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Oficio de lectura – lunes 12 diciembre 2022

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: Eres mujer de casa y, además, peregrina

Eres mujer de casa y, además, peregrina, dedicada a lo tuyo como madre y esposa,
pero sigues la huella por donde Dios camina y estás de corazón en cada cosa.

Estás en la montaña antes del alba, que el amor te apresura, y en cualquier otro Belén por esperar que nazca de nuevo Dios, y preparar su cuna.

Te haces de nuestra raza, pronuncias nuestra lengua con dulzura y nos pides te hagamos una Casa, para en ella mostrarnos tu sin igual ternura.

Bajas, subes, que para eso eres ave, ayer por el Calvario y por el cielo, hoy por la patria suave, y en pos de ti volamos en tu vuelo.

Gloria demos al Padre que no tu vo principio, gloria perenne a Cristo, que es el Hijo del Padre, y al Espíritu Santo, Consolador divino.
¡Que todo el universo los aclame! Amén.

Salmodia

Ant 1. Tu sol ya no se pondrá, ni menguará tu luna.

Salmo 23 – Entrada solemne de Dios en su templo.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes:
El la fundó sobre los mares, El la afianzó sobre los ríos.

¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?

El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos ni jura contra el prójimo en falso.

Ese recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación.

Este es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
¡Portones!, alzad los dinteles, levantaos, puertas antiguas: va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, héroe valeroso; el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles, levantaos, puertas antiguas: va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Tu sol ya no se pondrá, ni menguará tu luna.

Ant 2. Mirad que ya viene mi hijo el más pequeño, saltando sobre los montes, brincando por las colinas, como un ágil cervatillo.

Salmo 45 Dios, refugio y fortaleza de su pueblo

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos, aunque tiemble la tierra y los montes se desplomen en el mar.
Que hiervan y bramen sus olas, que sacudan a los montes con su furia:
El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila; Dios la socorre al despuntar la aurora.
Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan; pero él lanza su trueno y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor, las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe, rompe los arcos, quiebra las lanzas, prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios: más alto que los pueblos, más alto que la tierra.»

El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mirad que ya viene mi hijo el más pequeño, saltando sobre los montes, brincando por las colinas, como un ágil cervatillo.

Ant 3. Salgamos al campo, madruguemos para ver las viñas, para ver si las vides ya florecen y echan flores los granados: ahí te mostraré mi amor.

Salmo 86

Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos.

Él la ha cimentado sobre el monte santo; y el Señor prefiere las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios! «Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí.»

Se dirá de Sión: «Uno por uno todos han nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado.»

El Señor escribirá en el registro de los pueblos: «Éste ha nacido allí.»
Y cantarán mientras danzan: «Todas mis fuentes están en ti.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Salgamos al campo, madruguemos para ver las viñas, para ver si las vides ya florecen y echan flores los granados: ahí te mostraré mi amor.

Versículo

V. Señora de los jardines, mis compañeros te escuchan.
R. Déjanos oír tu voz.

Primera lectura

Del libro del profeta Isaías 52, 7. 9-10; 54, 10a. 11b-14a. 15; 55, 3b. 12b-13

Sobre los montes se anunció la paz

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la dicha, que anuncia la salvación, que dice a Sión: «Ya reina tu Dios»!

Prorrumpid a una en gritos de júbilo, soledades de Jerusalén, porque el Señor ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén. Ha descubierto el Señor su santo brazo a la vista de todas las naciones y han contemplado los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios.

«Podrán correrse los montes -dice el Señor-, podrán moverse las colinas, pero mi amor nunca se apartará de ti. Yo asentaré tus piedras sobre jaspe y tus cimientos sobre zafiro. Te pondré almenas de rubíes y puertas de esmeralda, y haré tus murallas con piedras preciosas. Todos tus hijos serán discípulos del Señor y su dicha será inmensa. Serás consolidada en la justicia. Si alguien te ataca, no será de parte mía; cualquiera que te ataque, contra ti se estrellará. Pues voy a firmar con vosotros una alianza eterna.»

Los montes y colinas romperán a cantar ante vosotros con gritos de alegría, y aplaudirán los árboles del campo. En lugar del espino crecerá el ciprés, en lugar de la ortiga crecerán los mirtos.

Será esto para gloria del Señor, para señal eterna que jamás se borrará.

Responsorio Sal 22, 4; 108, 22; Is 66, 13; Sal 120, 6

R. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna: aunque camines por cañadas oscuras, aunque te sientas pobre y desdichado y lleves traspasado el corazón.
Como una madre acaricia a su hijo, así yo os consolaré.

