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Oficio de lectura – martes 17 mayo 2022

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno

Que doblen las campanas jubilosas, y proclamen el triunfo del amor, y llenen nuestras almas de aleluyas, de gozo y esperanza en el Señor.

Los sellos de la muerte han sido rotos, la vida para siempre es libertad, ni la muerte ni el mal son para el hombre su destino, su última verdad.

Derrotados la muerte y el pecado, es de Dios toda historia y su final; esperad con confianza su venida: no temáis, con vosotros él está.

Volverán encrespadas tempestades para hundir vuestra fe y vuestra verdad, es más fuerte que el mal y que su embate el poder del Señor, que os salvará.

Aleluyas cantemos a Dios Padre, aleluyas al Hijo salvador,
su Espíritu corone la alegría que su amor derramó en el corazón. Amén.

Salmodia

Ant. 1 El Señór hará justicia a los pobres. Aleluya

Salmo 9

¿Por qué te quedas lejos, Señor, y te escondes en el momento del aprieto? La soberbia del impío oprime al infeliz y lo enreda en las intrigas que ha tramado.

El malvado se gloría de su ambición, el codicioso blasfema y desprecia al Señor. El malvado dice con insolencia: «No hay Dios que me pida cuentas.»

La intriga vicia siempre su conducta, aleja de su mente tus juicios y desafía a sus rivales. Piensa: «No vacilaré, nunca jamás seré desgraciado.»

Su boca está llena de maldiciones, de engaños y fraudes, su lengua encubre maldad y opresión; en el zaguán se sienta al acecho para matar a escondidas al inocente.

Sus ojos espían al pobre; acecha en su escondrijo como león en su guarida, acecha al desgraciado para robarle, arrastrándolo a sus redes;
se agacha y se encoge y con violencia cae sobre el indefenso. Piensa: «Dios lo olvida, se tapa la cara para no enterarse.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 El Señor hará justicia a los pobres. Aleluya.

Ant. 2 Tú, Señor, ves las penas y los trabajos.

Salmo 9

Levántate, Señor, extiende tu mano, no te olvides de los humildes;
¿por qué ha de despreciar a Dios el malvado, pensando que no le pedirá cuentas?

Pero tú ves las penas y los trabajos, tú miras y los tomas en tus manos. A ti se encomienda el pobre, tú socorres al huérfano.

Rómpele el brazo al malvado, pídele cuentas de su maldad, y que desaparezca. El Señor reinará eternamente y los gentiles desaparecerán de su tierra.

Señor, tú escuchas los deseos de los humildes, les prestas oído y los animas; tú defiendes al huérfano y al desvalido: que el hombre hecho de tierra no vuelva a sembrar su terror.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Tú, Señor, ves las penas y los trabajos.Aleluya

Ant. 3 Las palabras del Señor son palabras sinceras, como plata refinada siete veces. Aleluya.

Salmo 11

Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos, que desaparece la lealtad entre los hombres: no hacen más que mentir a su prójimo, hablan con labios embusteros y con doblés de corazón.

Extirpe el Señor los labios embusteros y la lengua orgullosa de los que dicen: «La lengua es nuestra fuerza, nuestros labios nos defienden, ¿quién será nuestro amo?»

El Señor responde: «Por la opresión del humilde, por el gemido del pobre, yo me levantaré, y pondré a salvo al que lo ansía.»

Las palabras del Señor son palabras sinceras, como plata limpia de escoria, refinada siete veces.

Tú nos guardarás, Señor, nos librarás para siempre de esa gente: de los malvados que merodean para chupar como sanguijuelas sangre humana.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Las palabras del Señor son palabras sinceras, como plata refinada siete veces. Aleluya.

Versículo

V. Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere. Aleluya,
R. La muerte no tiene ya poder sobre él. Aleluya.

Primera Lectura

De los Hechos de los apóstoles 17, 19-34

Un día, los atenienses tomaron a Pablo y lo llevaron al
Areópago; y le dijeron:

«¿Podemos saber qué nueva doctrina es ésta que enseñas? Son cosas extrañas las que nos dices, y queremos saber qué quiere decir todo eso.»

Todos los atenienses y los extranjeros que allí viven no se ocupan de otra cosa que de decir y oír novedades. Puesto Pablo en pie, en medio del Areópago, dijo:

«Atenienses, veo que sois en todo los hombres más religiosos. Al recorrer y contemplar vuestros monumentos sagrados, hasta he hallado un altar con la siguiente inscripción: «Al dios desconocido.» Pues bien, a ése que,
sin conocer, veneráis, vengo yo a anunciaros. El Dios que hizo el mundo con todo lo que hay en él, ese Dios, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos levantados por los hombres, ni tampoco es servido por manos humanas, como si de algo necesitase. Él da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. Él hizo que todo el linaje humano, proveniente de un solo hombre, poblase la faz de la tierra. Él fijó a cada nación las épocas de su historia y los confines de su territorio; todo ello, con el fin de que buscasen a Dios y, siquiera a tientas, lo hallasen; porque ciertamente no está lejos de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos.

