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Oficio de lectura – domingo 22 septiembre 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Himno: PRIMICIAS SON DEL SOL DE SU PALABRA

Primicias son del sol de su Palabra
las luces fulgurantes de este día;
despierte el corazón, que es Dios quien llama,
y su presencia es la que ilumina.

Jesús es el que viene y el que pasa
en Pascua permanente entre los hombres,
resuena en cada hermano su palabra,
revive en cada vida sus amores.

Abrid el corazón, es él quien llama
con voces apremiantes de ternura;
venid: habla, Señor, que tu palabra
es vida y salvación de quien la escucha.

El día del Señor, eterna Pascua,
que nuestro corazón inquieto espera,
en ágape de amor ya nos alcanza,
solemne memorial en toda fiesta.

Honor y gloria al Padre que nos ama,
y al Hijo que preside esta asamblea,
cenáculo de amor le sea el alma,
su Espíritu por siempre sea en ella. Amén.

SALMODIA

Ant 1. El árbol de la vida es tu cruz, oh Señor.

Salmo 1 – LOS DOS CAMINOS DEL HOMBRE

Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.

Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto a su tiempo
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.

No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
En el juicio los impíos no se levantarán,
ni los pecadores en la asamblea de los justos;
porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El árbol de la vida es tu cruz, oh Señor.

Ant 2. Yo mismo he establecido a mi Rey en Sión, mi monte santo.

Salmo 2 – EL MESÍAS, REY VENCEDOR.

¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo.»

El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».

Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza.»

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo mismo he establecido a mi Rey en Sión, mi monte santo.

Ant 3. Tú, Señor, eres mi escudo y mantienes alta mi cabeza.

Salmo 3 – CONFIANZA EN MEDIO DE LA ANGUSTIA.

Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mí;
cuántos dicen de mí:
«ya no lo protege Dios.»

Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo.

Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor.

Levántate, Señor;
sálvame, Dios mío:
tú golpeaste a mis enemigos en la mejilla,
rompiste los dientes de los malvados.

De ti, Señor, viene la salvación
y la bendición sobre tu pueblo.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Tú, Señor, eres mi escudo y mantienes alta mi cabeza.

V. La palabra de Cristo habite con toda riqueza en vosotros.
R. Exhortándoos mutuamente con toda sabiduría.

PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Tobit 1, 1-25

PIEDAD DEL ANCIANO TOBIT

Historia de Tobit, hijo de Tobiel, de Ananiel, de Aduet, de Gabael, de la familia de Asief, de la tribu de Neftalí, deportado desde Tisbé -al sur de Cadés de Neftalí, en al alta Galilea, por encima de Jasor, detrás de la ruta occidental, al norte de Safed- durante el reinado de Salmanasan, rey de Asiria.

Yo, Tobit, procedí toda mi vida con sinceridad y honradez, e hice muchas limosnas a mis parientes y compatriotas deportados conmigo a Nínive de Asiria. De joven, cuando estaba en Israel, mi patria, toda la tribu de nuestro padre Neftalí se separó de la dinastía de David y de Jerusalén, la ciudad elegida entre todas las tribus de Israel como lugar de sus sacrificios, en la que había sido edificado y consagrado a perpetuidad el templo, morada de Dios.

Todos mis parientes, y la tribu de nuestro padre Neftalí, ofrecían sacrificios al becerro que Jeroboam, rey de Israel, había puesto en Dan, en la serranía de Galilea; mientras que muchas veces era yo el único que iba a las fiestas de Jerusalén, como se lo prescribe a todo Israel una ley perpetua. Yo corría a Jerusalén con las primicias de los frutos y de los animales, con los diezmos del ganado y la primera lana de las ovejas, y lo entregaba a los sacerdotes, hijos de Aarón, para el culto; el diezmo del trigo y del vino, del aceite, de las granadas, de las higueras y demás árboles frutales, se lo daba a los levitas que oficiaban en Jerusalén. El segundo diezmo lo cambiaba en dinero, juntando lo de seis años, y cuando iba cada año a Jerusalén lo gastaba allí. El tercer diezmo lo daba cada tres años a los huérfanos y viudas y a los prosélitos agregados a Israel. Lo comíamos según lo prescrito en la ley de Moisés acerca de los diezmos, y según el encargo de Débora, madre de mi abuelo Ananiel (porque mi padre murió, dejándome huérfano).

De mayor, me casé con una mujer de mi parentela llamada Ana; tuve de ella un hijo y le puse de nombre Tobías. Cuando me deportaron a Asiria como cautivo, vine a Nínive. Todos mis parientes y compatriotas comían manjares de los gentiles, pero yo me guardé muy bien de hacerlo. Y como yo tenía muy presente a Dios, el Altísimo hizo que me ganara el favor de Salmanasar, y llegué a ser su proveedor. Hasta que murió, yo solía ir a Media, y allí hacía las compras en casa de Gabael, hijo de Gabri, en Ragués de Media, donde dejé en depósito unos sacos con cuarenta arrobas de plata.

Cuando murió Salmanasar, su hijo Senaquerib le sucedió en el trono. Las rutas de Media se cerraron y ya no pude volver allá. En tiempo de Salmanasar hice muchas limosnas a mis compatriotas: di mi pan al hambriento y mi ropa al desnudo; y, si veía a algún israelita muerto y arrojado tras la muralla de Nínive, lo enterraba. Así enterré a los que mató Senaquerib al volver huyendo de Judea; el Rey del cielo lo castigó por sus blasfemias, y él, despechado, mató a muchos israelitas; yo cogí los cadáveres y los enterré a escondidas; Senaquerib mandó buscarlos, pero no aparecieron. Un ninivita fue a denunciarme al rey, diciéndole que era yo el que los había enterrado. Me escondí, y, cuando me cercioré de que el rey lo sabía y que me buscaban para matarme, huí lleno de miedo. Entonces, me confiscaron todos los bienes; se lo llevaron todo para el tesoro real y me dejaron únicamente a mi mujer, Ana, y a mi hijo, Tobías.

