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Oficio de lectura – lunes 8 abril 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Himno: ¿POR QUÉ BAJASTE A NOSOTROS?

¿Por qué bajaste a nosotros?
¿Por qué nos salvas, oh Cristo?
Desde el antiguo pecado,
desde el antiguo castigo,
llevamos la vida triste,
tenemos roto el camino.
Desde la serpiente artera,
desde el orgullo maldito,
la frente sólo sudores
y el campo da sólo espinos.

¿Por qué bajaste a nosotros?
¿Por qué nos salvas, oh Cristo?
En este mundo de vida
la muerte lanza su grito.
El Padre escuchó el lamento
desgarrador e infinito,
y en su locura de amor,
nos envió a su propio Hijo.

Tomó nuestra pobre carne,
se convirtió en nuestro amigo,
para matar en su cuerpo
la grandeza del delito.

¿Por qué bajaste a nosotros?
¿Por qué nos salvas, oh Cristo,
si tú nos lo diste todo
y nosotros lo perdimos?
Sabemos que por tu sangre
compraste un fruto perdido:
hombres de todas las razas
y de todos los caminos,
e hiciste de ellos un reino
de sacerdotes, oh Cristo.

Tómanos entre tus brazos,
que entre llantos y gemidos
tus creaturas esperamos
volver a tu paraíso.
¡Entréganos a tu Padre,
santo y eterno Principio! Amén.

SALMODIA

Ant 1. Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

Salmo 2 – EL MESÍAS, REY VENCEDOR.

¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo.»

El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».

Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza.»

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

Ant 2. Al entrar en este mundo, dice: «Me has preparado un cuerpo; ya estoy aquí, oh Dios, para cumplir tu voluntad.»

SALMO 18 A – ALABANZA AL DIOS CREADOR DEL UNIVERSO.

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo murmura.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Al entrar en este mundo, dice: «Me has preparado un cuerpo; ya estoy aquí, oh Dios, para cumplir tu voluntad.»

Ant 3. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.

Salmo 44 – LAS NUPCIAS DEL REY.

Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, ¡oh Dios!, permanece para siempre;
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina
enjoyada con oro de Ofir.

Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna:
prendado está el rey de tu belleza,
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.

Versículo
V. La Palabra se hizo carne.
R. Y puso su morada entre nosotros.

PRIMERA LECTURA

Del primer libro de las Crónicas 17, 1-15

PROFECÍA SOBRE EL HIJO DE DAVID

En aquellos días, morando ya David en su casa, dijo a Natán, profeta:

«Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el arca de la alianza del Señor está bajo pieles.» Respondió Natán a David:

«Haz todo cuanto tienes en tu corazón, porque Dios está contigo.»

Pero aquella misma noche vino la palabra de Dios a Natán en estos términos:

«Vete y di a mi siervo David:

«Así dice el Señor: No serás tú quien me edifique casa para que habite yo en ella. Pues no he habitado en casa alguna desde el día en que hice subir a los hijos de Israel hasta el día de hoy; sino que he andado de tienda en tienda y de morada en morada. En todo el tiempo que he ido de un lado para otro con todo Israel, ¿he dicho acaso a alguno de los jueces de Israel, a los que mandé me apacentaran a mi pueblo: ‘Por qué no me edificáis una casa de cedro’?»

Di, pues, esto a mi siervo David:

«Así habla el Señor de los ejércitos: Yo te he sacado del campo, de detrás del rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo Israel. He estado contigo en todas tus empresas, he eliminado a todos tus enemigos de delante de ti y voy a hacerte un nombre grande como el nombre de los grandes de la tierra. Fijaré un lugar a mi pueblo Israel, y lo plantaré allí para que more en él; no será ya perturbado, y los malhechores no seguirán oprimiéndolo como al principio, y como en los días en que instituí Jueces sobre mi pueblo Israel. Someteré a todos tus enemigos. Yo te haré grande y el Señor te edificará una casa. Cuando se cumplan tus días para ir con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas y consolidaré su reino. Él me edificará una casa y yo afirmaré su trono para siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo, y no apartaré de él mi amor, como lo aparté de aquel que fue antes de ti. Yo lo estableceré en mi casa y en mi reino para siempre, y su trono estará firme eternamente.»»

Conforme a todas estas palabras, y conforme a toda esta visión, habló Natán a David.