Así lo han dicho también algunos de vuestros poetas: «Porque somos también de su linaje.» Si, pues, somos linaje de Dios, no debemos figurarnos que la divinidad es semejante al oro, o a la plata, o a la piedra, obras del arte y del ingenio humano. Dios ha dejado pasar estos tiempos de ignorancia como si no los viese. Pero ahora anuncia a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse, porque ha fijado un día para juzgar al mundo con toda justicia por medio de un hombre, a quien ha establecido para ese fin, y lo ha acreditado resucitándolo de entre los muertos.»

Cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se echaron a reír; otros dijeron:

«Ya volveremos a escucharte otra vez sobre lo mismo.»

Y Pablo salió de entre ellos. Algunos se adhirieron a la doctrina y abrazaron la fe. Entre éstos se encontraban Dionisio Areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos más.

Responsorio

R. Dios ha fijado un día para juzgar al mundo con toda justicia * por medio de un hombre, a quien ha establecido para ese fin, resucitándolo de entre los muertos. Aleluya.

V. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud.

R. Por medio de un hombre, a quien ha establecido para
ese fin, resucitándolo de entre los muertos. Aleluya.

Segunda Lectura

Del Comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el evangelio de san Juan

El Señor -queriendo enseñarnos la necesidad que tenemos de estar unidos a él por el amor, y el gran provecho que nos proviene de esta unión- se da a sí mismo el nombre de vid, y llama sarmientos a los que están injertados y como introducidos en él, y han sido hechos ya partícipes de su misma naturaleza por la comunicación del Espíritu Santo ya que es el santo Espíritu de Cristo quien nos une a él.

La adhesión de los que se allegan a la vid es una adhesión de voluntad y de propósito, la unión de la vid con nosotros es una adhesión de afecto y de naturaleza. Movidos por nuestro buen propósito, nos allegamos a Cristo por la fe y, así, nos convertimos en linaje suyo, al obtener de él la dignidad de la adopción filial. En efecto, como dice san Pablo, quien se une al Señor es un espíritu con él.

Del mismo modo que el Apóstol, en otro lugar de la Escritura, da al Señor el nombre de base y fundamento (ya que sobre él somos edificados y somos llamados piedras vivas y espirituales, formando un sacerdocio sagrado, para ser morada de Dios en el Espíritu, y no existe otro modo con que podamos ser así edificados, si no tenemos a Cristo por fundamento), aquí también, en el mismo sentido, el Señor se da a sí mismo el nombre de vid, como madre y educadora de sus sarmientos.

Hemos sido regenerados por él y en él, en el Espíritu, para que demos frutos de vida, no de aquella vida antigua y ya caduca, sino de aquella otra que consiste en la novedad de vida y en el amor para con él. Nuestra permanencia en este nuevo ser depende de que estemos en
cierto modo injertados en él, de que permanezcamos tenazmente adheridos al santo mandamiento nuevo que senos ha dado, y nos toca a nosotros conservar con solicitud este título de nobleza, no permitiendo en absoluto que el Espíritu que habita en nosotros sea contristado en lo más mínimo, ya que por él habita Dios en nosotros.

El evangelista Juan nos enseña sabiamente de qué modo estamos en Cristo y él en nosotros, cuando dice: En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu.

En efecto, del mismo modo que la raíz comunica a las ramas su misma manera de ser, así también el Verbo unigénito de Dios infunde en los santos un cierto parentesco de naturaleza con Dios Padre y consigo mismo, otorgando el Espíritu y una santidad omnímoda, principalmente, a aquellos que están unidos a él por la fe, a quienes impulsa a su amor, infundiendo en ellos el conocimiento de toda virtud y bondad.

Responsorio

R. Permaneced en mí y yo permaneceré en vosotros: como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no está unido a la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Aleluya.

V. Yo os he elegido para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto sea permanente.

R. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no está unido a la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Aleluya.

Oración.

Oremos:
Dios nuestro, que por la resurrección de Cristo nos restituyes el derecho de entrar en la vida eterna, fortifica la fe y la esperanza de tu pueblo, para que esperemos siempre confiadamente la realización de todo aquello que nos tienes prometido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Conclusión.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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