No habían pasado cuarenta días cuando a Senaquerib lo asesinaron sus dos hijos; huyeron a los montes de Ararat, y su hijo Asaradón le sucedió en el trono. Asaradón puso a Ajicar, hijo de mi hermano Anael, al frente de la hacienda pública, con autoridad sobre toda la administración. Ajicar intercedió por mí y pude volver a Nínive. Durante el reinado de Senaquerib de Asiria, Aljicar había sido copero mayor, canciller, tesorero y contable, y Asaradón lo repuso en sus cargos. Ajicar era de mi parentela, sobrino mío.

Durante el reinado de Asaradón regresé a casa; me devolvieron mi mujer, Ana, y mi hijo Tobías.

RESPONSORIO Cf. Tb 1, 19. 20; 2, 9; 1, 15

R. Tobit hacía muchas limosnas a sus compatriotas: daba su pan al hambriento y su ropa al desnudo; * y, si veía a algún israelita muerto, lo enterraba.
V. Salía a visitar a todos los cautivos y les daba consejos saludables.
R. Y, si veía a algún israelita muerto, lo enterraba.

SEGUNDA LECTURA

Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores
(Sermón 46, 13: CCL 41, 539-540)

SOBRE LOS CRISTIANOS DÉBILES

A los malos pastores, a los falsos pastores, a aquellos pastores que buscan sus intereses personales, no los de Cristo Jesús, les dice el Señor: No fortalecéis a las débiles. En efecto, estos pastores se aprovechan de la leche y de la lana de sus ovejas, pero descuidan, en cambio, el bien de su rebaño y no fortalecen a las ovejas débiles. Según creo, existe diferencia entre la oveja simplemente débil y la oveja propiamente enferma, aunque algunas veces a la débil se la llame también enferma.

Me gustaría, hermanos, llegar a explicaros esta diferencia que media entre lo simplemente débil y lo propiamente enfermo; intentaré hacerlo en la medida en que soy capaz de comprenderlo; otros habrá, sin duda, que, o porque son más peritos en la Escritura o porque habrán alcanzado una luz más abundante, podrán hacerlo mejor; yo os diré simplemente lo que comprendo, a fin de que, ya desde ahora, no os veáis totalmente privados del conocimiento de la Escritura. Débil es aquel de quien se teme que pueda sucumbir cuando la tentación se presenta; enfermo, en cambio, es aquel que se halla ya dominado por alguna pasión, y se ve como impedido por alguna pasión para acercarse a Dios y aceptar el yugo de Cristo.

Pensad en aquellos hombres que tienen ya deseos de vivir virtuosamente, que se esfuerzan por ir adquiriendo las diversas virtudes, y que, con todo, están menos dispuestos a sufrir lo que es malo que a realizar lo que es bueno. En realidad la fortaleza cristiana incluye no sólo obrar lo que es bueno, sino también resistir a lo que es malo. Quienes, por tanto, desean sinceramente practicar la justicia pero no quieren o no se ven aún con ánimos para tolerar los sufrimientos, estos tales son los débiles. En cambio, los que se entregan a la vida mundana y viven cautivos de alguna mala pasión, éstos están alejados incluso del bien obrar, no tienen fuerzas ni posibilidades de obrar el bien y por ello podemos llamarlos con toda propiedad enfermos.

De esta forma tenía enferma el alma aquel paralítico cuyos portadores, al ser impedidos por la multitud de poder presentar ante el Señor al que llevaban en la camilla, abrieron un boquete en el techo de la casa para lograr su intento. Es como si tú intentaras hacer algo parecido con tu alma, abriendo un boquete en el techo para poner ante el Señor el alma paralítica con sus miembros totalmente inmóviles; quiero decir, el alma vacía de buenas obras, llena, en cambio, de pecados y enferma por sus muchas pasiones. Si, pues, ves que todos tus miembros están sin movimiento y que tu alma está como paralítica, pero deseas llegarte al médico y quieres mostrarle lo que está oculto (quizás este médico habita en tu interior, y tú, que desconoces el sentido oculto de la Escritura, no has advertido su presencia), abre un boquete en el techo y colócate, como aquel paralítico, ante Jesús.
Habéis escuchado ya lo que se dice a los que no actúan y descuidan su deber pastoral: No vendáis a las heridas, ni recogéis las descarriadas: os lo hemos ya recordado. La oveja estaba herida por el miedo de las tentaciones, y el pastor le hubiera podido dar un remedio para esta herida, es decir, hubiera podido recordarle aquellas palabras de consuelo: Fiel es Dios para no permitir que seáis tentados más allá de lo que podéis; por el contrario, él dispondrá con la misma tentación el buen resultado de poder resistirla.

RESPONSORIO 1Co 9, 22-23

R. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; * me he hecho todo para todos, para salvarlos a todos.
V. Todo esto lo hago por el Evangelio, para ser partícipe del mismo.
R. Me he hecho todo para todos, para salvarlos a todos.

 

Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO/ Te Deum

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.

Oración Final
Oh Dios, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo, concédenos cumplir tus mandamientos para llegar así a la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.