Inicio - Oraciones - Oficio de Lectura - Oficio de lectura - domingo 7 julio 2024
Generic filters

Filtro

Oficio de lectura – domingo 7 julio 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

HIMNO

Que doblen las campanas jubilosas,
y proclamen el triunfo del amor,
y llenen nuestras almas de aleluyas,
de gozo y esperanza en el Señor.
Los sellos de la muerte han sido rotos,
la vida para siempre es libertad,
ni la muerte ni el mal son para el hombre
su destino, su última verdad.
Derrotados la muerte y el pecado,
es de Dios toda historia y su final;
esperad con confianza su venida:
no temáis, con vosotros él está.
Volverán encrespadas tempestades
para hundir vuestra fe y vuestra verdad,
es más fuerte que el mal y que su embate
el poder del Señor, que os salvará.
Aleluyas cantemos a Dios Padre,
aleluyas al Hijo salvador,
su Espíritu corone la alegría
que su amor derramó en el corazón. Amén.
Salmodia
Ant. 1 Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto. Aleluya.
– Salmo 103 –
–I–
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
Extiendes los cielos como una tienda,
contruyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.
Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacila jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;
pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste una frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.
De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1 Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto. Aleluya.
Ant. 2 El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar
el corazón del hombre. Aleluya.
–Salmo 103 –II–
Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.
Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón;
y aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.
Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.
Hiciste la luna con sus faces,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.
Cuando brilla el sol, se retiran,
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el atardecer.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar
el corazón del hombre. Aleluya.
Ant. 3 Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy
bueno. Aleluya.
Salmo 103–III–
¡Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría!;
la tierra está llena de tus creaturas.
Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.
Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
s la echas, y la atrapan;
abres tu manto y se sacian de bienes;
escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuanto toca los montes, humean.
Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.
Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más,
¡Bendice, alma mía, al Señor!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy
bueno. Aleluya.
VERSÍCULO
V. Dichosos vuestros ojos porque ven.
R. Y vuestros oídos porque oyen.
PRIMERA LECTURA
Comienza el libro de los Proverbios
1, 1-7. 20-33
Proverbios de Salomón, hijo de David y rey de Israel:
Para aprender sabiduría y doctrina, para comprender
las sentencias prudentes, para adquirir disciplina y sen-
satez, justicia, equidad y rectitud, para enseñar sagacidad
al inexperto, ciencia y reflexión al joven. Que escuche el
sabio y aumentará su ciencia, y el prudente adquirirá
destreza para entender proverbios y dichos, sentencias y
enigmas.
El temor del Señor es el principio de la sabiduría.
Los necios desprecian el saber y la instrucción.
La Sabiduría pregona por las calles, levanta su voz en
las plazas, grita desde las almenas de la muralla y anun-
cia en las puertas de la ciudad:
«¿Hasta cuándo, inexpertos, seguiréis amando vuestra
inexperiencia? ¿Hasta cuándo, insolentes, os empeñaréis
en la arrogancia? Y vosotros, insensatos, ¿hasta cuándo
seguiréis odiando el saber? Volveos a escuchar mi re-
prensión; yo os abriré mi corazón, os comunicaré mis
palabras:
«Yo os llamé y rehusasteis venir, extendí mi mano y
no hicisteis caso, rechazasteis mis consejos, no aceptas-
teis mi reprensión; por eso me reiré de vuestra desgracia,
me burlaré cuando os llegue el terror, cuando os llegue
como tormenta el espanto, cuando os alcance como tor-
bellino la desgracia, cuando os lleguen la angustia y la
aflicción.»
Entonces llamarán y no les responderé, me buscarán