RESPONSORIO Cf. Lc 1, 26-32

R. Fue enviado el ángel Gabriel a una virgen desposada con un hombre llamado José, para anunciarle el mensaje; y se turbó la Virgen ante su resplandor. «No temas, María, porque has hallado gracia a los ojos de Dios: * concebirás y darás a luz un hijo, el cual será llamado Hijo del Altísimo».
V. Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo.
R. Concebirás y darás a luz un hijo, el cual será llamado Hijo del Altísimo.

SEGUNDA LECTURA

De las Cartas de san León Magno, papa
(Carta 28, a Flaviano, 3-4: PL 54, 763-767)

EL MISTERIO DE NUESTRA RECONCILIACIÓN

La majestad asume la humildad, el poder la debilidad, la eternidad la mortalidad; y, para saldar la deuda contraída por nuestra condición pecadora, la naturaleza invulnerable se une a la naturaleza pasible; de este modo, tal como convenía para nuestro remedio, el único y mismo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, pudo ser a la vez mortal e inmortal, por la conjunción en él de esta doble condición.

El que es Dios verdadero nace como hombre verdadero, sin que falte nada a la integridad de su naturaleza humana, conservando la totalidad de la esencia que le es propia y asumiendo la totalidad de nuestra esencia humana. Y, al decir nuestra esencia humana, nos referimos a la que fue plasmada en nosotros por el Creador, y que él asume para restaurarla.

Esta naturaleza nuestra quedó viciada cuando el hombre se dejó engañar por el maligno, pero ningún vestigio de este vicio original hallamos en la naturaleza asumida por el Salvador. Él, en efecto, aunque hizo suya nuestra misma debilidad, no por esto se hizo partícipe de nuestros pecados.

Tomó la condición de esclavo, pero libre de la sordidez del pecado, ennobleciendo nuestra humanidad sin mermar su divinidad, porque aquel anonadamiento suyo -por el cual, él, que era invisible, se hizo visible, y él, que es el Creador y Señor de todas las cosas, quiso ser uno más entre los mortales- fue una dignación de su misericordia, no una falta de poder. Por tanto, el mismo que, permaneciendo en su condición divina, hizo al hombre es el mismo que se hace él mismo hombre, tomando la condición de esclavo.

Y, así, el Hijo de Dios hace su entrada en la bajeza de este mundo, bajando desde el trono celestial, sin dejar la gloria que tiene junto al Padre, siendo engendrado en un nuevo orden de cosas.

En un nuevo orden de cosas, porque el que era invisible por su naturaleza se hace visible en la nuestra, el que era inaccesible a nuestra mente quiso hacerse accesible, el que existía antes del tiempo empezó a existir en el tiempo, el Señor de todo el universo, velando la inmensidad de su majestad, asume la condición de esclavo, el Dios impasible e inmortal se digna hacerse hombre pasible y sujeto a las leyes de la muerte.

El mismo que es Dios verdadero es también hombre verdadero, y en él, con toda verdad, se unen la pequeñez del hombre y la grandeza de Dios.

Ni Dios sufre cambio alguno con esta dignación de su piedad, ni el hombre queda destruido al ser elevado a esta dignidad. Cada una de las dos naturalezas realiza sus actos propios en comunión con la otra, a saber, la Palabra realiza lo que es propio de la Palabra, y la carne lo que es propio de la carne.

En cuanto que es la Palabra, brilla por sus milagros; en cuanto que es carne, sucumbe a las injurias. Y así como la Palabra retiene su gloria igual al Padre, así también su carne conserva la naturaleza propia de nuestra raza.

La misma y única persona, no nos cansaremos de repetirlo, es verdaderamente Hijo de Dios y verdaderamente hijo del hombre. Es Dios, porque ya al comienzo de las cosas existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios; es hombre, porque la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros.

RESPONSORIO Cf. Lc 1, 31. 42

R. Recibe la palabra, Virgen María, que el Señor te anuncia por medio del ángel: concebirás y darás a luz al Dios hecho hombre, * para que te llamen bendita entre las mujeres.
V. Darás a luz un hijo sin perder tu virginidad, concebirás en tu seno y serás madre siempre intacta.
R. Para que te llamen bendita entre las mujeres.

OREMOS,
Señor Dios nuestro, que quisiste que tu Verbo se hiciera hombre en el seno de la Virgen María, concede a quienes proclamamos que nuestro Redentor es realmente Dios y hombre que lleguemos a ser partícipes de su naturaleza divina. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.