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Oficio de lectura – domingo 28 julio 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

HIMNO

A caminar sin ti, Señor, no atino;
tu palabra de fuego es mi sendero;
me encontraste cansado y prisionero
del desierto, del cardo y del espino.

Descansa aquí conmigo del camino,
que en Emaús hay trigo en el granero,
hay un poco de vino y un alero
que cobije tu sueño, Peregrino.

Yo contigo, Señor, herido y ciego;
tú conmigo, Señor, enfebrecido,
el aire quieto, el corazón en fuego.

Y en diálogo sediento y torturado
se encontrarán en un solo latido,
cara a cara, tu amor y mi pecado. Amén.

SALMODIA

Ant.1 El Señor convoca cielo y tierra, para juzgar a
su pueblo.

Los salmos pueden tomarse del lunes 30 de mayo. Las antifonas se actualizan al tiempo ordinario y al sábado de la IV Semana.

– Salmo 49-
–I–

El Dios de los dioses, el Señor, habla;
convoca la tierra de oriente a occidente.
Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece:
viene nuestro Dios, y no callará.

Lo precede fuego voraz,
lo rodea tempestad violenta.
Desde lo alto convoca cielo y tierra,
para juzgar a su pueblo:

«Congregadme a mis fieles,
que sellaron mi pacto con un sacrificio.»
Proclame el cielo su justicia;
Dios en persona va a juzgar.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 El Señor convoca cielo y tierra, para juzgar a
su pueblo.

Ant. 2 Invócame el día del peligro y yo te libraré.

–II–

«Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte;
Israel, voy a dar testimonio contra ti;
–yo, el Señor, tu Dios–.

No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños;
pues las fieras de la selva son mías,
y hay miles de bestias en mis montes;
conozco todos los pájaros del cielo,
tengo a mano cuanto se agita en los campos.

Si tuviera hambre, no te lo diría;
pues el orbe y cuanto lo llena es mío.
¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de cabritos?

Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo
e invócame el día del peligro:
yo te libraré, y tú me darás gloria.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Invócame el día del peligro y yo te libraré.

Ant. 3 El sacrificio de acción de gracias me honra.

–III–

Dios dice al pecador:
«¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?

Cuando vez a un ladrón corres con él;
te mezclas con los adúlteros;
sueltas tu lengua para el mal,
tu boca urde el engaño;
te sientas a hablar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu madre;
esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Cres que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.»

Atención los que olvidáis a Dios,
no sea que os destroce sin remedio.

El que me ofrece acción de gracias,
ese me honra;
al que sigue buen camino
le haré ve la salvación de Dios.

Ant. 3 El sacrificio de acción de gracias me honra.

VERSÍCULO

V. No dejamos de orar y pedir por vosotros.
R. Que lleguéis al pleno conocimiento de la voluntad de Dios.

 

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job
23, 1—24, 12

Respondió Job a sus amigos y les dijo:

«Hoy también me quejo y me rebelo, porque su mano
agrava mis gemidos. ¡Ojalá supiera cómo encontrarlo,
cómo llegar a su tribunal!

Presentaría ante él mi causa con la boca llena de ar-
gumentos, sabría con qué palabras me replica, y com-
prendería lo que me dice. ¿Pleitearía él conmigo, derro-
chando fuerza? No; más bien tendría que escucharme.
Entonces yo discutiría lealmente con él y ganaría defi-
nitivamente mi causa.

Pero me dirijo al levante, y no está allí; al poniente,
y no lo distingo; lo busco al norte, y no lo veo; me vuel-
vo al mediodía, y no lo encuentro. Pero ya que él conoce
mi camino, que me pruebe como el oro en el crisol.

Mis pies pisaban sus huellas, seguían su camino sin
desviarse, no me aparté de sus mandatos y guardé en el
pecho sus palabras.

Pero él no cambia, ¿quién podrá disuadirlo? Él reali-
za lo que quiere. Él ejecutará mi sentencia y otras mu-
chas que tiene pensadas. Por eso me turbo en su pre-
sencia y me estremezco al pensarlo; porque Dios me ha
acobardado, el Todopoderoso me trastorna. ¡Ojalá me
desvaneciera en las tinieblas y velara mi rostro la os-
curidad!

¿Por qué el Todopoderoso no señala plazos, para que
sus amigos puedan ver sus días? Los malvados mueven
los linderos, roban rebaños y pastores, se llevan el asno
del huérfano y toman en prenda el buey de la viuda,
echan del camino a los pobres, y los miserables tienen
que esconderse.

