Oficio de Lectura
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
HIMNO
Puerta de Dios en el redil humano
fue Cristo, el buen Pastor que al mundo vino,
glorioso va delante del rebaño,
guiando su marchar por buen camino.
Madero de la cruz es su cayado,
su voz es la verdad que a todos llama,
su amor es el del Padre, que le ha dado
Espíritu de Dios, que a todos ama.
Pastores del Señor son sus ungidos,
nuevos cristos de Dios, son enviados
a los pueblos del mundo redimidos;
del único Pastor siervos amados.
La cruz de su Señor es su cayado,
la voz de la verdad es su llamada,
los pastos de su amor, fecundo prado,
son vida del Señor que nos es dada. Amén.
SALMODIA
Ant.1: Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos.
Salmo 20, 2-8. 14
Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.
Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.
Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia:
porque el rey confía en el Señor
y con la gracia del Altísimo no fracasará.
Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.
Ant.1: Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos.
Ant. 2: Cuando aparezca el supremo pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.
Salmo 91
I
Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes
sobre arpegios de cítaras.
Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.
Aunque germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.
Ant. 2: Cuando aparezca el supremo pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.
Ant. 3: Siervo bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor.
Porque tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos no temerán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.
El justo crecerá como una palmera
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;
en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.
Ant. 3: Siervo bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor.
V. Oirás de mi boca una palabra.
R. Y les advertirás de mi nombre.
PRIMERA LECTURA
Para un santo papa u obispo:
De la carta del apóstol san Pablo a Tito 1, 7-11; 2, 1-8
RECOMENDACIONES DE PABLO SOBRE LAS CUALIDADES Y LOS DEBERES DE LOS OBISPOS
Querido hermano: Es preciso que el obispo sea irreprochable, como administrador que es de la casa de Dios: que no sea soberbio ni iracundo, ni dado al vino ni pendenciero, ni codicioso de torpes ganancias. Más bien, debe ser hospitalario, amigo de todo lo bueno, discreto, recto, religioso, dueño de sí y muy adicto al auténtico mensaje de la verdad transmitida. Así podrá exhortar y animar con sana instrucción y rebatir a los contradictores.
Hay, en verdad, muchos insubordinados, charlatanes y embaucadores, sobre todo de entre los partidarios de la circuncisión. Es necesario irles tapando la boca, porque van revolviendo familias enteras, enseñando lo que no se debe, con la mira puesta en vergonzosas ganancias. Pero tú enseña lo que es conforme a la sana doctrina.
Los ancianos, que sean moderados, dignos, discretos, íntegros y vigorosos en la fe, en la caridad, en la constancia. Las ancianas, de igual modo, que observen un porte religioso, como conviene a una profesión santa; que no se den a la murmuración ni al mucho vino; que sean maestras de buenas costumbres, para poder inspirar sentimientos de modestia a las más jóvenes. Así les enseñarán a ser buenas esposas y buenas madres de familia, a ser discretas, honestas, hacendosas, bondadosas, dóciles a sus maridos. Así no darán motivo para que se hable mal del Evangelio de Dios.
Asimismo, a los jóvenes, anímalos a vivir con moderación en todas las cosas. Y tú sé modelo por tus buenas obras, con desinterés e integridad en la enseñanza, con gravedad, con genuina e incensurable doctrina, para que nuestros adversarios se vean confundidos, al no tener nada malo que decir contra nosotros.
Responsorio Hch 20, 28; 1Co 4, 2
R. Tened cuidado del rebaño que el Espíritu Santo ha encargado guardar, * como pastores de la de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo.
V. En un administrador lo que se busca es que sea fiel.
R. Como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo.
SEGUNDA LECTURA
De las Cartas de Sulpicio Severo
(Carta 3, 6. 9-10, 11. 14-17, 21: SC 133, 336-344)
MARTÍN, POBRE Y HUMILDE
Martín conoció con mucha antelación su muerte y anunció a sus hermanos la proximidad de la disolución de su cuerpo. Entretanto, por una determinada circunstancia, tuvo que visitar la diócesis de Candes. Existía en aquella Iglesia una desavenencia entre los clérigos, y, deseando él poner paz entre ellos, aunque sabía que se acercaba su fin, no dudó en ponerse en camino, movido por este deseo, pensando que si lograba pacificar la Iglesia sería éste un buen colofón a su vida.
Permaneció por un tiempo en aquella población o comunidad, donde había establecido su morada. Una vez restablecida la paz entre los clérigos, cuando ya pensaba regresar a su monasterio, de repente empezaron a faltarle las fuerzas; llamó entonces a los hermanos y les indicó que se acercaba el momento de su muerte. Ellos, todos a una, empezaron a entristecerse y a decirle entre lágrimas:
«¿Por qué nos dejas, padre? ¿A quién nos encomiendas en nuestra desolación? Invadirán tu grey lobos rapaces; ¿quién nos defenderá de sus mordeduras, si nos falta el pastor? Sabemos que deseas estar con Cristo, pero una dilación no hará que se pierda ni disminuya tu premio; compadécete más bien de nosotros, a quienes dejas».
Entonces él, conmovido por este llanto, lleno como estaba siempre de entrañas de misericordia en el Señor, se cuenta que lloró también; y, vuelto al Señor, dijo tan sólo estas palabras en respuesta al llanto de sus hermanos:
«Señor, si aún soy necesario a tu pueblo, no rehuyo el trabajo; hágase tu voluntad».
¡Oh varón digno de toda alabanza, nunca derrotado por las fatigas ni vencido por la tumba, igualmente dispuesto a lo uno y a lo otro, que no tembló ante la muerte ni rechazó la vida! Con los ojos y las manos continuamente levantados al cielo, no cejaba en la oración; y como los presbíteros, que por entonces habían acudido a él, le rogasen que aliviara un poco su cuerpo cambiando de posición, les dijo:
«Dejad, hermanos, dejad que mire al cielo y no a la tierra, y que mi espíritu, a punto ya de emprender su camino, se dirija al Señor».
Dicho esto, vio al demonio cerca de él, y le dijo:
«¿Por que estás aquí, bestia feroz? Nada hallarás en mí, malvado; el seno de Abrahán está a punto de acogerme». Con estas palabras entregó su espíritu al cielo. Martín, lleno de alegría, fue recibido en el seno de Abrahán; Martín, pobre y humilde, entró en el cielo, cargado de riquezas.
RESPONSORIO
R. ¡Oh tú, verdaderamente dichoso, en cuyos labios no hubo engaño, que a nadie juzgaste, a nadie condenaste! * nunca se encontró en su boca otra cosa que Cristo, la paz y la misericordia.
V. ¡Oh varón digno de toda alabanza, nunca derrotado por las fatigas ni vencido por la tumba, que no tembló ante la muerte ni rechazó la vida!
R. Nunca se encontró en su boca otra cosa que Cristo, la paz y la misericordia.
OREMOS,
Renueva, Señor, en nosotros las maravillas de tu gracia, para que, al celebrar hoy la memoria de san Martín, obispo, que te glorificó, tanto con su vida como con su muerte, nos sintamos de tal modo fortalecidos, que ni la vida ni la muerte puedan separarnos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.