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Oficio de lectura – domingo 2 junio 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

HIMNO

Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro,
con angustia tu vida,
sin heridas tu cuerpo.

Te nos quedaste vivo,
porque ibas a ser muerto;
porque iban a romperte,
te nos quedaste entero.
Gota a gota tu sangre,
grano a grano tu cuerpo:
un lagar y un molino
en dos trozos de leño.

Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.

Te nos quedaste todo:
amor y sacramento,
ternura prodigiosa,
todo en ti, tierra y cielo.
Te quedaste conciso,
te escondiste concreto,
nada para el sentido,
todo para el misterio.

Aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.

Vino de sed herida,
trigo de pan hambriento,
toda tu hambre cercana,
tú, blancura de fuego.
En este frío del hombre
y en su labio reseco,
aquella noche santa,
te nos quedaste nuestro.

Te adoro, Cristo oculto,
te adoro, trigo tierno. Amén.

Nota. Aunque no es Pascua, por ser domingo, al parecer las algunas antifonas dominicales como también se hace en laudes, llevan el aleluya al final.

SALMODIA

Ant. 1 Decid a los inválidos: «Tengo ya preparado el
banquete, venid a las bodas.» Aleluya.

– Salmo 22 –

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 Decid a los inválidos: «Tengo ya preparado el
banquete, venid a las bodas.» Aleluya.

Ant. 2 El que tenga sed que venga a mí y que beba
en la fuente eterna.

Salmo 41

Como busca la cierva
corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti. Dios mío;

tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?

Las lágrimas son mi pan
noche y día,
mientras todo el día me repiten:
«¿Dónde está tu Dios?»

Recuerdo otros tiempos,
y mi alma desfallece de tristeza:
cómo marchaba a la cabeza del grupo,
hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza,
en el bullicio de la fiesta.

¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío.»

Cuando mi alma se acongoja,
te recuerdo,
desde el Jordán y el Hermón
y el Monte Menor.

Una sima grita a otra sima
con voz de cascadas:
tus torrentes y tus olas
me han arrollado.

De día el Señor
me hará misericordia,
de noche cantaré la alabanza
del Dios de mi vida.

Diré a Dios: Roca mía,
¿por qué me olvidas?
¿Por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?

Se me rompen los huesos
por las burlas del adversario;
todo el día me preguntan:
«¿Dónde está tu Dios?»

¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 El que tenga sed que venga a mí y que beba
en la fuente eterna.

Ant. 3 El Señor nos alimentó con flor de harina, nos
sació con miel silvestre.

-Salmo 80-

Aclamad a Dios, nuestra fuerza;
dad vítores al Dios de Jacob:
acompañad, tocad los panderos,
las cítaras templadas y las arpas;
tocad la trompeta por la luna nueva,
por la luna llena, que es nuestra fiesta;

porque es una ley de Israel,
un precepto del Dios de Jacob,
una norma establecida para José
al salir de Egipto.

Oigo un lenguaje desconocido:
«Retiré sus hombros de la carga,
y sus manos dejaron la espuerta.

Clamaste en la aflicción, y te libré,
te respondí oculto entre los truenos,
te puse a prueba junto a la fuente de Meribá.
Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti;
¡ojalá me escuchases, Israel!

No tendrás un dios extraño,
no adorarás un dios extranjero;
yo soy el Señor Dios tuyo,
que te saqué del país de Egipto;
abre tu boca y yo la saciaré.

Pero mi pueblo no escuchó mi voz,
Israel no quiso obedecer:
los entregué a su corazón obstinado,
para que anduviesen según sus antojos.

¡Ojalá me escuchase mi pueblo
y caminase Israel por mi camino!:
en un momento humillaría a sus enemigos
y volvería mi mano contra sus adversarios;

los que aborrecen al Señor te adularían,
y su suerte quedaría fijada;
te alimentaría con flor de harina,
te saciaría con miel silvestre.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 El Señor nos alimentó con flor de harina, nos
sació con miel silvestre.

