Oficio de Lectura
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Himno: ¿QUIÉN ES ÉSTE QUE VIENE?
¿Quién es éste que viene,
recién atardecido,
cubierto por su sangre
como varón que pisa los racimos?
¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos?
Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa,
porque el Señor sostuvo a su elegido.
Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto.
Salmo 103 I – HIMNO AL DIOS CREADOR
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.
Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;
pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste una frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.
De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto.
Ant 2. El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar el corazón del hombre.
Salmo 103 II
Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.
Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón;
y aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.
Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.
Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.
Cuando brilla el sol, se retiran,
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el atardecer.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar el corazón del hombre.
Ant 3. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.
Salmo 103 III
¡Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría!;
la tierra está llena de tus creaturas.
Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.
Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes;
escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuando toca los montes, humean.
Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.
Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.
V. Cuando sea yo levantado en alto sobre la tierra.
R. Atraeré a todos hacia mí.
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Jeremías 22, 1-9; 23, 1.8
INVECTIVA CONTRA LOS REYES PERVERSOS. PROMESA DE UN REY JUSTO, HIJO DE DAVID
Así dice el Señor:
«Baja al palacio real de Judá y proclama allí lo siguiente: Escuchad la palabra del Señor, rey de Judá, que ocupas el trono de David, y también tus ministros y el pueblo, que entra por estas puertas: Así dice el Señor:
«Haced justicia y derecho, librad al oprimido de la mano del opresor; no abuséis del forastero, del huérfano y de la viuda; no derraméis sangre inocente en este lugar.
Si cumplís estos mandatos, podréis entrar por estas puertas los reyes que ocupáis el trono de Dios, montados en carros de caballos, acompañados de vuestros ministros y del pueblo. Y, si no cumplís estos mandatos, juro por mí mismo -oráculo del Señor- que este palacio se convertirá en ruinas. Pues así dice el Señor al palacio real de Judá:
Aunque fueras para mí como Galaad o la cumbre del Líbano, juro que haré de ti un desierto, una ciudad deshabitada; consagraré a tus devastadores, cada uno con sus armas, para que talen tus mejores cedros y los echen al fuego. Llegarán muchos pueblos a esta ciudad, y se preguntarán unos a otros: ‘¿Por qué trató así el Señor a esta gran ciudad?’ Y responderán: ‘Porque abandonaron la alianza del Señor, su Dios, y sirvieron y adoraron a dioses extranjeros.'»
«¡Ay de los pastores que dispersan y extravían las ovejas de mi rebaño!» -oráculo del Señor-. Pues así dice el Señor, Dios de Israel, a los pastores que pastorean a mi pueblo: «Vosotros dispersasteis mis ovejas, las expulsasteis, no hicisteis cuenta de ellas; pues yo os tomaré cuentas de vuestras malas acciones -oráculo del Señor-. Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas en todos los países adonde las expulsé, las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen. Les daré pastores que las pastoreen: no temerán, ni se espantarán, ni se perderán -oráculo del Señor-.
Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que daré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y ejercerá el derecho en la tierra; en sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y lo llamarán con este nombre: ‘El-Señor-nuestra-justicia’.
Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que ya no se dirá: ‘Vive el Señor, que sacó a los israelitas de Egipto’, sino que se dirá: ‘Vive el Señor, que sacó a la estirpe de Israel del país del norte y de todos los países adonde los expulsó, y los trajo a sus tierras.»‘»
RESPONSORIO Za 9, 9; Jr 23, 5
R. Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén. Mira a tu Rey que viene a ti; * modesto y cabalgando en un asno.
V. Reinará como rey prudente, hará justicia y ejercerá el derecho en la tierra.
R. Modesto y cabalgando en un asno.
SEGUNDA LECTURA
De las Disertaciones de San Andrés de Creta, obispo
(Disertación 9, Sobre el domingo de ramos: PG 97, 990-994)
BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR, EL REY DE ISRAEL.
Venid, subamos juntos al monte de los Olivos y salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy desde Betania, y que se encamina por su propia voluntad hacia aquella venerable y bienaventurada pasión, para llevar a término el misterio de nuestra salvación.
Viene, en efecto, voluntariamente hacia Jerusalén, el mismo que, por amor a nosotros, bajó del cielo para exaltarnos con él, como dice la Escritura, por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación, y de todo ser que exista, a nosotros que yacíamos postrados.
Él viene, pero no como quien toma posesión de su gloria, con fasto y ostentación. No gritará -dice la Escritura-, no clamará, no voceará por las calles, sino que será manso y humilde, con apariencia insignificante, aunque le ha sido preparada una entrada suntuosa.
Corramos, pues, con el que se dirige con presteza a la pasión, e imitemos a los que salían a su encuentro. No para alfombrarle el camino con ramos de olivo, tapices, mantos y ramas de palmera, sino para poner bajo sus pies nuestras propias personas, con un espíritu humillado al máximo, con una mente y un propósito sinceros, para que podamos así recibir a la Palabra que viene a nosotros y dar cabida a Dios, a quien nadie puede contener.
Alegrémonos, por tanto, de que se nos haya mostrado con tanta mansedumbre aquel que es manso y que sube sobre el ocaso de nuestra pequeñez, a tal extremo, que vino y convivió con nosotros, para elevarnos hasta sí mismo, haciéndose de nuestra familia.
Dice el salmo: Subió a lo más alto de los cielos, hacia oriente (hacia su propia gloria y divinidad, interpreto yo), con las primicias de nuestra naturaleza, hasta la cual se había abajado Impregnándose de ella; sin embargo, no por ello abandona su inclinación hacia el género humano, sino que seguirá cuidando de él para irlo elevando de gloria en gloria, desde lo ínfimo de la tierra, hasta hacerlo partícipe de su propia sublimidad.
Así, pues, en vez de unas túnicas o unos ramos inanimados, en vez de unas ramas de arbustos, que pronto pierden su verdor y que por poco tiempo recrean la mirada, pongámonos nosotros mismos bajo los pies de Cristo, revestidos de su gracia, mejor aún, de toda su persona, porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo; extendámonos tendidos a sus pies, a manera de túnicas.
Nosotros, que antes éramos como escarlata por la inmundicia de nuestros pecados, pero que después nos hemos vuelto blancos como la nieve con el baño saludable del bautismo, ofrezcamos al vencedor de la muerte no ya ramas de palmera, sino el botín de su victoria, que somos nosotros mismos.
Aclamémoslo también nosotros, como hacían los niños, agitando los ramos espirituales del alma y diciéndole un día y otro: Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel.
RESPONSORIO Jn 12, 12. 13; Mt 21, 8. 9
R. Cuando la multitud se enteró de que Jesús llegaba a Jerusalén, salió a su encuentro. Un inmenso gentío iba tendiendo sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y alfombraban con ellas el camino y gritaban: * «¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»
V. La muchedumbre que lo precedía y también la que iba detrás gritaban:
R. «¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»
ORACIÓN.
Dios todopoderoso y eterno, que quisiste que nuestro Salvador se anonadase, haciéndose hombre y muriendo en la cruz, para que todos nosotros imitáramos su ejemplo de humildad, concédenos seguir las enseñanzas de su pasión, para que un día participemos en su resurrección gloriosa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.