Oficio de Lectura
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Himno
A alumbrar la misma luz, a alegrar la misma gloria, a enriquecer las riquezas y a coronar las coronas,
a hacer cielo al mismo cielo, a hacer la beldad hermosa, a ennoblecer la nobleza y a honrar a las mismas honras,
sube la que es de los cielos honra, riqueza, corona, luz, hermosura y nobleza, cielo, perfección y gloria.
Flamante ropa la viste, a quien las estrellas bordan, en cuya labor el sol a ningún rayo perdona.
La luna a sus pies mendiga todo el candor que atesora, y ya, sin temer menguantes, plenitud de luces goza.
A recibirla salieron las tres divinas personas con los aplausos de quien es Hija, Madre y Esposa. Amén.
Salmodia
Ant. 1 asciende, Virgen Reina, y sube majestuosamente al espléndido palacio del Rey eterno.
Salmo 23
Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.
Extiendes los cielos como una tienda, construyes tu morada sobre las aguas; las nubes te sirven de carroza, avanzas en las alas del viento; los vientos te sirven de mensajeros; el fuego llameante, de ministro.
¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
¡Portones!, alzad los dinteles, levantaos, puertas antiguas: va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, héroe valeroso; el Señor, héroe de la guerra.
¡Portones!, alzad los dinteles, levantaos, puertas antiguas: va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos. Él es el Rey de la gloria.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1 asciende, Virgen Reina, y sube majestuosamente al espléndido palacio del Rey eterno.
Ant. 2 Dios la eligió y la predestinó, la hizo morar en su templo santo.
Salmo 45
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos, aunque tiemble la tierra y los montes se desplomen en el mar.
Que hiervan y bramen sus olas, que sacudan a los montes con su furia.
El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila; Dios la socorre al despuntar la aurora.
Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan; pero él lanza su trueno y se tambalea la tierra.
El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor, las maravillas que hace en la tierra:
Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe, rompe los arcos, quiebra las lanzas, prende fuego a los escudos.
«Rendíos, reconoced que yo soy Dios: más alto que los pueblos, más alto que la tierra.»
El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 Dios la eligió y la predestinó, la hizo morar en su templo santo.
Ant. 3 ¡Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María!
Salmo 86
Él la ha cimentado sobre el monte santo; y el Señor prefiere las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob.
¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios! «Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles; filisteos, tiros y etíopes han nacido allí.»
Se dirá de Sión: «Uno por uno todos han nacido el ella; el Altísimo en persona la ha fundado.»
El Señor escribirá en el registro de los pueblos: «Éste ha nacido allí.» Y cantarán mientras danzan: «Todas mis fuerzas están en ti.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 ¡Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María!
Versículo
V. Dichosa tú, María, que has creído al Señor.
R. Porque se ha cumplido en ti lo que se te había dicho.
Primera lectura
De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1,16-2, 10
Hermanos: No ceso de dar gracias por vosotros, y siempre os recuerdo en mis oraciones. Quiera el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, concedernos el don de sabiduría y de revelación, para que lleguemos al pleno conocimiento de él e, iluminados así los ojos de nuestra mente, conozcamos cuál es la esperanza a que nos ha llamado y cuáles las riquezas de gloria otorgadas por él como herencia a su pueblo santo.
Y ¡qué soberana grandeza despliega su poder en nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa! Este poder lo ejercitó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y constituyéndolo a su diestra en los cielos, por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación, y de todo ser que exista no sólo en el mundo presente, sino también en el futuro. Puso todas las cosas bajo sus pies y lo dio como cabeza a la Iglesia, que es su cuerpo, es decir, la plenitud de aquel que lo llena todo en todo.
Y Dios también os vivificó a vosotros, que estabais muertos por vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo, siguiendo el proceder de este mundo, sometidos al príncipe que tiene su imperio en el aire, el espíritu que actúa ahora en los rebeldes a la fe, entre los cuales vivíamos también nosotros, siguiendo las apetencias de nuestra carne, poniendo por obra sus deseos y sentimientos, y éramos por nuestro natural hijos de cólera, como los demás.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por nuestros pecados, nos vivificó con Cristo por pura
gracia habéis sido salvados y nos resucitó con él, y nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús. Así Dios, en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús, quiso mostrar en los siglos venideros la sublime riqueza de su gracia.
Estáis salvados por la gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir.
Somos obra de Dios. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él determinó que practicásemos.
Responsorio
R. ¡Qué hermosa y bella es la Virgen María, que emigró de este mundo para ir hacia Cristo! Resplandece entre los coros de los santos como el sol cuando brilla en el cielo con todo su esplendor.
V/. Los ángeles se alegran, los arcángeles se regocijan, al contemplar la gloria inmensa de la Virgen María.
R/. Resplandece entre los coros de los santos como el sol cuando brilla en el cielo con todo su esplendor.
Segunda lectura
De la Constitución apostólica Munificentíssimus Deus del papa Pío doce
Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles y lo explican con toda precisión, procurando sobre todo hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación en el cielo, a imitación de su Hijo único Jesucristo.
Y, así, san Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:
«Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda creatura como Madre y esclava de Dios.»
Según el punto de vista de san Germán de Constantinopla, el cuerpo de la Virgen María, la madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:
«Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de
disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la vida perfecta.»
Otro antiquísimo escritor afirma:
«La gloriosa Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia sí mismo, del modo que él solo conoce.»
Todos estos argumentos y consideraciones de los santos Padres se apoyan, como en su último fundamento, en la sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino.
Y sobre todo hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el proto evangelio, había de desembocar en
una victoria absoluta sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del Apóstol de los gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte esencial y el último trofeo de esta victoria, así también la participación que tuvo la santísima Virgen en esta lucha de su Hijo había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo Apóstol: Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: «La muerte ha sido absorbida en la victoria.»
Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en
su concepción, virgen integérrima en su divina maternidad, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.
Responsorio
R/. Éste es el día glorioso en que la Virgen Madre de Dios subió a los cielos; todos la aclamamos, tributándole nuestras alabanzas: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
V/. Dichosa eres, santa Virgen María, y digna de toda alabanza; de ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios.
R/. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
Himno
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos, a ti nuestra alabanza, a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo; llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles, la multitud de los profetas te enaltece, y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa, por los confines extendida, con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo, Hijo eterno, unigénito de Dios, Santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria, tú el Hijo y Palabra del Padre, tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre, tomaste la condición de esclavo en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora, inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día, como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino, con tus santos elegidos.
Salva a tu pueblo, Señor, y bendice a tu heredad.
Sé su pastor, y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor, guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
A ti, Señor me acojo, no quede yo nunca defraudado para siempre.
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María, madre de tu Hijo, haz que nosotros, ya desde este mundo, tengamos todo nuestro ser totalmente orientado hacia el cielo, para que podamos llegar a participar de su misma gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Conclusión.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.