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Oficio de lectura – lunes 16 septiembre 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Himno: TESTIGOS DE AMOR

Testigos de amor
de Cristo Señor,
mártires santos.

Rosales en flor
de Cristo el olor,
mártires santos.

Palabras en luz
de Cristo Jesús,
mártires santos.

Corona inmortal
del Cristo total,
mártires santos. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Los mártires derramaron su sangre por Cristo y consiguieron así el
premio eterno.

Salmo 2

¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo.»

El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo.»

Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza.»

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de protno su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1. Los mártires derramaron su sangre por Cristo y consiguieron así el
premio eterno.

Ant. 2. Los justos viven eternamente y han recibido de Dios su recompensa.

Salmo 32-
–I–

Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.

Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando vuestra música con aclamaciones:

que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales,
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
encierra en un odre las aguas marinas,
mete en un depósito el océano.

Tema al Señor la tierra entera,
tiemblen ante él los habitantes del orbe:
porque él lo dijo y existió;
lo mandó, y surgió.

El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2. Los justos viven eternamente y han recibido de Dios su recompensa.

Ant. 3. Vosotros, mis santos, que luchasteis en el mundo, recibiréis la recompensa de vuestro esfuerzo.
-II-

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.

El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres;
desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones.

No vence el rey por su gran ejército,
no escapa el soldado por su mucha fuerza,
nada valen sus caballos para la victoria,
ni por su gran ejército se salva.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

Nosotros esperamos en el Señor:
él es nuestro auxilio y escudo,
con él se alegra nuestro corazón,
en su Santo nombre confiamos.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Versículo.

V/. Nosotros esperamos en el Señor.

R/. Él es nuestro auxilio y escudo.

PRIMERA LECTURA/ COMÚN DE VARIOS MÁRTIRES

De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 18-39

Nada puede apartarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús

Hermanos: Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió: pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que se ve? Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia.

Pero además el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

Sabemos también que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

¿Cabe decir más? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y, que intercede por nosotros?

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: «Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza».

Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Responsorio Mt 5, 44-45. 48

R. Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y rogad por los que os persiguen. *Así seréis hijos de vuestro Padre celestial.

V. Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

R. Así seréis hijos de vuestro Padre celestial.

SEGUNDA LECTURA

De las Cartas de san Cipriano, obispo y mártir

Cipriano a su hermano Cornelio.

Hemos tenido noticia, hermano muy amado, del testi-
monio glorioso que habéis dado de vuestra fe y fortaleza;
y hemos recibido con tanta alegría el honor de vuestra
confesión que nos consideramos partícipes y socios de
vuestros méritos y alabanzas. En efecto, si formamos to-
dos una misma Iglesia, si tenemos todos una sola alma y
un solo corazón, ¿qué sacerdote no se congratulará de las
alabanzas tributadas a un colega suyo, como si se tratara
de las suyas propias? ¿O qué hermano no se alegrará
siempre de las alegrías de sus otros hermanos?

No hay manera de expresar cuán grande ha sido aquí
la alegría y el regocijo, al enterarnos de vuestra victoria
y vuestra fortaleza: de cómo tú has ido a la cabeza de
tus hermanos en la confesión del nombre de Cristo, y
de cómo esta confesión tuya, como cabeza de tu Iglesia,
se ha visto a su vez robustecida por la confesión de los
hermanos; de este modo, precediéndolos en el camino
hacia la gloria, has hecho que fueran muchos los que te
siguieran, y ha sido un estímulo para que el pueblo con-
fesara su fe el hecho de que te mostraras tú, el primero,
dispuesto a confesarla en nombre de todos; y, así, no
sabemos qué es lo más digno de alabanza en vosotros, si
tu fe generosa y firme o la inseparable caridad de los
hermanos. Ha quedado públicamente comprobada la for-
taleza del obispo que está al frente de su pueblo y ha
quedado dé manifiesto la unión entre los hermanos que
han seguido sus huellas. Por el hecho de tener todos
vosotros un solo espíritu y una sola voz, toda la Iglesia
de Roma ha tenido parte en vuestra confesión.

Ha brillado en todo su fulgor, hermano muy amado,
aquella fe vuestra, de la que habló el Apóstol. Él preveía
ya en espíritu esta vuestra fortaleza y valentía, tan digna
de alabanza, y pregonaba lo que más tarde había de su-
ceder, atestiguando vuestros merecimientos, ya que, ala-
bando a vuestros antecesores, os incitaba a vosotros a
imitarlos. Con vuestra unanimidad y fortaleza, habéis
dado a los demás hermanos un magnífico ejemplo de es-
tas virtudes. Y, teniendo en cuenta que la providencia del
Señor nos advierte y pone en guardia y que los saluda-
bles avisos de la misericordia divina nos previenen que
se acerca ya el día de nuestra lucha y combate, os exhor-
tamos de corazón, en cuanto podemos, hermano muy
amado, por la mutua caridad que nos une, a que no de-
jemos de insistir, junto con todo el pueblo, en los ayu-
nos, vigilias y oraciones. Porque éstas son nuestras armas
celestiales, que nos harán mantener firmes y perseverar
con fortaleza; éstas son las defensas espirituales y los
dardos divinos que nos protegen.

Acordémonos siempre unos de otros, con grande con-
cordia y unidad de espíritu, encomendémonos siempre
mutuamente en la oración y prestémonos ayuda con mu-
tua caridad cuando llegue el momento de la tribulación
y de la angustia.

Responsorio

R. Dios nos contempla. Cristo y sus ángeles nos mi-
ran, mientras luchamos por la fe. * Qué dignidad
tan grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo
la mirada de Dios y ser coronados por Cristo.

V. Revistámonos de fuerza y preparémonos para la lu-
cha con un espíritu indoblegable, con una fe since-
ra, con una entrega total.

R. Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es
luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por
Cristo.

ORACIÓN.
Oremos:
Señor, tú que enlos santos Cornelio y Cipriano dis-
te a tu pueblo pastores llenos de celo y mártires vic-
toriosos, concédenos, por su valiosa intercesión, ser
firmes e invencibles en la fe y trabajar con verdadero
empeño por lograr la unidad de tu Iglesia. Por nues-
tro Señor Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.