VERSÍCULO

V. La Sabiduría se ha construido su casa. Aleluya.
R. Ha mezclado el vino y puesto la mesa. Aleluya.

PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo
24, 1-11

En aquellos días, dijo Dios a Moisés:

«Sube hacia mí con Aarón, Nadab, Abihú y los se-
tenta ancianos de Israel, prosternaos a distancia. Des-
pués se acercará Moisés solo, ellos no se acercarán; tam-
poco el pueblo subirá con ellos.»

Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que le había
dicho el Señor, todos sus mandatos, y el pueblo contestó
a una:

«Haremos todo lo que dice el Señor.»

Entonces Moisés puso por escrito todas las palabras
del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la
falda del monte, y doce estelas por las doce tribus de
Israel. Mandó luego a algunos jóvenes israelitas que ofre-
ciesen holocaustos e inmolasen vacas como sacrificio de
comunión para el Señor. Después tomó la mitad de la
sangre y la echó en recipientes, y con la otra roció el
altar. Tomó en seguida el documento del pacto y se lo
leyó en voz alta al pueblo, el cual respondió:

«Haremos todo lo que manda el Señor y obedece-
remos.»

Moisés tomó el resto de la sangre y roció con ella al
pueblo, diciendo:

«Ésta es la sangre de la alianza que el Señor hace
con vosotros, de acuerdo con todas estas palabras.»

Subieron Moisés, Aarón, Nadab, Abihú y los setenta
ancianos de Israel, y vieron al Dios de Israel. Bajo sus
pies había como un pavimento de zafiro, tan puro como
el mismo cielo cuando está sereno. Dios no extendió la
mano contra los notables de Israel, los cuales pudieron
contemplar a Dios y después comieron y bebieron.

Responsorio

R. Yo soy el pan de vida; vuestros padres comieron el
maná en el desierto y murieron; * éste es el pan que
baja del cielo para que quien lo coma no muera.

V. Yo soy el pan vivo bajado del cielo; todo el que coma
de este pan vivirá eternamente.

R. Éste es el pan que baja del cielo para que quien lo
coma no muera.

SEGUNDA LECTURA

De las Obras de santo Tomás de Aquino, presbítero

El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes
de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que,
hecho hombre, divinizase a los hombres.

Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto
tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación,
ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como vícti-
ma a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio
de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava,
para que fuésemos liberados de una miserable esclavi-
tud y purificados de todos nuestros pecados.

Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás
en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los
fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo,
para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que
fuese nuestra bebida.

¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saluda-
ble y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efec-
to, de más precioso que este banquete en el cual no se
nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de ma-
chos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley,
sino al mismo Cristo, verdadero Dios?

No hay ningún sacramento más saludable que éste,
pues por él se borran los pecados, se aumentan las vir-
tudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los
dones espirituales.

Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difun-
tos, para que a todos aproveche, ya que ha sido estable-
cido para la salvación de todos.

Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad
de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad es-
piritual en su misma fuente y celebramos la memoria
del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su
pasión.

Por eso, para que la inmensidad de este amor se
imprimiese más profundamente en el corazón de los
fieles, en la última cena, cuando después de celebrar la
Pascua con sus discípulos iba a pasar de este mundo al
Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memo-
rial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las
antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo
dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas
de su ausencia.

Responsorio

R. Reconoced en el pan al mismo que pendió en la cruz;
reconoced en el cáliz la sangre que brotó de su cos-
tado. Tomad, pues, y comed el cuerpo de Cristo;
tomad y bebed su sangre. * Sois ya miembros de
Cristo.

V. Comed el vínculo que os mantiene unidos, no sea
que os disgreguéis; bebed el precio de vuestra re-
dención, no sea que os depreciéis.

R. Sois ya miembros de Cristo.

HIMNO FINAL (Te Deum)

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos elegidos.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor me acojo,
no quede yo nunca defraudado para siempre.

ORACIÓN.

Señor nuestro Jesucristo, que en este sacramento
admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, con-
cédenos venerar de tal modo los sagrados misterios
de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos
constantemente en nosotros el fruto de tu redención.
Tú que vives y reinas..

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.