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Oficio de lectura – domingo 24 abril 2022

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno:

Oh perpetuo Pastor, que purificas a tu grey con las aguas bautismales, en las que hallan limpieza nuestras mentes y sepulcro final nuestras maldades.

Oh tú que, al ver manchada nuestra especie por obra del demonio y de sus fraudes,
asumiste la carne de los hombres y su forma perdida reformaste.

Oh tú que, en una cruz clavado un día, llegaste por amor a extremos tales, que pagaste la deuda de los hombres con el precio divino de tu sangre.

Oh Jesucristo, libra de la muerte a cuantos hoy reviven y renacen, para que seas el perene gozo pascual de nuestras mentes inmortales.

Gloria al Padre celeste y gloria al Hijo, que de la muerte resugió triunfante, y gloria con entrambos al divino Paracleto, por los siglos incesantes. Amén.

Salmodia

Ant. 1 Yo soy el que soy, y no sigo el consejo de los impíos, sino que mi gozo es la ley del Señor. Aleluya.

Salmo 1

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche.

Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto a su tiempo
y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.

No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento.
En el juicio los impíos no se levantarán, ni los pecadores en la asamblea de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 Yo soy el que soy, y no sigo el consejo de los impíos, sino que mi gozo es la ley del Señor. Aleluya.

Ant. 2 Lo he pedido a mi Padre, y me ha dado en herencia las naciones. Aleluya.

Salmo 2

¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías: «Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo.»

El que habita en el cielo sonríe, el Señor se burla de ellos. Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera: «Yo mismo he establecido a mi Rey en Sión, mi monte santo.»

Voy a proclamar el decreto del Señor; él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy. Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra: los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza.»

Y ahora, reyes, sed sensatos; escarmentad los que regís la tierra: servid al Señor con temor, rendidle homenaje temblando; no sea que se irrite, y vayáis a la ruina, porque se inflama de patrono su ira. ¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Lo he pedido a mi Padre, y me ha dado en herencia las naciones. Aleluya.
Ant. 3 Yo me acosté, dormí y desperté porque el Señor me sostuvo. Aleluya.

Salmo 3

Señor, cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mí; cuántos dicen de mí: «Ya no lo protege Dios.»

Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, tu mantienes alta mi cabeza. Si grito invocando al Señor, él me escucha desde su monte santo.

Puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene. No temeré al pueblo innumerable que acampa a mi alrededor.

Levántate, Señor; sálvame, Dios mío: tu golpeaste a mis enemigos en la mejilla,
rompiste los dientes de los malvados.

De ti, Señor, viene la salvación y la bendición sobre tu pueblo.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Yo me acosté, dormí y desperté porque el Señor me sostuvo. Aleluya.

Versículo

V. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya.
R. Al ver al Señor. Aleluya.

Primera Lectura

De la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-17

Hermanos: Si habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios; cuando se manifieste Cristo, que es vuestra vida, os manifestaréis
también vosotros con él, revestidos de gloria.

Mortificad las pasiones de vuestro hombre terrenal: la fornicación, la impureza, la concupiscencia, los malos deseos y la avaricia, que es una idolatría. Por ellas
se desata la cólera de Dios.

En todo eso anduvisteis también vosotros, cuando vivíais entregados a ellas. Pero ahora dejad también vosotros a un lado todo eso: la ira, la indignación, la malignidad, la maledicencia y el torpe lenguaje. No os engañéis unos a otros.

Despojaos del hombre viejo con sus malas pasiones y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento pleno de Dios y se va
configurando con la imagen del que lo creó. Así, ya no hay griego ni judío, ni circunciso ni incircunciso, ni bárbaro ni escita, ni esclavo ni libre. Sólo Cristo todo y en todos.
Por lo tanto, como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Por encima de todo, procurad el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y vivid siempre agradecidos. Que la palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de todo corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él.

Responsorio

R. Si habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. * Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Aleluya.

V. Porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios.

R. Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Aleluya.