y no me encontrarán, comerán el fruto de su conducta y
se hartarán de sus propios planes, porque aborrecieron
el saber y no iban tras el temor del Señor, porque no
aceptaron mis consejos y rechazaron mis reprensiones.
Su rebelión insensata los llevará a la muerte, su ne-
cia despreocupación acabará con ellos. En cambio, el que
me obedece vivirá tranquilo y seguro, sin temer ningún
mal.»
Responsorio
R. No os tengáis por sabios; el que crea ser sabio entre
vosotros, según los principios de este mundo, hágase
necio, para llegar a ser sabio; * pues la sabiduría de
este mundo es necedad ante Dios.
V. Nosotros predicamos a Cristo crucificado: fuerza de
Dios y sabiduría de Dios.
R. Pues la sabiduría de este mundo es necedad ante
Dios.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Agustín, obispo
Yo reconozco mi culpa, dice el salmista. Si yo la reco-
nozco, dígnate tú perdonarla. No tengamos en modo al-
guno la presunción de que vivimos rectamente y sin pe-
cado. Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el
reconocimiento de nuestras culpas. Los hombres sin re-
medio son aquellos que dejan de atender a sus propios
pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo
que hay que corregir, sino en qué pueden morder. Y, al
no poderse excusar a sí mismos, están siempre dispues-
tos a acusar a los demás. No es así cómo nos enseña el
salmo a orar y dar a Dios satisfacción, ya que dice:
Pues yo reconozco mi culpa, tengo presente mi pecado.
El que así ora no atiende a los pecados ajenos, sino que
se examina a sí mismo, y no de manera superficial, como
quien palpa, sino profundizando en su interior. No se
perdona a sí mismo, y por esto precisamente puede atre-
verse a pedir perdón.
¿Quieres aplacar a Dios? Conoce lo que has de hacer
contigo mismo para que Dios te sea propicio. Atiende a
lo que dice el mismo salmo: Los sacrificios no te satis-
facen, si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Por
tanto, ¿es que has de prescindir del sacrificio? ¿Significa
esto que podrás aplacar a Dios sin ninguna oblación?
¿Qué dice el salmo? Los sacrificios no te satisfacen, si
te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Pero continúa
y verás que dice: Mi sacrificio es un espíritu quebran-
tado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo des-
precias. Dios rechaza los antiguos sacrificios, pero te en-
seña qué es lo que has de ofrecer. Nuestros padres ofre-
cían víctimas de sus rebaños, y éste era su sacrificio.
Los sacrificios no te satisfacen, pero quieres otra clase
de sacrificios.
Si te ofreciera un holocausto —dice—, no lo querrías.
Si no quieres, pues, holocaustos, ¿vas a quedar sin sa-
crificios? De ningún modo. Mi sacrificio es un espíritu
quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no
lo desprecias. Éste es el sacrificio que has de ofrecer.
No busques en el rebaño, no prepares navíos para nave-
gar hasta las más lejanas tierras a buscar perfumes.
Busca en tu corazón la ofrenda grata a Dios. El corazón
es lo que hay que quebrantar. Y no temas perder el co-
razón al quebrantarlo, pues dice también el salmo: Oh
Dios, crea en mí un corazón puro. Para que sea creado
este corazón puro, hay que quebrantar antes el impuro.
Sintamos disgusto de nosotros mismos cuando peca-
mos, ya que el pecado disgusta a Dios. Y, ya que no esta-
mos libres de pecado, por lo menos asemejémonos a
Dios en nuestro disgusto por lo que a él le disgusta. Así
tu voluntad coincide en algo con la de Dios, en cuanto
que te disgusta lo mismo que odia tu Hacedor.
Responsorio
R. Mis pecados, Señor, se han clavado en mí como sae-
tas; pero antes de que en mí produzcan llagas, * sá-
name, Señor, con el remedio de la penitencia.
V. Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro
con espíritu firme.
R. Sáname, Señor, con el remedio de la penitencia.
HIMNO FINAL (Te Deum)
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos elegidos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor me acojo,
no quede yo nunca defraudado para siempre.
Oremos:
Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo
levantaste a la humanidad caída, conserva a tus fieles
en continua alegría y concede los gozos del cielo a quie-
nes has librado de la muerte eterna. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.