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Oficio de lectura – lunes 27 junio 2022

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

Dios de la tierra y del cielo, que, por dejarlas más claras, las grandes aguas separas, pones un límite al cielo.

Tú que das cauce al riachuelo y alzas la nube a la altura, tú que, en cristal de frescura, sueltas las aguas del río sobre las tierras de estío, sanando su quemadura,

danos tu gracia, piadoso, para que el viejo pecado no lleve al hombre engañado a sucumbir a su acoso.

Hazlo en la fe luminoso, alegre en la austeridad, y hágalo tu claridad salir de sus vanidades; dale, Verdad de verdades, el amor a tu verdad. Amén.

Salmodia

Ant. 1. Sálvame, Señor, por tu misericordia.

Salmo 6 Oración del afligido que acude a Dios

Señor, no me corrijas con ira, no me castigues con cólera.
Misericordia, Señor, que desfallezco; cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio, y tú, Señor, ¿hasta cuando?

Vuélvete, Señor, liberta mi alma, sálvame por tu misericordia.
Porque en el reino de la muerte nadie te invoca, y en el abismo, ¿quién te alabará?

Estoy agotado de gemir: de noche lloro sobre el lecho, riego mi cama con lágrimas.

Mis ojos se consumen irritados, envejecen por tantas contradicciones.

Apartaos de mí los malvados, porque el Señor ha escuchado mis sollozos;
el Señor ha escuchado mi súplica, el Señor ha aceptado mi oración.

Que la vergüenza abrume a mis enemigos, que avergonzados huyan al momento.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Sálvame, Señor, por tu misericordia.

Ant. 2. El Señor es el refugio del oprimido en los momentos de peligro.

Salmo 9 Acción de gracias por la victoria

Te doy gracias, Señor, de todo corazón, proclamando todas tus maravillas; me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu nombre, ¡oh Altísimo!

Porque mis enemigos retrocedieron, cayeron y perecieron ante tu rostro.
Defendiste mi causa y mi derecho sentado en tu trono como juez justo.

Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío y borraste para siempre su apellido.

El enemigo acabó en ruina perpetua, arrasaste sus ciudades y se perdió su nombre.

Dios está sentado por siempre en el trono que ha colocado para juzgar.
Él juzgará el orbe con justicia y regirá las naciones con rectitud.

El será refugio del oprimido, su refugio en los momentos de peligro.
Confiarán en ti los que conocen tu nombre, porque no abandonas a los que te buscan.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén

Ant. El Señor es el refugio del oprimido en los momentos de peligro.

Ant. 3. Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.

Salmo 9

Tañed en honor del Señor, que reside en Sión; narrad sus hazañas a los pueblos; él venga la sangre, él recuerda, y no olvida los gritos de los humildes.

Piedad, Señor; mira como me afligen mis enemigos; levántame del umbral de la muerte, para que pueda proclamar tus alabanzas y gozar de tu salvación en las puertas de Sión.

Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron, su pie quedó prendido en la red que escondieron.

El Señor apareció para hacer justicia, y se enredó el malvado en sus propias acciones.

Vuelvan al abismo los malvados, los pueblos que olvidan a Dios.
El no olvida jamás al pobre, ni la esperanza del humilde perecerá.

Levántate, Señor, que el hombre no triunfe: sean juzgados los gentiles en tu presencia.

Señor, infúndeles terror, y aprendan los pueblos que no son más que hombres.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.

Versículo.

V. Enséñame a cumplir tu voluntad.
R. Y a guardarla de todo corazón.

Primera lectura

Del libro de Nehemías 5, 1-19

Nehemías libera al pueblo de la opresión de los poderosos

En aquellos días, la gente sencilla, sobre todo las mujeres, empezaron a protestar fuertemente contra sus hermanos judíos. Unos decían:

«Tenemos muchos hijos e hijas; que nos den trigo para comer y seguir con vida.»

Otros:

«Pasamos tanta hambre, que tenemos que hipotecar nuestros campos, viñedos y casas para conseguir trigo.»

Y otros:

«Hemos tenido que pedir dinero prestado para pagar el impuesto real. Somos iguales que nuestros hermanos, nuestros hijos son como los suyos, y, sin embargo, debemos entregar como esclavos a nuestros hijos e hijas; a algunas de ellas incluso las han deshonrado, sin que podamos hacer nada, porque nuestros campos y viñas están en manos ajenas.»

Cuando me enteré de sus protestas y de lo que sucedía, me indigné y, sin poder contenerme, me encaré con los nobles y las autoridades. Les dije:

«Os estáis portando con vuestros hermanos como usureros.»

Convoqué contra ellos una asamblea general, y les dije:

«Nosotros, en la medida de nuestras posibilidades, rescatamos a nuestros hermanos judíos vendidos a los paganos. Y vosotros vendéis a vuestros hermanos para que luego nos los vendan a nosotros.»

Se quedaron cortados, sin respuesta, y yo seguí: «No está bien lo que hacéis. Sólo respetando a nuestro Dios evitaréis el desprecio de nuestros enemigos, los paganos. También yo, mis hermanos y mis criados les hemos prestado dinero y trigo. Olvidemos esa deuda. Devolvedles hoy mismo sus campos, viñas, olivares y casas, y perdonadles el dinero, el trigo, el vino y el aceite que les habéis prestado.»

Respondieron:

«Se lo devolveremos sin exigir nada. Haremos lo que dices.»

Entonces, llamé a los sacerdotes y les hice jurar que harían seguir esta promesa. Luego, me despojé de mi manto, diciendo:

«Así despoje Dios de su casa y de sus bienes al que no cumpla su palabra, y que se quede despojado y sin nada.»

Toda la asamblea respondió: «Amén.»

Y alabó al Señor. El pueblo cumplió lo prometido.

Dicho sea de paso, desde el día en que me nombraron gobernador de Judá, cargo que ocupé durante doce años, desde el veinte hasta el treinta y dos del rey Artajerjes, ni yo ni mis hermanos comimos a expensas del cargo. Los gobernadores anteriores gravaban al pueblo, exigiéndole cada día cuarenta siclos de plata en concepto de pan y vino, y también sus servidores oprimían a la gente. Pero yo no obré así por respeto al Señor.

Además, trabajé personalmente en la muralla, aunque yo no era terrateniente, y todos mis criados se pasaban el día en la obra. A mi mesa se sentaban ciento cincuenta nobles y consejeros, sin contar los que venían de los países vecinos. Cada día se aderezaba un toro, seis ovejas escogidas y aves; cada diez días encargaba vino de todas clases en abundancia. Y, a pesar de esto, nunca reclamé la manutención de gobernador, porque bastante agobiado estaba ya el pueblo.

Dios mío, acuérdate, para mi bien, de todo lo que hice por esta gente.

Responsorio

R. «Por la opresión del humilde, por el gemido del pobre, yo me levantaré», dice el Señor.

V. ¿Por qué trituráis a mi pueblo y aplastáis el rostro de los desvalidos?
R. «Yo me levantaré», dice el Señor.

 

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