Oficio de Lectura
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya
Himno:
Cristo el Señor, como la primavera, como una nueva aurora, resucitó.
Cristo, nuestra Pascua, es nuestro rescate, nuestra salvación.
Es grano en la tierra, muerto y florecido, tierno pan de amor.
Se rompió el sepulcro, se movió la roca, y el fruto brotó.
Dueño de la muerte, en el árbol grita su resurrección.
Humilde en la tierra, Señor de los cielos, su cielo nos dió.
Ábranse de gozo las puertas del Hombre que al hombre salvó.
Gloria para siempre al Cordero humilde que nos redimió. Amén.
Salmodia
Ant. 1. Sálvame, Señor, por tu misericordia. Aleluya.
Salmo 6 – Oración del afligido que acude a Dios
Señor, no me corrijas con ira, no me castigues con cólera.
Misericordia, Señor, que desfallezco; cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio, y tú, Señor, ¿hasta cuando?
Vuélvete, Señor, liberta mi alma, sálvame por tu misericordia.
Porque en el reino de la muerte nadie te invoca, y en el abismo, ¿quién te alabará?
Estoy agotado de gemir: de noche lloro sobre el lecho, riego mi cama con lágrimas. Mis ojos se consumen irritados, envejecen por tantas contradicciones.
Apartaos de mí los malvados, porque el Señor ha escuchado mis sollozos;
el Señor ha escuchado mi súplica, el Señor ha aceptado mi oración.
Que la vergüenza abrume a mis enemigos, que avergonzados huyan al momento.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Sálvame, Señor, por tu misericordia. Aleluya.
Ant. 2. El Señor es el refugio del oprimido en los momentos de peligro. Aleluya.
Salmo 9 Acción de gracias por la victoria
Te doy gracias, Señor, de todo corazón, proclamando todas tus maravillas; me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu nombre, ¡oh Altísimo!
Porque mis enemigos retrocedieron, cayeron y perecieron ante tu rostro.
Defendiste mi causa y mi derecho sentado en tu trono como juez justo.
Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío y borraste para siempre su apellido.
El enemigo acabó en ruina perpetua, arrasaste sus ciudades y se perdió su nombre.
Dios está sentado por siempre en el trono que ha colocado para juzgar.
Él juzgará el orbe con justicia y regirá las naciones con rectitud.
El será refugio del oprimido, su refugio en los momentos de peligro. Confiarán en ti los que conocen tu nombre, porque no abandonas a los que te buscan.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén
Ant. El Señor es el refugio del oprimido en los momentos de peligro. Aleluya.
Ant. 3. Narraré tus hazañas en las puertas de Sión. Aleluya.
Salmo 9
Tañed en honor del Señor, que reside en Sión; narrad sus hazañas a los pueblos; él venga la sangre, él recuerda, y no olvida los gritos de los humildes.
Piedad, Señor; mira como me afligen mis enemigos; levántame del umbral de la muerte, para que pueda proclamar tus alabanzas y gozar de tu salvación en las puertas de Sión.
Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron, su pie quedó prendido en la red que escondieron. El Señor apareció para hacer justicia, y se enredó el malvado en sus propias acciones.
Vuelvan al abismo los malvados, los pueblos que olvidan a Dios. El no olvida jamás al pobre, ni la esperanza del humilde perecerá.
Levántate, Señor, que el hombre no triunfe: sean juzgados los gentiles en tu presencia. Señor, infúndeles terror, y aprendan los pueblos que no son más que hombres.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Narraré tus hazañas en las puertas de Sión. Aleluya.
V. Mi corazón y mi carne. Aleluya.
R. Se alegran por el Dios vivo. Aleluya.
primera lectura
De los Hechos de los apóstoles 17, 1-18
Pablo en Atenas
En aquellos días, pasando por Anfípolis y Apolonia, Pablo y sus compañeros vinieron a Tesalónica, porque allí había una sinagoga de judíos. Según su costumbre, Pablo fue a verlos allí y, durante tres semanas, departió con ellos, tomando como punto de partida las Escrituras. Les explicaba y probaba que el Mesías debía padecer y resucitar de entre los muertos; y añadía:
«El Mesías es Jesús, el mismo que yo os anuncio.»
Llegaron a convencerse algunos judíos, y se unieron a Pablo y Silas, lo mismo que una gran multitud de prosélitos griegos y no pocas mujeres principales. Pero los judíos, instigados por la envidia, reunieron una chusma de gente vil; fueron en grupos alborotando la ciudad y se presentaron ante la casa de Jasón, con el propósito de llevar a Pablo y a Silas ante la asamblea del pueblo. Como no los hallaron allí, arrastraron a Jasón y a algunos hermanos ante los magistrados, gritando al mismo tiempo:
«Estos hombres, que están revolviendo el mundo entero, han venido también aquí, y Jasón los ha hospedado en su casa. Todos ellos conspiran contra los edictos del César y dicen que hay otro rey, que es Jesús.»
