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Oficio de lectura – lunes 19 agosto 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Himno: EN EL PRINCIPIO, TU PALABRA.

En el principio, tu palabra.
Antes que el sol ardiera,
antes del mar y las montañas,
antes de las constelaciones,
nos amó tu palabra

Desde tu seno, Padre,
era sonrisa su mirada,
era ternura su sonrisa,
era calor de brasa.
En el principio, tu palabra.

Todo se hizo de nuevo,
todo salió sin mancha,
desde el arrullo del río
hasta el rocío y la escarcha;
nuevo el canto de los pájaros,
porque habló tu Palabra.

Y nos sigues hablando todo el día,
aunque matemos la mañana
y desperdiciemos la tarde,
y asesinemos la alborada.
Como una espada de fuego,
en el principio, tu Palabra.

Llénanos de tu presencia, Padre;
Espíritu satúranos de tu fragancia;
danos palabras para responderte,
Hijo, eterna Palabra. Amén

SALMODIA

Ant 1. Que bueno es el Dios de Israel para los justos.

Salmo 72 I – POR QUÉ SUFRE EL JUSTO

¡Qué bueno es Dios para el justo,
el Señor para los limpios de corazón!

Pero yo por poco doy un mal paso,
casi resbalaron mis pisadas:
porque envidiaba a los perversos,
viendo prosperar a los malvados.

Para ellos no hay sinsabores,
están sanos y engreídos;
no pasan las fatigas humanas
ni sufren como los demás.

Por eso su collar es el orgullo,
y los cubre un vestido de violencia;
de las carnes les rezuma la maldad,
el corazón les rebosa de malas ideas.

Insultan y hablan mal,
y desde lo alto amenazan con la opresión.
Su boca se atreve con el cielo,
y su lengua recorre la tierra.

Por eso mi pueblo se vuelve a ellos
y se bebe sus palabras.
Ellos dicen: «¿Es que Dios lo va a saber,
se va a enterar el Altísimo?»
Así son los malvados:
siempre seguros, acumulan riquezas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Que bueno es el Dios de Israel para los justos.

Ant 2. Su risa se convertirá en llanto, y su alegría en tristeza.

Salmo 72 II

Entonces, ¿para qué he limpiado yo mi corazón
y he lavado en la inocencia mis manos?
¿Para qué aguanto yo todo el día
y me corrijo cada mañana?

Si yo dijera: «Voy a hablar como ellos»,
renegaría de la estirpe de tus hijos.

Meditaba yo para entenderlo,
pero me resultaba muy difícil;
hasta que entré en el misterio de Dios,
y comprendí el destino de ellos.

Es verdad: los pones en el resbaladero,
los precipitas en la ruina;
en un momento causan horror,
y acaban consumidos de espanto.

Como un sueño al despertar, Señor,
al despertarte desprecias sus sombras.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Su risa se convertirá en llanto, y su alegría en tristeza.

Ant 3. Para mí lo bueno es estar junto a Dios, pues los que se alejan de ti se pierden.

Salmo 72 III

Cuando mi corazón se agriaba
y me punzaba mi interior,
yo era un necio y un ignorante,
yo era un animal ante ti.

Pero yo siempre estaré contigo,
tú tomas mi mano derecha,
me guías según tus planes,
y me llevas a un destino glorioso.

¿No te tengo a ti en el cielo?;
y contigo, ¿qué me importa la tierra?
Se consumen mi corazón y mi carne
por Dios, mi herencia eterna.

Sí: los que se alejan de ti se pierden;
tú destruyes a los que te son infieles.

Para mí lo bueno es estar junto a Dios,
hacer del Señor mi refugio,
y proclamar todas tus acciones
en las puertas de Sión.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Para mí lo bueno es estar junto a Dios, pues los que se alejan de ti se pierden.

V. Qué dulce al paladar tu promesa, Señor.
R. Más que miel en la boca.

PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 2, 1-3. 12-26

VANIDAD DE LOS PLACERES Y DE LA SABIDURÍA HUMANA

Yo me dije en mi corazón: «¡Adelante! ¡Voy a hacerte probar el placer, a hacer que disfrutes del bienestar!» Pero vi que también esto es vanidad. A la risa la llamé: «¡Locura!»; y del placer dije: «¿Para qué vale?» Traté de regalar mi cuerpo con el vino, mientras guardaba mi corazón en la sabiduría, y entregarme al desvarío hasta ver en qué consistía la felicidad de los humanos, lo que hacen bajo el cielo durante los contados días de su vida.

Dirigí luego mi reflexión sobre la sabiduría, la locura y el desvarío. Porque ¿qué hará el hombre que suceda al rey, sino lo que ya otros hicieron? Yo vi que la sabiduría aventaja al desvarío, como la luz a las tinieblas.

