Oficio de Lectura
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
HIMNO
Primicias son del sol de su Palabra
las luces fulgurantes de este día;
despierte el corazón, que es Dios quien llama,
y su presencia es la que ilumina.
Jesús es el que viene y que pasa
en Pascua permanente entre los hombres,
resuena en cada hermano su palabra,
revive en cada vida sus amores.
Abrid el corazón, es él quien llama
con voces apremiantes de ternura;
venid: habla, Señor, que tu palabra
es vida y salvación de quien la escucha.
El día del Señor, eterna Pascua,
que nuestro corazón inquieto espera,
en ágape de amor ya nos alcanza,
solemne memorial en toda fiesta.
Honor y gloria al Padre que nos ama,
y al Hijo que preside esta asamblea,
cenáculo de amor le sea el alma,
su Espíritu por siempre sea en ella. Amén.
SALMODIA
Ant. 1 Día tras día te bendeciré, Señor. Aleluya.
– Salmo 144 –
–I–
Ten ensalsaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
Día tras día te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza;
una generación pondera tus obras a la otra,
y le cuenta tus hazañas.
Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas;
encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones;
difunden la memoria de tu inmensa bondad,
y aclaman tus victorias.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus creaturas.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1 Día tras día te bendeciré, Señor. Aleluya.
Ant. 2 Tu reinado, Señor, es un reinado perpetuo. Aleluya.
–II–
Que todas tus creaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas;
explicando tus proezas a los hombre,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 Tu reinado, Señor, es un reinado perpetuo. Aleluya.
Ant. 3 El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en
todas sus acciones. Aleluya. +
–III–
El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sua acciones.
+ El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.
Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.
Satisface los deseos de sus fieles,
escucha sus gritos, y los salva.
El Señor guarda a los que lo aman,
pero destruye a los malvados.
Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en
todas sus acciones. Aleluya.
VERSÍCULO
V. Hijo mío, haz caso a mis palabras.
R. Presta oído a mis consejos.
PRIMERA LECTURA
Comienza el libro del profeta Jonás
1, 1—2, 1. 11
En aquellos días, el Señor dirigió la palabra a Jonás,
hijo de Amitay:
«Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y procla-
ma en ella que su maldad ha llegado hasta mí.»
Se levantó Jonás para huir a Tarsis, lejos del Señor;
bajó a Jafa y encontró un barco que zarpaba para Tar-
sis; pagó el precio y embarcó para navegar con ellos a
Tarsis, lejos del Señor. Pero el Señor envió un viento
impetuoso sobre el mar, se alzó una gran tormenta en el
mar, y la nave estaba a punto de naufragar. Temieron
los marineros, e invocaba cada cual a su dios. Arrojaron
los pertrechos al mar, para aligerar la nave, mientras
Jonás, que había bajado a lo hondo de la nave, dormía
profundamente. El capitán se le acercó y le dijo:
«¿Por qué duermes? Levántate e invoca a tu Dios;
quizá se compadezca ese Dios de nosotros, para que no
perezcamos.»
Y decían unos a otros:
«Echemos suertes para ver por culpa de quién nos
viene esta calamidad.»
Echaron suertes, y la suerte cayó sobre Jonás. Le
interrogaron:
«Dinos, ¿por qué nos sobreviene esta calamidad?
¿Cuál es tu oficio? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país?
¿De qué pueblo eres?»
Él les contestó:
«Soy un hebreo, y adoro al Señor, Dios del cielo, que
hizo el mar y la tierra firme.»
Temieron grandemente aquellos hombres y le di-
jeron:
«¿Qué has hecho?»
Pues comprendieron que huía del Señor, por lo que
él había declarado. Entonces, le preguntaron:
«¿Qué haremos contigo para que se nos aplaque el
mar?»
Porque el mar seguía embraveciéndose. Él contestó:
«Levantadme y arrojadme al mar, y el mar se os
aplacará; pues sé que por mi culpa os sobrevino esta
terrible tormenta.»