Como asnos salvajes salen de su tarea, madrugan
para hacer presa, el páramo ofrece alimento a sus crías;
se procuran forraje en descampado o rebuscan en el
huerto del rico; pasan la noche desnudos, sin ropa con
que taparse del frío, los cala el aguacero de los montes
y, a falta de refugio, se pegan a las rocas.

Los malvados arrancaron del pecho al huérfano y
toman en prenda al niño del pobre. Andan desnudos por
falta de ropa; cargando gavillas, pasan hambre; expri-
miendo aceite en el molino y pisando en el lagar, pasan
sed. En la ciudad gimen los moribundos y piden soco-
rro los heridos. ¿Y Dios no va a hacer caso a su sú-
plica?»

Responsorio

R. Yo por poco doy un mal paso, casi resbalaron mis
pisadas: * porque envidiaba a los perversos, viendo
prosperar a los malvados.

V. Meditaba yo para entenderlo, pero me resultaba muy
difícil; hasta que entré en el misterio de Dios, y
comprendí el destino de ellos.

R. Porque envidiaba a los perversos, viendo prosperar
a los malvados.

SEGUNDA LECTURA

De los Comentarios de san Ambrosio, obispo, sobre los
salmos

Si Cristo reconcilió al mundo con Dios, él cierta-
mente no tenía necesidad de reconciliación. ¿Por qué pe-
cado propio tenía que satisfacer, él, que no conoció en
absoluto el pecado? Cuando los judíos le pedían la di-
dracma que, según mandaba la ley, se ofrecía por el
pecado, dijo a Pedro: «Simón, los reyes de la tierra, ¿de
quiénes cobran impuestos y tributos? ¿De sus propios
hijos o de los extraños?» Y habiéndole respondido que
de los extraños, añadió Jesús: «Por lo tanto, los hijos
están libres de impuestos. Mas para no darles motivo
de escándalo, vete al mar y echa el anzuelo; tomas en
tus manos el primer pez que caiga y le abres la boca;
hallarás una estatera; tómala y págales por mí y por ti.»

Con este hecho demostró que no tenía que satisfacer
por sus propios pecados, ya que él no era esclavo del
pecado, sino que, como Hijo de Dios, estaba libre de
todo error. El Hijo, en efecto, libera, pero el siervo
está sujeto al pecado. Por tanto, el Hijo estaba libre de
todo pecado y no tenía por qué dar un precio por su
rescate, él, cuya sangre era precio suficiente para resca-
tar al mundo entero de todos sus pecados. Es natural
que libre a los demás el que no tiene por su parte deuda
alguna.

Digo más. No sólo Cristo no tenía que pagar precio
alguno por su rescate ni ofrecer satisfacción alguna por
sus pecados, sino que además podemos entender esto
aplicado a cada uno de los hombres, en el sentido de
que ninguno de ellos debe una satisfacción por sí mis-
mo; pues Cristo satisfizo por todos y los rescató a todos.

¿Qué hombre puede haber ya, cuya sangre sea idónea
para su propio rescate, después que Cristo ha derramado
la suya propia por el rescate de todos? ¿Hay alguien
cuya sangre pueda compararse a la de Cristo? ¿O es
que hay algún hombre capaz de ofrecer por sí mismo una
satisfacción superior a la que ofreció Cristo en su per-
sona, siendo así que él solo reconcilió al mundo con
Dios por su sangre? ¿Qué víctima puede haber mayor?
¿O qué sacrificio más excelente? ¿O qué mejor abogado
que aquel que se hizo propiciación por los pecados de
todos y que dio su vida en rescate nuestro?

Lo que se exige, pues, no es la satisfacción o el res-
cate que pudiera ofrecer cada uno, ya que la sangre de
Cristo es el precio de todos, pues con ella nos rescató
el Señor Jesús, reconciliándonos él solo con el Padre; y
se cansó hasta el fin, ya que cargó sobre sí nuestro pro-
pio cansancio, diciendo: Venid a mí todos los que an-
dáis rendidos, que yo os daré descanso.

Responsorio

R. A vosotros, que antes estabais enajenados y enemi-
gos en vuestra mente por las obras malas, ahora
Dios os ha reconciliado en el cuerpo de carne de
Cristo mediante la muerte, * presentándoos ante él
como santos sin mancha y sin falta.

V. Dios ha propuesto a Cristo como instrumento de
propiciación, por su propia sangre y mediante la fe.

R. Presentándoos ante él como santos sin mancha y
sin falta.

Oremos:
Mira con misericordia a estos tus hijos, Señor, y mul-
tiplica tu gracia sobre nosotros, para que, fervorosos en
la fe, la esperanza y el amor, perseveremos en el fiel
cumplimiento de tus mandamientos. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.