Segunda Lectura

De los Sermones de san Agustín, obispo

Me dirijo a vosotros, recién nacidos por el bautismo, párvulos en Cristo, nueva prole de la Iglesia, complacencia del Padre, fecundidad de la Madre, germen puro, grupo recién agregado, motivo el más preciado de nuestro honor y fruto de nuestro trabajo, mi gozo y mi corona, todos los que perseveráis firmes en el Señor.

Os hablo con palabras del Apóstol: Revestíos de Jesucristo, el Señor, y no os entreguéis a satisfacer las pasiones de esta vida mortal, para que os revistáis de la
vida que habéis revestido en el sacramento. Todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judío y gentil, ni
entre, libre y esclavo, ni entre hombre y mujer: todos sois uno en Cristo Jesús.

Ésta es precisamente la eficacia del sacramento: se trata, en efecto, del sacramento de la vida nueva, la cual empieza en el tiempo presente por el perdón de todos
los pecados pasados, y llegará a su plenitud en la resurrección de los muertos. Por nuestro bautismo fuimos sepultados con él, para participar de su muerte; para
que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también nosotros vivamos una vida nueva. Ahora camináis en la fe, mientras vivís desterrados en este
cuerpo mortal, lejos del Señor; pero el mismo Jesucristo, al dignarse asumir por nosotros la condición humana, se ha convertido para vosotros en el camino seguro
hacia él, al cual os dirigís. Es grande, en efecto, la bondad que tiene reservada para sus fieles, y que descubrirá y completará para los que se acogen a él, cuando
llegue el momento de la posesión efectiva de aquello que ahora hemos recibido sólo en esperanza.

Hoy hace ocho días de vuestro nacimiento espiritual; hoy recibís el complemento del sello de la fe, lo cual, en los padres antiguos, se realizaba por la circuncisión de la carne, al octavo día del nacimiento carnal.

Pues el mismo Señor, al despojarse de la mortalidad de la carne por su resurrección y al hacer resurgir un cuerpo no distinto del de antes, pero sí libre para siempre de la muerte, señaló con su resurrección el día del domingo, que es el tercero después de la pasión, es el octavo después del sábado, según la numeración de días, pero que es al mismo tiempo el primero.

Por esto también vosotros, si habéis sido resucitados con Cristo –aunque todavía no de hecho, pero sí ya con esperanza cierta, porque habéis recibido el sacramento de ello y las arras del Espíritu–, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios; cuando se manifieste Cristo, que es vuestra vida, os manifestaréis también vosotros
con él, revestidos de gloria.

Responsorio

R. Habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios; * cuando se manifieste Cristo, que es vuestra vida, os manifestaréis también vosotros con él,
revestidos de gloria. Aleluya.

V. Considerad que estáis muertos al pecado, pero que vivís para Dios en unión con Cristo Jesús.

R. Cuando se manifieste Cristo, que es vuestra vida, os manifestaréis también vosotros con él, revestidos de gloria. Aleluya.

Himno Final

En los domingos, en las solemnidades y en las fiestal después del segundo responsorio, se dice el siguiente himno:

A ti, oh Dios, te alabamos, a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre, te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines te cantan sin cesar: Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza el glorioso coro de los Apóstoles, la multitud admirable de los Profetas, el blanco ejército de los mártires.
A ti la Iglesia santa, extendida por toda la tierra, te proclama:
Padre de inmensa majestad, Hijo único y verdadero, digno de adoración, Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo. Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre, aceptaste la condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen. Tú, rotas las cadenas de la muerte, abriste a los creyentes el reino del cielo. Tú te sientas a la derecha de Dios en la gloria del Padre.
Creemos que un día has de venir como juez.

Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos, a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna nos asociemos a tus santos. Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad. Sé su pastor y ensálzalo eternamente. Día tras día te bendecimos y alabamos tu nombre para siempre, por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. En ti, Señor, confié, no me veré defraudado para siempre.

Oración.

Oremos,
Señor Dios, cuya misericordia es eterna, tú que reanimas la fe de tu pueblo con la celebración anual de las fiestas pascuales, aumenta en nosotros los dones de tu
gracia, para que comprendamos mejor la excelencia del bautismo que nos ha purificado, la grandeza del Espíritu que nos ha reengendrado y el precio de la sangre que nos ha redimido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Conclusión.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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