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Laudes I oración de la mañana I viernes 30 de abril 2021

Laudes

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¡Señor, abre mis labios!
¡Y mi boca proclamará tu alabanza!

Salmo 66:

¡Qué todos los pueblos alaben al Señor!
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe.
Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!

Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Himno:

Tu cuerpo es lazo de amores, de Dios y el hombre atadura; amor que a tu cuerpo acude
como tu cuerpo perdura.

Tu cuerpo, surco de penas, hoy es de luz y rocío; que lo vean los que lloran
con ojos enrojecidos.

Tu cuerpo espiritual es la Iglesia congregada; tan fuerte como tu cruz,tan bella como tu Pascua.

Tu cuerpo sacramental es de tu carne y tu sangre, y la Iglesia, que es tu Esposa,
se acerca para abrazarte.

¡Amén!

Salmodia

Cristo se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima. Aleluya.

Salmo 50

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.

¡Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mío!, y cantará mi lengua tu justicia. Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén: entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!

Cristo se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima. Aleluya.

Jerusalén, ciudad de Dios, una luz esplendente te iluminará. Aleluya.

Cántico:

Tobías 13,10-13.15.16b-17a

Que todos alaben al Señor y le den gracias en Jerusalén. Jerusalén, ciudad santa,
él te castigó por las obras de tus hijos, pero volverá a apiadarse del pueblo justo.

Da gracias al Señor como es debido y bendice al rey de los siglos, para que su templo
sea reconstruido con júbilo.

Para que él alegre en ti a todos los desterrados, y ame en ti a todos los desgraciados,
por los siglos de los siglos.

Una luz esplendente iluminará a todas las regiones de la tierra. Vendrán a ti de lejos muchos pueblos, y los habitantes del confín de la tierra vendrán a visitar al Señor, tu Dios, con ofrendas para el rey del cielo.

Generaciones sin fin cantarán vítores en tu recinto, y el nombre de la elegida durará para siempre.

Saldrás entonces con júbilo al encuentro del pueblo justo, porque todos se reunirán para bendecir al Señor del mundo.

Dichosos los que te aman, dichosos los que te desean la paz.

Bendice, alma mía, al Señor, al rey soberano, porque Jerusalén será reconstruida
y, allí, su templo para siempre.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!

Jerusalén, ciudad de Dios, una luz esplendente te iluminará. Aleluya.

Vi la nueva Jerusalén, que descendía del cielo. Aleluya.

Salmo 147:

Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti; ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz; manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza.

Hace caer el hielo como migajas y con el frío congela las aguas; envía una orden, y se derriten; sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!

Vi la nueva Jerusalén, que descendía del cielo. Aleluya.

Lectura breve:

Hch 5,30-32
El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.

Responsorio breve:

El Señor ha resucitado del sepulcro. El Señor ha resucitado del sepulcro.
Él, que por nosotros colgó del madero. Ha resucitado del sepulcro.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. El Señor ha resucitado del sepulcro.

Cántico evangélico:

Me voy a prepararos sitio; volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Aleluya.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre: Abraham.

Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!

Me voy a prepararos sitio; volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Aleluya.

Preces:

Dirijamos nuestra oración a Dios Padre, que por el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos y vivificará también nuestros cuerpos mortales, y digámosle:
Vivifícanos, Señor, con tu Espíritu Santo.
Padre santo, tú que al resucitar a tu Hijo de entre los muertos manifestaste que habías aceptado su sacrificio.
Acepta también la ofrenda de nuestro día y condúcenos a la plenitud de la vida.
Bendice, Señor, las acciones de este día.
Y ayúdanos a buscar en ellas tu gloria y el bien de nuestros hermanos.
Que el trabajo de hoy sirva para la edificación de un mundo nuevo.
Y nos conduzca también a tu reino eterno.
Te pedimos, Señor, que nos hagas estar siempre solícitos del bien de los hombres.
Y que nos ayudes a amarnos mutuamente.

Como hijos que somos de Dios, dirijámonos a nuestro Padre con la oración que Cristo nos enseñó:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo;
danos, hoy, nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

Oración final:

Señor, origen de nuestra libertad y de nuestra salvación, escucha las súplicas de quienes te invocamos, y, pues nos has salvado por la sangre de tu Hijo, haz que vivamos siempre en ti, y en ti encontremos la felicidad eterna.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos.
¡Amén!

El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal, y nos lleve a la vida eterna.
¡Amén!

Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza; a ti Celestial Princesa, Virgen Sagrada María, yo te ofrezco en este día: alma, vida y corazón; mírame con compasión, no me dejes Madre mía.

¡Amén!

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