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Oficio de lectura – jueves 23 junio 2022

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno.

Único mediador, Cristo pontífice, que por nosotros sin cesar suplicas, te aclama con razón la raza humana, plena de dicha.

Por obra del Espíritu, en el vientre de una doncella estás, que al mundo guías; naces de excelsa adoración al Padre, sola hostia digna.

Úngete el Padre eterno sacerdote con el óleo de gracia y de alegría, porque su majestad obtenga siempre loa infinita.

Al asumir, oh Dios, nuestra natura, tu sangre ofreces y el bautismo fijas, y la culpa letal de nuestro pecho benigno expías.

Jesús, que levantado en un madero todo atraes a ti, de amores víctima, haz que a la santa Trinidad cantemos gloria infinita. Amén.

Salmodia

Ant. 1. Se lo pedí a mi Padre, y me dio en herencia las naciones.

Salmo 2 El mesías, rey vencedor

¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías: «Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo.»

El que habita en el cielo sonríe, el Señor se burla de ellos. Luego les habla con ira, los espanta con su cólera: «Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo.»

Voy a proclamar el decreto del Se ñor; él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo:
yo te he engendrado hoy. Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra: los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza.»

Y ahora, reyes, sed sensatos; escarmentad los que regís la tierra:
servid al Señor con temor, rendidle homenaje temblando; no sea que se irrite, y vayáis a la ruina, porque se inflama de pronto su ira. ¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1. Se lo pedí a mi Padre, y me dio en herencia las naciones.

Ant. 2. Presentad vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios.

Salmo 39, 2-9

Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito; me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca,
y aseguró mis pasos; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.

Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos y confiaron en el Señor.

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños.

¡Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío, cuántos planes en favor nuestro! Nadie se te puede comparar: intento proclamarlas, decirlas, pero superan todo número.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy como está escrito en mi libro para hacer tu voluntad.»

Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Presentad vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios.

Ant. 3. Cristo amó a su Iglesia; él se entregó a sí mismo por ella, para santificarla.

Salmo 84 Vuestra salvación esta cerca

Señor, has sido bueno con tu tierra, has restaurado la suerte de Jacob,
has perdonado la culpa de tu pueblo, has sepultado todos sus pecados, has reprimido tu cólera, has frenado el incendio de tu ira.

Restáuranos, Dios salvador nuestro; cesa en tu rencor contra nosotros.
¿Vas a estar siempre enojado, o a prolongar tu ira de edad en edad?

¿No vas a devolvernos la vida, para que tu pueblo se alegre contigo?
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.

Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón.»

La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra; la misericordia y la fidelidad se encuentran,la justicia y la paz se besan;la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo; el Señor dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto.

La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cristo amó a su Iglesia; él se entregó a sí mismo por ella, para santificarla.

V. Cristo con una sola oblación..
R. Ha llevado para siempre a la perfección a los que ha santificado.

Primera lectura

De la carta a los Hebreos 4, 14–5, 10

Hermanos, teniendo un sumo sacerdote que penetró y está en los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengamos firme la fe que profesamos. No tenemos un sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, al contrario, él mismo pasó por todas las pruebas a semejanza nuestra, fuera del pecado. Acerquémonos, pues, con seguridad y confianza a este trono de la gracia. Aquí alcanzaremos misericordia y hallaremos gracia para ser socorridos en el momento oportuno. Todo sumo sacerdote, tomado de entre los hombres, es constituido en favor de los hombres en lo tocante a las relaciones de éstos con Dios, a fin de que ofrezca dones y sacrificios por los pecados. Él puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, porque él mismo está rodeado de fragilidad. Y a causa de esta misma fragilidad debe ofrecer sacrificios de expiación por los pecados, tanto por los del pueblo como por los suyos propios. Nadie se arroga este honor. Sólo lo toma aquel que es llamado por Dios como lo fue Aarón. De igual modo, tampoco Cristo se dio a sí mismo la gloria del sumo sacerdocio, sino que la recibió de aquel que le dijo: «Hijo mío eres tú: yo te he engendrado hoy». Y como le dice también en otro pasaje: «Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec». Cristo, en los días de su vida mortal, habiendo elevado oraciones y súplicas con poderoso clamor y lágrimas hacia aquel que tenía poder para salvarlo de la muerte, fue escuchado en atención a su actitud reverente y filial; con todo, aunque era Hijo, aprendió por experiencia, en sus padecimientos, la obediencia, y, habiendo así llegado hasta la plena consumación, se convirtió en causa de salvación para todos los que lo obedecen, proclamado por Dios sumo sacerdote «según el rito de Melquisedec».

Responsorio Flp 2, 8; Is 53, 7

R. Cristo se rebajó hasta someterse incluso a la muerte.
V. Se ofreció, porque Él lo quiso.
R. Hasta someterse incluso a la muerte

Segunda lectura

De la encíclica Mediátor Dei del papa Pío doce (AAS 39 [1947], 552-553)

Es muy cierto que Jesucristo es sacerdote, pero no para sí mismo, sino para nosotros, porque presenta al Padre eterno las plegarias y los anhelos religiosos de todo el género humano; Jesucristo es también víctima, pero en favor nuestro, ya que sustituye al hombre pecador. Por esto, aquellas palabras del Apóstol: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús» exigen de todos los cristianos que reproduzcan en sí mismos, en cuanto lo permite la naturaleza humana, el mismo estado de ánimo que tenía nuestro Redentor cuando se ofrecía en sacrificio: la humilde sumisión del espíritu, la adoración, el honor, la alabanza y la acción de gracias a Dios. Aquellas palabras exigen, además, a los cristianos que reproduzcan en sí mismos las condiciones de víctima: la abnegación propia, según los preceptos del Evangelio, el voluntario y espontáneo ejercicio de la penitencia, el dolor y la expiación de los pecados. Exigen, en una palabra, nuestra muerte mística en la cruz con Cristo, para que podamos decir con san Pablo: «Estoy crucificado con Cristo»

Responsorio Ga 2, 20

R. Mientras vivo en esta carne, Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí.

V. Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.
R. Que me amó hasta entregarse por mí.

Himno

A ti, oh Dios, te alabamos, a ti, Señor, te reconocemos. A ti, eterno Padre, te venera toda la creación. Los ángeles todos, los cielos y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo.
Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza el glorioso coro de los Apóstoles, la multitud admirable de los Profetas, el blanco ejército de los mártires.
A ti la Iglesia santa, extendida por toda la tierra, te proclama:
Padre de inmensa majestad, Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor. Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre. Tú, para liberar al hombre, aceptaste la condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tú, rotas las cadenas de la muerte, abriste a los creyentes el reino del cielo.

Tú te sientas a la derecha de Dios en la gloria del Padre.
Creemos que un día has de venir como juez.
Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos, a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna nos asociemos a tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad.
Sé su pastor y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos y alabamos tu nombre para siempre, por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. En ti, Señor, confié, no me veré defraudado para siempre.

Oración final

Dios nuestro, que para gloria tuya y salvación de todos los hombres constituiste sumo y eterno sacerdote a tu Hijo, Jesucristo, concede a quienes él ha elegido como ministros suyos y administradores de sus sacramentos y de su Evangelio la gracia de ser fieles en el cumplimiento de su ministerio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo… Amén.

Bendigamos al Señor.
Demos gracias a Dios

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