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Oficio de lectura – lunes 10 octubre 2022

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

En el principio, tu Palabra.

Antes que el sol ardiera, antes del mar y las montañas, antes de las constelaciones, nos amó tu Palabra.

Desde tu seno, Padre, era sonrisa su mirada, era ternura su sonrisa, era calor de brasa.

En el principio, tu Palabra.

Todo se hizo de nuevo, todo salió sin mancha, desde el arrullo del río hasta el rocío y la escarcha; nuevo el canto de los pájaros, porque habló tu Palabra.

Y nos sigues hablando todo el día, aunque matemos la mañana y desperdiciemos la tarde, y asesinemos la alborada.

Como una espada de fuego, en el principio, tu Palabra.

Llénanos de tu presencia, Padre; Espíritu, satúranos de tu fragancia; danos palabras para responderte, Hijo, eterna Palabra. Amén.

Salmodia

Ant 1. Qué bueno es el Dios de Israel para los justos.

Salmo 72 Por qué sufre el justo

¡Qué bueno es Dios para el justo, el Señor para los limpios de corazón!

Pero yo por poco doy un mal paso, casi resbalaron mis pisadas: porque envidiaba a los perversos, viendo prosperar a los malvados.

Para ellos no hay sinsabores, están sanos y engreídos; no pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás.

Por eso su collar es el orgullo, y los cubre un vestido de violencia; de las carnes les rezuma la maldad, el corazón les rebosa de malas ideas.

Insultan y hablan mal, y desde lo alto amenazan con la opresión.
Su boca se atreve con el cielo, y su lengua recorre la tierra.
Por eso mi pueblo se vuelve a ellos y se bebe sus palabras.
Ellos dicen: «¿Es que Dios lo va a saber, se va a enterar el Altísimo?»
Así son los malvados: siempre seguros, acumulan riquezas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Qué bueno es el Dios de Israel para los justos.

Ant 2. Su risa se convertirá en llanto, y su alegría en tristeza.

Salmo 72

Entonces, ¿para qué he limpiado yo mi corazón y he lavado en la inocencia mis manos? ¿Para qué aguanto yo todo el día y me corrijo cada mañana?

Si yo dijera: «Voy a hablar como ellos», renegaría de la estirpe de tus hijos.

Meditaba yo para entenderlo, pero me resultaba muy difícil; hasta que entré en el misterio de Dios, y comprendí el destino de ellos.

Es verdad: los pones en el resbaladero, los precipitas en la ruina; en un momento causan horror, y acaban consumidos de espanto.

Como un sueño al despertar, Señor, al despertarte desprecias sus sombras.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Su risa se convertirá en llanto, y su alegría en tristeza.

Ant 3. Para mí lo bueno es estar junto a Dios, pues los que se alejan de ti se pierden.

Salmo 72

Cuando mi corazón se agriaba y me punzaba mi interior, yo era un necio y un ignorante, yo era un animal ante ti.

Pero yo siempre estaré contigo, tú tomas mi mano derecha, me guías según tus planes, y me llevas a un destino glorioso.

¿No te tengo a ti en el cielo?; y contigo, ¿qué me importa la tierra?
Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi herencia eterna.

Sí: los que se alejan de ti se pierden; tú destruyes a los que te son infieles.

Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio, y proclamar todas tus acciones en las puertas de Sión.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Para mí lo bueno es estar junto a Dios, pues los que se alejan de ti se pierden.

V. Qué dulce al paladar tu promesa, Señor.
R. Más que miel en la boca.

Primera lectura

Del libro de Ben Sirá 11, 12-28

Pongamos sólo en Dios nuestra confianza

Suele haber alguien que es débil, necesitado de apoyo, falto de bienes y sobrado de pobreza, pero el Señor se fija en él para hacerle bien y lo levanta del polvo, le hace levantar la cabeza y muchos se asombran al verlo.

Bien y mal, vida y muerte, pobreza y riqueza, todo viene del Señor; el don del Señor es para el justo, y su favor le asegura el éxito.

Hay quien se hace rico a fuerza de afanes y avaricia, y se cree con esto ya bien pagado. Y dice para sí: «Ahora puedo descansar; ahora comeré de mis rentas.» Pero no sabe cuánto tiempo le queda para morir y dejar a otros todo lo suyo.

