Oficio de Lectura
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor date prisa en socorrerme.
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno
¿Cuándo, Señor, te llevarás cautiva la historia de pecado que el mundo concibió?; ¿cuándo, Señor, serán cielos y tierra el cielo de tu amor?
¿Cuándo, también, emprenderá su vuelo la débil esperanza de nuestro corazón?; ¿cuándo, Señor, florecerá en el barro tu sangre y tu pasión?
¿Cuándo, Señor, los gritos de los hombres serán clamor eterno de júbilo y de paz?; ¿cuándo, Señor, las penas y tristezas tu gloria alumbrarán?
Y ¿cuándo, finalmente, Padre amado, seremos en el Hijo tus hijos de adopción?; ¿cuándo, Señor, será ya todo en todos tu Espíritu de amor? Amén.
Salmodia
Ant 1. Vendrá el Señor y no callará. Aleluya.
Salmo 49
El Dios de los dioses, el Señor, habla: convoca la tierra de oriente a occidente. Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece: viene nuestro Dios, y no callará.
Lo precede fuego voraz, lo rodea tempestad violenta.
Desde lo alto convoca cielo y tierra, para juzgar a su pueblo: «Congregadme a mis fieles, que sellaron mi pacto con un sacrificio.»
Proclame el cielo su justicia; Dios en persona va a juzgar.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Vendrá el Señor y no callará. Aleluya.
Ant 2. Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza. Aleluya.
Salmo 49
«Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte; Israel, voy a dar testimonio contra ti; yo, el Señor, tu Dios.
No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí. Pero no aceptaré un becerro de tu casa, ni un cabrito de tus rebaños;
pues las fieras de la selva son mías, y hay miles de bestias en mis montes; conozco todos los pájaros del cielo, tengo a mano cuanto se agita en los campos.
Si tuviera hambre, no te lo diría; pues el orbe y cuanto lo llena es mío.
¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de cabritos?
Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo
e invócame el día del peligro: yo te libraré, y tú me darás gloria.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza. Aleluya.
Ant 3. Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos. Aleluya.
Salmo 49
Dios dice al pecador: «¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?
Cuando ves un ladrón, corres con él; te mezclas con los adúlteros; sueltas tu lengua para el mal, tu boca urde el engaño; te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre; esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara.»
Atención los que olvidáis a Dios, no sea que os destroce sin remedio.
El que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos. Aleluya.
V. Mi corazón y mi carne. Aleluya.
R. Se alegran por el Dios vivo. Aleluya.
De los Hechos de los apóstoles 25, 1-27
A los tres días de haberse posesionado de su cargo de procurador, Festo subió de Cesarea a Jerusalén. Allí se le presentaron los sacerdotes y los notables de entre los judíos a exponer sus acusaciones contra Pablo, y, en su animosidad, le rogaron con instancia -pidiéndoselo como un favor- que lo hiciese venir a Jerusalén. Tenían el propósito de armarle una emboscada en el camino para quitarle la vida. Festo les respondió que Pablo Se encontraba preso en Cesarea, y que él mismo estaba para partir en breve. Y añadió:
«Por lo tanto, los que son de más autoridad entre vosotros que bajen conmigo a acusarlo, si efectivamente es culpable de algún crimen.»
Después de haberse detenido allí sólo unos ocho o diez días, bajó a Cesarea y, al día siguiente, sentándose en su tribunal, hizo comparecer a Pablo. Cuando se presentó éste, los judíos venidos de Jerusalén se colocaron a su alrededor, alegando muchas y graves acusaciones que no podían probar de ninguna manera. Pablo se defendía, diciendo:
«Yo no he cometido delito alguno ni contra la ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra el César.» Pero Festo, queriendo congraciarse con los judíos, se dirigió a Pablo, preguntándole:
«¿Quieres subir a Jerusalén y ser juzgado allí en mi presencia de todas estas acusaciones?» A lo que contestó Pablo:
«Estoy en el tribunal del César; en él debe continuar mi juicio. Ninguna injuria he inferido a los judíos, como tú sabes muy bien. Si, como dicen ellos, he cometido algún delito o algún crimen digno de muerte, no rehúso morir; pero si no hay nada de cuanto éstos me acusan, nadie puede ponerme en sus manos. Apelo al César.»
Festo, después de consultar con los de su consejo, respondió: «Has apelado al César; al César irás.»
Algunos días más tarde, el rey Agripa y Berenice vinieron a Cesarea para saludar a Festo. Prolongándose allí mucho tiempo la estancia del rey, Festo puso en su conocimiento el caso de Pablo. Le dijo:
«Hay aquí un hombre que Félix dejó en la cárcel. Cuando estuve yo en Jerusalén, los sacerdotes y los notables de los judíos vinieron a presentar demanda contra él, pidiendo su condena. Yo les contesté que no es costumbre de los romanos condenar a nadie, cualquiera que sea, sin que al acusado se le dé oportunidad para defenderse de la acusación en presencia de los acusadores. Así, pues, vinieron ellos aquí conmigo, y yo, sin demora alguna, al día siguiente, sentándome en el tribunal, hice comparecer a ese hombre.
