a Judá? ¿Tiene asco tu garganta de Sión?
¿Por qué nos has herido sin remedio? Se espera la paz, y no hay bienestar,
al tiempo de la cura sucede la turbación.

Señor, reconocemos nuestra impiedad, la culpa de nuestros padres,
porque pecamos contra ti.

No nos rechaces, por tu nombre, no desprestigies tu trono glorioso;
recuerda y no rompas tu alianza con nosotros.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!

Cristo, cargado con nuestros pecados, subió al leño. Aleluya.

Entrad a la presencia del Señor con vítores. Aleluya.

Salmo 99:

Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores.

Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre.

El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!

Entrad a la presencia del Señor con vítores. Aleluya.

Lectura breve:

Hch 5,30-32
El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.

Responsorio breve:

El Señor ha resucitado del sepulcro. El Señor ha resucitado del sepulcro. Él, que por nosotros colgó del madero. Ha resucitado del sepulcro. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. El Señor ha resucitado del sepulcro.

Cántico evangélico:

Cristo, que murió, resucitó, y está a la derecha de Dios, vive siempre para interceder en nuestro favor. Aleluya.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre: Abraham.

Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!

Cristo, que murió, resucitó, y está a la derecha de Dios, vive siempre para interceder en nuestro favor. Aleluya.

Preces:

Dios Padre, a quien pertenece el honor y la gloria por los siglos, nos conceda que, con la fuerza del Espíritu Santo, desbordemos de esperanza. Digámosle:
Ven, Señor, en nuestra ayuda y sálvanos.
Padre todopoderoso, envíanos tu Espíritu que interceda por nosotros.
Porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene.
Envíanos tu Espíritu, luz esplendorosa.
Y haz que penetre hasta lo más intimo de nuestro ser.
No nos abandones, Señor, en el abismo en que nos sumerge nuestro pecado.
Porque somos obra de tus manos.
Concédenos comprensión para acoger a los débiles y frágiles en la fe.
No con impaciencia y de mala gana, sino con autentica caridad.

Llenos del Espíritu de Jesucristo, acudamos a nuestro Padre común, diciendo:
Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos, hoy, nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

Oración final:

Oh Dios, que por la glorificación de Jesucristo y la venida del Espíritu Santo nos has abierto las puertas de tu reino, haz que la recepción de dones tan grandes nos mueva a dedicarnos con mayor empeño a tu servicio y a vivir con mayor plenitud las riquezas de nuestra fe.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos.
¡Amén!

El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal, y nos lleve a la vida eterna.
¡Amén!

Salve, Reina de los Cielos y Señora de los Ángeles; salve raíz, salve puerta que dio paso a nuestra luz; alégrate, Virgen Gloriosa, entre todas la más bella; salve, Agraciada Doncella, ruega a Cristo por nosotros.

¡Amén!

 

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