Hijo mío, cumple tu deber, ocúpate de él, envejece en tu tarea; no admires las acciones del perverso, espera en el Señor y aguarda su luz; porque es cosa fácil para el Señor enriquecer en un instante al pobre.

La bendición del Señor es la recompensa del justo, y a su tiempo florece su esperanza.

No digas: «He despachado mis asuntos y, ahora, ¿qué puede ya hacerme falta?» No digas: «Ya tengo bastante, ¿qué mal me puede suceder?» En el día dichoso se olvida la desgracia, en el día desgraciado se olvida la dicha. Fácil es para Dios, a la hora de la muerte, pagar al hombre su conducta.

Un mal momento hace olvidar de los placeres.

Cuando llega el fin del hombre, se revela su historia. Antes del fin, no declares feliz a nadie: su desenlace mostrará si es dichoso; pues sólo a su término es conocido el hombre.

Responsorio Sir 11, 19. 20; Lc 12, 17. 18

R. Cuando el rico dice para sí: «Ahora puedo descansar; ahora comeré de mis rentas», no sabe cuánto tiempo le queda para morir y dejar a otros todo lo suyo.

V. Piensa el rico para sí: «Derribaré mis graneros para hacer otros más grandes, y almacenaré allí todos mis bienes.»
R. No sabe cuánto tiempo le queda para morir y dejar a otros todo lo suyo.

Segunda lectura de la carta de san Agustín, obispo, a Proba

Debemos en ciertos momentos amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal

Deseemos siempre la vida dichosa y eterna, que nos dará nuestro Dios y Señor, y así estaremos siempre orando. Pero, con objeto de mantener vivo este deseo, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que, de algún modo, nos distraen de él y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal, no fuese caso que si nuestro deseo empezó a entibiarse llegara a quedar totalmente frío y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabara por extinguirse del todo.

Por eso, cuando dice el Apóstol: Presentad públicamente vuestras peticiones a Dios, no hay que entender estas palabras como si se tratara de descubrir a Dios nuestras peticiones, pues él continuamente las conoce, aun antes de que se las formulemos; estas palabras significan, más bien, que debemos descubrir nuestras peticiones a nosotros mismos en presencia de Dios, perseverando en la oración, sin mostrarlas ante los hombres por vanagloria de nuestras plegarias.

Como esto sea así, aunque ya en el cumplimiento de nuestros deberes, como dijimos, hemos de orar siempre con el deseo, no puede considerarse inútil y vituperable el entregarse largamente a la oración, siempre y cuando no nos lo impidan otras obligaciones buenas y necesarias. Ni hay que decir, como algunos
piensan, que orar largamente sea lo mismo que orar con vana palabrería. Una cosa, en efecto, son las muchas palabras y otra cosa el afecto perseverante y continuado. Pues del mismo Señor está escrito que pasaba la noche en oración y que oró largamente; con lo cual, ¿qar oportunamente en el tiempo, aquel mismo que, con el Padre, oye nuestra oración en la eternidad?

Se dice que los monjes de Egipto hacen frecuentes oraciones, pero muy cortas, a manera de jaculatorias brevísimas, para que así la atención, que es tan sumamente necesaria en la oración, se mantenga vigilante y despierta y no se fatigue ni se embote con la prolijidad de las palabras. Con esto nos enseñan claramente que así como no hay que forzar la atención cuando no logra mantenerse despierta, así tampoco hay que interrumpirla cuando puede continuar orando.

Lejos, pues, de nosotros la oración con vana palabrería; pero que no falte la oración prolongada, mientras persevere ferviente la atención. Hablar mucho en la oración es como tratar un asunto necesario y urgente con palabras superfluas. Orar, en cambio, prolongadamente es llamar con corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de aquel que nos escucha. Porque con frecuencia la finalidad de la oración se logra más con lágrimas y llantos que con palabras y expresiones verbales. Porque el Señor recoge nuestras lágrimas en su odre y a él no se le ocultan nuestros gemidos, pues todo lo creó por medio de aquel que es su Palabra, y no necesita las palabras humanas.

Responsorio Sal 87, 2-3; Is 26, 8

R. Señor, Dios mío, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia; llegue hasta ti mi súplica.

V. Ansío tu nombre y tu recuerdo.
R. Llegue hasta ti mi súplica.

Oremos,
Te pedimos, Señor, que tu gracia continuamente nos preceda y acompañe, de manera que estemos dispuestos a obrar siempre el bien. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

Conclusión

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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