El sabio tiene sus ojos en la cabeza, mas el necio camina en las tinieblas. Pero también yo sé que la misma suerte alcanza a ambos. Entonces me dije: «Como la suerte del necio será la mía. ¿Para qué vale, pues, mi sabiduría?» Y pensé que hasta eso mismo es vanidad. No hay recuerdo duradero ni del sabio ni del necio; al correr de los días, todos son olvidados. Pues el sabio muere igual que el necio.

He detestado la vida, porque me disgusta cuanto se hace bajo el sol, pues todo es vanidad y atrapar vientos. Detesté todos mis fatigosos afanes bajo el sol, y los dejo a mi sucesor. ¿Quién sabe si será sabio o necio? Y, sin embargo, él será dueño de toda mi fatiga, la que realicé con afán y sabiduría bajo el sol. También esto es vanidad. Entregué mi corazón al desaliento por todos mis fatigosos afanes bajo el sol, al considerar cómo algún hombre que se ha afanado con sabiduría, ciencia y destreza deja su bien a otro que en nada se afanó para ello. También esto es vanidad y mal grave. Pues ¿qué le queda a aquel hombre de toda su fatiga y esfuerzo con que se fatigó bajo el sol? ¿De todos sus días de dolor, de penosas ocupaciones, de todas sus noches de insomnio? También esto es vanidad.

No hay mayor felicidad humana que comer y beber y pasarlo bien en medio de los afanes. Yo veo que también esto viene de la mano de Dios, pues quien come y goza lo tiene de Dios. Porque a quien le agrada da él sabiduría, ciencia y alegría; mas al pecador da el trabajo de amontonar y atesorar para dejárselo a quien a él le plazca. También esto es vanidad y atrapar vientos.

RESPONSORIO Qo 2, 26; 1Tm 6, 10

R. Dios da a quien le agrada sabiduría, ciencia y alegría; mas al pecador da el trabajo de amontonar y atesorar para dejárselo a quien a él le plazca. * También esto es vanidad y atrapar vientos.
V. Raíz de todos los males es el afán del dinero; y algunos, por dejarse llevar de él, han quedado sumergidos en un mar de tormentos.
R. También esto es vanidad y atrapar vientos.

SEGUNDA LECTURA

De las Homilías de san Gregorio de Nisa, obispo, sobre el Eclesiastés
(Homilía 5: PG 44,683-686)

EL SABIO TIENE SUS OJOS PUESTOS EN LA CABEZA

Si el alma eleva sus ojos a su cabeza, que es Cristo, según la interpretación de Pablo, habrá que considerarla dichosa por la penetrante mirada de sus ojos, ya que los tiene puestos allí donde no existen las tinieblas del mal. El gran Pablo y todos los que tuvieron una grandeza semejante a la suya tenían los ojos fijos en su cabeza, así como todos los que viven, se mueven y existen en Cristo. Pues, así como es imposible que el que está en la luz vea tinieblas, así también lo es que el que tiene los ojos puestos en Cristo los fije en cualquier cosa vana. Por tanto, el que tiene los ojos puestos en la cabeza, y por cabeza entendemos aquí al que es principio de todo, los tiene puestos en toda virtud (ya que Cristo es la virtud perfecta y totalmente absoluta), en la verdad, en la justicia, en la incorruptibilidad, en todo bien. Porque el sabio tiene sus ojos puestos en la cabeza, mas el necio camina en las tinieblas. El que no pone su lámpara sobre el candelero, sino que la pone bajo el lecho, hace que la luz sea para él tinieblas.

Por el contrario, cuántos hay que viven entregados a la lucha por las cosas de arriba y a la contemplación de las cosas verdaderas, y son tenidos por ciegos e inútiles, como es el caso de Pablo, que se gloriaba de ser insensato por Cristo. Porque su prudencia y sabiduría no consistía en las cosas que retienen nuestra atención aquí abajo. Por esto dice: Nosotros somos insensatos por Cristo, que es lo mismo que decir: «Nosotros somos ciegos con relación a la vida de este mundo, porque miramos hacia arriba y tenemos los ojos puestos en la cabeza.» Por esto vivía privado de hogar y de mesa, pobre, errante, desnudo, padeciendo hambre y sed.

¿Quién no lo hubiera juzgado digno de lástima, viéndolo encarcelado, sufriendo la ignominia de los azotes, viéndolo entre las olas del mar al ser la nave desmantelada, viendo cómo era llevado de aquí para allá entre cadenas? Pero, aunque tal fue su vida entre los hombres, él nunca dejó de tener los ojos puestos en la cabeza, según aquellas palabras suyas: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? Que es como si dijese: «¿Quién apartará mis ojos de la cabeza y hará que los ponga en las cosas que son despreciables?» A nosotros nos manda hacer lo mismo, cuando nos exhorta a poner nuestro corazón en las cosas del cielo, lo que equivale a decir «tener los ojos puestos en la cabeza».

RESPONSORIO Sal 122, 2; Jn 8, 12

R. Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, * así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia.
V. Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
R. Así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia.

ORACIÓN.

OREMOS,
Oh Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde el amor de tu nombre en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos tus promesas que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.