Presentes a su alrededor, los acusadores no adujeron ninguna acusación sobre crímenes que yo había sospechado. Sólo tenían contra él algunas cuestiones referentes a su propia religión y a un tal Jesús, que ya había muerto y del que Pablo aseguraba que estaba vivo. Estando yo sin saber qué partido tomar en el examen de un caso así, le pregunté si quería ir a Jerusalén para ser allí juzgado. Pero Pablo interpuso apelación para que su causa quedase reservada a la decisión del emperador; y yo ordené que continuase detenido hasta que pueda remitirlo al César.»
Dijo Agripa a Festo:
«Tendré sumo gusto en oír a ese hombre.» Respondióle Festo: «Mañana le oirás.»
Así, pues, al otro día se presentaron Agripa y Berenice con gran ostentación; entraron en la sala de la audiencia acompañados de los tribunos y de la nobleza de la ciudad, y, a una orden de Festo, compareció Pablo. Festo dijo así:
«Rey Agripa y todos los que estáis aquí presentes, mirad aquí a este hombre. La comunidad judía en pleno, lo mismo en Jerusalén que aquí, ha venido a pedirme justicia contra él, diciendo a grandes voces que no merece vivir más. Yo, por mi parte, he llegado a la conclusión de que no ha hecho nada que merezca la muerte; pero como ha apelado al César, he resuelto remitirlo allá. Yo no tengo nada seguro que escribir al emperador contra él. Por eso lo he hecho comparecer ante vosotros, y especialmente ante ti, rey Agripa, para que, verificado este interrogatorio, tenga yo algo que escribir. Me parece en verdad absurdo enviar un preso sin dar informes sobre las acusaciones que pesan sobre él.»
Responsorio
R. Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Aleluya.
V. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desdichados.
R. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos; el primero de todos. Aleluya.
Segunda lectura
De las Catequesis de san Cirilo de Jerusalén, obispo
El agua viva del Espíritu Santo
El agua que yo le dé se convertirá en él en manantial de agua viva, que brota para comunicar vida eterna. Se nos habla aquí de un nuevo género de agua, un agua viva y que brota; pero que brota sólo sobre los que son dignos de ella. Mas, ¿por qué el Señor da el nombre de agua a la gracia del Espíritu? Porque el agua es condición necesaria para la pervivencia de todas las cosas, porque el agua es el origen de las plantas y de los seres vivos, porque el agua de la lluvia baja del cielo, porque, deslizándose en un curso siempre igual, produce efectos diferentes. Diversa es, en efecto, su virtualidad en una palmera o en una vid, aunque en todos es ella quien lo hace todo; ella es siempre la misma, en cualquiera de sus manifestaciones, pues la lluvia, aunque cae siempre del mismo modo, se acomoda a la estructura de los seres que la reciben, dando a cada uno de ellos lo que necesitan.
De manera semejante, el Espíritu Santo, siendo uno solo y siempre el mismo e indivisible, reparte a cada uno sus gracias según su beneplácito. Y, del mismo modo que el árbol seco, al recibir el agua, germina, así también el alma pecadora, al recibir del Espíritu Santo el don del arrepentimiento, produce frutos de justicia. Siendo él, pues, siempre igual y el mismo, produce diversos efectos, según el beneplácito de Dios y en el nombre de Cristo.
En efecto, se sirve de la lengua de uno para comunicar la sabiduría; a otro le ilumina la mente con el don de profecía; a éste le da el poder de ahuyentar los demonios; a aquél le concede el don de interpretar las Escrituras. A uno lo confirma en la temperancia; a otro lo instruye en lo pertinente a la misericordia; a éste le enseña a ayunar y a soportar el esfuerzo de la vida ascética; a aquél a despreciar las cosas corporales; a otro más lo hace apto para el martirio. Así, se manifiesta diverso en cada uno, permaneciendo él siempre igual en sí mismo, tal como está escrito: A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad.
Su actuación en el alma es suave y apacible, su experiencia es agradable y placentera y su yugo es levísimo. Su venida va precedida de los rayos brillantes de su luz y de su ciencia. Viene con la bondad de genuino protector; pues viene a salvar, a curar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar, en primer lugar, la mente del que lo recibe y, después, por las obras de éste, la mente de los demás.
Y, del mismo modo que el que se hallaba en tinieblas, al salir el sol, recibe su luz en los ojos del cuerpo y contempla con toda claridad lo que antes no veía, así también al que es hallado digno del don del Espíritu Santo se le ilumina el alma y, levantado por encima de su razón natural, ve lo que antes ignoraba.
Responsorio 1Co 12, 6-7. 27
R. Hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad. Aleluya.
V. Vosotros sois cuerpo de Cristo, y sois miembros unos de otros.
R. A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad. Aleluya.
Oremos,
Ayúdanos, Señor, Dios nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, para que podamos mantenernos fieles a tu voluntad y llevar una conducta digna de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
Conclusión
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.