Pero ellos remaban para alcanzar tierra firme, y no
podían, porque el mar seguía embraveciéndose. Enton-
ces, invocaron al Señor, diciendo:
«¡Ah, Señor, que no perezcamos por culpa de este
hombre, no nos hagas responsables de una sangre ino-
cente! Porque tú, Señor, obras como quieres.»
Levantaron, pues, a Joñas y lo arrojaron al mar; y
el mar calmó su furia. Y aquellos hombres temieron
mucho al Señor. Ofrecieron un sacrificio al Señor y le
hicieron votos.
El Señor envió un pez gigantesco para que se co-
miera a Jonás, y estuvo Jonás en el vientre del pez tres
días con sus noches. Entonces, el Señor dio orden al pez,
que vomitó a Jonás en tierra firme.
Responsorio
R. Como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres
días y tres noches, así estará el Hijo del hombre
tres días y tres noches en el seno de la tierra. * Pero
al tercer día resucitará.
V. El Hijo del hombre será entregado en manos de los
pecadores, y lo matarán.
R. Pero al tercer día resucitará.
SEGUNDA LECTURA
Del Diálogo de santa Catalina de Siena, virgen, Sobre la
divina providencia
Mi Señor dulcísimo, vuelve benignamente tus ojos
misericordiosos a este pueblo y al cuerpo místico que
es tu Iglesia; porque mayor gloria se seguirá para tu
santo nombre al perdonar tan gran muchedumbre de
tus creaturas que si tan sólo me perdonas a mí, mise-
rable pecadora, que tan gravemente he ofendido a tu
majestad. ¿Qué consuelo podría hallar yo en poseer la
vida, viendo que tu pueblo está privado de ella, y viendo
cómo las tinieblas del pecado cubren a tu amada Es-
posa, por mis pecados y los de las demás creaturas
tuyas?
Deseo, pues, y te pido como una gracia especial este
perdón, por aquel amor incomparable que te movió a
crear al hombre a tu imagen y semejanza. ¿Cuál, me
pregunto, fue la causa de que colocaras al hombre en
tan alta dignidad? Ciertamente, sólo el amor incompa-
rable con el cual miraste en ti mismo a tu creatura y
te enamoraste de ella. Mas veo con claridad que por
culpa de su pecado perdió merecidamente la dignidad
en que lo habías colocado.
Pero tú, movido por aquel mismo amor, queriendo
reconciliarte gratuitamente al género humano, nos diste
la Palabra que es tu Hijo unigénito, el cual fue verda-
deramente reconciliador y mediador entre tú y nosotros.
Él fue nuestra justicia, ya que cargó sobre sí todas nues-
tras injusticias e iniquidades y sufrió el castigo que por
ellas merecíamos, por obediencia al mandato que tú,
Padre eterno, le impusiste, cuando decretaste que ha-
bía de asumir nuestra humanidad. ¡Oh incomparable
abismo de caridad! ¿Qué corazón habrá tan duro que
no se parta al considerar cómo la sublimidad divina ha
descendido tan abajo, hasta nuestra propia humanidad?
Nosotros somos tu imagen y tú imagen nuestra, por
la unión verificada en el hombre, velando la divinidad
eterna con esta nube que es la masa infecta de la carne
de Adán. ¿Cuál es la causa de todo esto? Solamente tu
amor inefable. Por éste tu amor incomparable imploro,
pues, a tu majestad, con todas las fuerzas de mi alma,
para que otorgues benignamente tu misericordia a tus
miserables creaturas.
Responsorio
R. Voy a cantar la bondad y la justicia, para ti es mi
música. Señor. * Caminaré por la senda perfecta,
¿cuándo vendrás a mí?
V. Procederé con rectitud de corazón dentro de mi casa.
R. Caminaré por la senda perfecta, ¿cuándo vendrás
a mí?
HIMNO FINAL
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos elegidos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor me acojo,
no quede yo nunca defraudado para siempre.
ORACIÓN.
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, a quien confiadamente
invocamos con el nombre de Padre, intensifica en noso-
tros el espíritu de hijos adoptivos tuyos, para que me-
rezcamos entrar en posesión de la herencia que nos
tienes prometida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo…
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.