Con estos clamores, pusieron en conmoción a la ciudad y a los magistrados, que los estaban oyendo. Pero los magistrados, recibida fianza de Jasón y de los demás, los dejaron ir libres. Aquella misma noche, los hermanos hicieron salir para Berea a Pablo y a Silas, quienes, apenas llegaron allá, se dirigieron a la sinagoga de los judíos. Eran éstos de carácter más noble que los de Tesalónica, y acogieron con toda avidez el Evangelio, investigando un día tras otro en las Escrituras para comprobar si efectivamente era verdad. Muchos de ellos abrazaron la fe, y también no pocos griegos, tanto hombres como mujeres distinguidas. Pero en cuanto se enteraron los judíos de Tesalónica que también en Berea había predicado Pablo la palabra de Dios, vinieron allí y alborotaron y pusieron en revuelo a la gente. Al punto, los hermanos hicieron salir a Pablo camino del mar, quedando allí Silas y Timoteo. Los que conducían a Pablo lo llevaron hasta Atenas y regresaron con el encargo de comunicar a Silas y a Timoteo que se le juntasen lo más pronto posible.
Mientras Pablo los esperaba en Atenas, se consumía su espíritu, viendo la ciudad llena de ídolos. Discutía en la sinagoga con los judíos y con los prosélitos; y todos los días en la plaza pública con cuantos le salían al paso. Algunos filósofos, epicúreos y estoicos, discutían» con él; unos decían: «¿Qué es lo que querrá decir este charlatán?»
Otros pensaban:
«Parece que es un predicador de dioses extranjeros.»
Porque les hablaba de Jesús y de la resurrección.
Responsorio Cf. Hch 17, 2-3a; Lc 24, 45
R. Pablo, tomando como punto de partida las Escrituras, explicaba y probaba * que el Mesías debía padecer y resucitar. Aleluya.
V. El Señor les hizo ver el sentido que tenían las Escrituras.
R. Que el Mesías debía padecer y resucitar. Aleluya.
Segunda Lectura
El primogénito de la nueva creación
Ha llegado el reino de la vida y ha sido destruido el imperio de la muerte. Ha hecho su aparición un nuevo nacimiento, una vida nueva, un nuevo modo de vida, una transformación de nuestra misma naturaleza. ¿Cuál es este nuevo nacimiento? El de los que nacen no de la sangre ni del deseo carnal ni de la voluntad del hombre, sino del mismo Dios.
Sin duda te preguntarás: «¿Cómo puede ser esto?» Pon atención, que te lo voy a explicar en pocas palabras. Este nuevo germen de vida es concebido por la fe, es dado a luz por la regeneración bautismal, tiene por nodriza a la Iglesia, que lo amamanta con su doctrina y enseñanzas, y su alimento es el pan celestial; la madurez de su edad es una conducta perfecta, su matrimonio es la unión con la Sabiduría, sus hijos son la esperanza, su casa es el reino y su herencia y sus riquezas son las delicias del paraíso; su fin no es la muerte, sino aquella vida feliz y eterna, preparada para los que se hacen dignos de ella.
Éste es el día en que actuó el Señor, día en gran manera distinto de los días establecidos desde la creación del mundo, que son medidos por el paso del tiempo. Este otro día es el principio de una segunda creación. En este día, efectivamente, Dios hace un cielo nuevo y una tierra nueva, según palabras del profeta. ¿Qué cielo? El firmamento de la fe en Cristo. ¿Qué tierra? El corazón bueno de que habla el Señor, la tierra que absorbe la lluvia, que cae sobre ella, y produce fruto multiplicado.
El sol de esta nueva creación es una vida pura; las estrellas son las virtudes; el aire es una conducta digna; el mar es el abismo de riqueza de la sabiduría y ciencia; las hierbas y el follaje son la recta doctrina y las enseñanzas divinas, que son el alimento con que se apacienta la grey divina, es decir, el pueblo de Dios; los árboles frutales son la observancia de los mandamientos.
Éste es el día en que es creado el hombre verdadero a imagen y semejanza de Dios. ¿No es todo un mundo el que es inaugurado para ti por este día en que actuó el Señor? A este mundo se refiere el profeta, cuando habla de un día y una noche que no tienen semejante.
Pero aún no hemos explicado lo más destacado de este día de gracia. Él ha destruido los dolores de la muerte, él ha engendrado al primogénito de entre los muertos.
Cristo dice: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. ¡Oh mensaje lleno de felicidad y de hermosura! El que por nosotros se hizo hombre, siendo el Hijo único, quiere hacernos hermanos suyos y, para eso, hace llegar hasta el Padre verdadero su propia humanidad, llevando en ella consigo a todos los de su misma raza.
Responsorio
R. Por un hombre hubo muerte y por otro hombre hay resurrección de los muertos; * y lo mismo que en Adán todos mueren, en Cristo todos serán llamados de nuevo a la vida. Aleluya.
V. Nosotros, conforme a la promesa del Señor, esperamos cielos nuevos y tierra nueva.
R. Y lo mismo que en Adán todos mueren, en Cristo todos serán llamados de nuevo a la vida. Aleluya.
Oración.
Oremos
Señor Dios, que unes en un mismo sentir los corazones de los que te aman, impulsa a tu pueblo a amar lo que pides y a desear lo que prometes, para que, en medio de la inestabilidad de las cosas humanas, estén firmemente anclados nuestros corazones en el deseo de la verdadera felicidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
Conclusión
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.