V. De día el sol no te hará daño, ni la luna de noche.
R. Como una madre acaricia a su hijo, así yo os consolaré.

Segunda lectura

Del Nicán Mopohua, relato del escritor indígena del siglo dieciséis don Antonio Valeriano

Un sábado de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de diciembre, un indio de nombre Juan Diego iba muy de madrugada del pueblo en que residía a Tlatelolco, a tomar parte en el culto divino y a escuchar los mandatos de Dios. Al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyac, amanecía, y escuchó que le llamaban
de arriba del cerrillo:

«Juanito, Juan Dieguito.»

Él subió a la cumbre y vio a una señora de sobrehumana grandeza, cuyo vestido era radiante como el sol, la cual, con palabra muy blanda y cortés, le dijo:

«Juanito, el más pequeño de mis hijos, sabe y ten entendido que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen. Ve al Obispo de México a manifestarle lo que mucho deseo. Anda y pon en ello todo tu esfuerzo.»

Cuando llegó Juan Diego a presencia del Obispo don fray Juan de Zumárraga, religioso de san Francisco, éste pareció no darle crédito y le respondió:

«Otra vez vendrás y te oiré más despacio.»

Juan Diego volvió a la cumbre del cerrillo, donde la Señora del Cielo le estaba esperando, y le dijo:

«Señora, la más pequeña de mis hijas, niña mía, expuse tu mensaje al Obispo, pero pareció que no lo tuvo por cierto. Por lo cual te ruego que le encargues a alguno de
los principales que lleve tu mensaje para que le crean, porque yo soy sólo un hombrecillo.»

Ella le respondió:

«Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo y le digas que yo en persona, la siempre Virgen santa María, Madre de Dios, soy quien te envío.»

Pero al día siguiente, domingo, el Obispo tampoco le dio crédito y le dijo que era muy necesaria alguna señal para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo. Y le despidió.

El lunes, Juan Diego ya no volvió. Su tío Juan Bernardino se puso muy grave y, por la noche, le rogó que fuera a Tlatelolco muy de madrugada a llamar un sacerdote que fuera a confesarle.

Salió Juan Diego el martes, pero dio vuelta al cerrillo y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no lo detuviera la Señora del Cielo. Mas ella le salió al encuentro a un lado del cerro y le dijo:

«Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás, por ven- tura, en mi regazo? No te aflija la enfermedad de tu tío.

Está seguro de que ya sanó. Sube ahora, hijo mío, a la cumbre del cerrillo, donde hallarás diferentes flores; córtalas y tráelas a mi presencia.»

Cuando Juan Diego llegó a la cumbre, se asombró muchísimo de que hubiesen brotado tantas exquisitas rosas de Castilla, porque a la sazón encrudecía el hielo, y las llevó en los pliegues de su tilma a la Señora del Cielo.

Ella le dijo:

«Hijo mío, ésta es la prueba y señal que llevarás al Obispo para que vea en ella mi voluntad. Tú eres mi embajador muy digno de confianza.»

Juan Diego se puso en camino, ya contento y seguro de salir bien. Al llegar a la presencia del Obispo, le dijo:

«Señor, hice lo que me ordenaste. La Señora del Cielo condescendió a tu recado y lo cumplió. Me despachó a la cumbre del cerrillo a que fuese a cortar varias rosas de Castilla, y me dijo que te las trajera y que a ti en persona te las diera. Y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad. Helas aquí:
recíbelas.»

Desenvolvió luego su blanca manta, y, así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyac.

La ciudad entera se conmovió, y venía a ver y a admirar su devota imagen y a hacerle oración, y, siguiendo el mandato que la misma Señora del Cielo diera a Juan Bernardino cuando le devolvió la salud, se le nombró, como bien había de nombrarse: «la siempre Virgen santa María de Guadalupe.»

Responsorio

R. Paloma mía, que anidas en los huecos de la peña, en las grietas del barranco, déjame ver tu figura. Déjame escuchar tu voz, permíteme ver tu rostro, porque es muy dulce tu hablar y gracioso tu semblante.

V. Y una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.

R. Déjame escuchar tu voz, permíteme ver tu rostro, porque es muy dulce tu hablar y gracioso tu semblante.

Himno: Señor, Dios Eterno

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos, a ti nuestra alabanza, a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran y cantan sin cesar.
Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo; llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles, la multitud de los profetas te enaltece, y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa, por todos los confines extendida, con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo, Hijo eterno, unigénito de Dios, santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria, tú el Hijo y Palabra del Padre, tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre, tomaste la condición de esclavo en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora, inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día, como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino, con tus santos y elegidos.
La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.
Salva a tu pueblo, Señor, y bendice a tu heredad.
Sé su pastor, y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor, guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
A ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado.

Oración.

Oremos,
Señor, Dios nuestro, que has concedido a tu pueblo la protección maternal de la siempre Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, por su intercesión, permanecer siempre firmes en la fe y servir con sincero amor a nuestros hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

Conclusión

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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