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Oficio de lectura – martes 27 agosto 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Himno: DICHOSA LA MUJER QUE HA CONSERVADO

Dichosa la mujer que ha conservado,
en su regazo, con amor materno,
la palabra del Hijo que ha engendrado
en la vida de fe y de amor pleno.

Dichosas sois vosotras, que en la vida
hicisteis de la fe vuestra entereza,
vuestra gracia en la Gracia fue asumida,
maravilla de Dios y de belleza.

Dichosas sois vosotras, que supisteis
ser hijas del amor que Dios os daba,
y así, en la fe, madres de muchos fuisteis,
fecunda plenitud que nunca acaba.

No dejéis de ser madres, en la gloria,
de los hombres que luchan con anhelo,
ante Dios vuestro amor haga memoria
de los hijos que esperan ir al cielo. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Abre la boca con sabiduría y su lengua enseña con bondad.

Salmo 18 A

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona
la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe,
a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Ant. Abre la boca con sabiduría y su lengua enseña con bondad.

Ant. 2. Las santas mujeres vivieron esperando en Dios y cantando en su corazón.

Salmo 44

I
Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir.

Ant. Las santas mujeres vivieron esperando en Dios y cantando en su corazón.

Ant. 3. Las llevan ante el Señor entre alegría y algazara.

Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra».

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Ant. Las llevan ante el Señor entre alegría y algazara.

V. Que llegue a tu presencia el meditar de mi corazón.

R. Señor, roca mía y redentor mío.

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses
3, 1-17

Hermanos: Si habéis sido resucitados con Cristo, bus-
cad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la
diestra de Dios. Poned vuestro corazón en las cosas del
cielo, no en las de la tierra. Porque habéis muerto y
vuestra vida está oculta con Cristo en Dios; cuando se
manifieste Cristo, que es vuestra vida, os manifestaréis
también vosotros con él, revestidos de gloria.

Mortificad las pasiones de vuestro hombre terrenal:
la fornicación, la impureza, la concupiscencia, los ma-
los deseos y la avaricia, que es una idolatría. Por ellas
se desata la cólera de Dios.

En todo eso anduvisteis también vosotros, cuando
vivíais entregados a ellas. Pero ahora dejad también
vosotros a un lado todo eso: la ira, la indignación, la
malignidad, la maledicencia y el torpe lenguaje. No os
engañéis unos a otros.

Despojaos del hombre viejo con sus malas pasiones
y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta
alcanzar un conocimiento pleno de Dios y se va confi-
gurando con la imagen del que lo creó. Así, ya no hay
griego ni judío, ni circunciso ni incircunciso, ni bárbaro
ni escita, ni esclavo ni libre. Sólo Cristo todo y en todos.
Por lo tanto, como pueblo elegido de Dios, pueblo
sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia
entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la com-
prensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuan-
do alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha per-
donado: haced vosotros lo mismo.

Por encima de todo, procurad el amor, que es el ce-
ñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo
actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido
convocados, en un solo cuerpo. Y vivid siempre agrade-
cidos. Que la palabra de Cristo habite entre vosotros en
toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabidu-
ría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gra-
cias de todo corazón, con salmos, himnos y cánticos
inspirados.

Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo
en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a
Dios Padre por medio de él.

Responsorio Ga 3,27.28; Ef 4,24
R. Todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judío y gentil: * todos sois uno en Cristo Jesús.

V. Vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.

R. Todos sois uno en Cristo Jesús.

SEGUNDA LECTURA
De las Confesiones de san Agustín, obispo
(Libro 9, 10, 23–11, 28: CSEL 33, 215-219)

ALCANCEMOS LA SABIDURÍA ETERNA

Cuando ya se acercaba el día de su muerte -día por ti conocido, y que nosotros ignorábamos-, sucedió, por tus ocultos designios, como lo creo firmemente, que nos encontramos ella y yo solos, apoyados en una ventana que daba al jardín interior de la casa donde nos hospedábamos, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de la multitud, nos rehacíamos de la fatiga del largo viaje, próximos a embarcarnos. Hablábamos, pues, los dos solos, muy dulcemente y, olvidando lo que queda atrás y lanzándonos hacia lo que veíamos por delante, nos preguntábamos ante la verdad presente, que eres tú, cómo sería la vida eterna de los santos, aquella que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre. Y abríamos la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de vida que hay en ti.

Tales cosas decía yo, aunque no de este modo ni con estas mismas palabras; sin embargo, tú sabes, Señor, que, cuando hablábamos aquel día de estas cosas, y mientras hablábamos íbamos encontrando despreciable este mundo con todos sus placeres, ella dijo:

«Hijo, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida. Qué es lo que hago aquí y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?».

No recuerdo muy bien lo que le respondí, pero al cabo de cinco días o poco más cayó en cama con fiebre. Y, estando así enferma, un día sufrió un colapso y perdió el sentido por un tiempo. Nosotros acudimos corriendo, mas pronto recobró el conocimiento, nos miró, a mí y a mi hermano allí presentes, y nos dijo en tono de interrogación:

«¿Dónde estaba?»

Después, viendo que estábamos aturdidos por la tristeza, nos dijo:

«Enterrad aquí a vuestra madre».

Yo callaba y contenía mis lágrimas. Mi hermano dijo algo referente a que él hubiera deseado que fuera enterrada en su patria y no en país lejano. Ella lo oyó y, con cara angustiada, lo reprendió con la mirada por pensar así, y, mirándome a mí, dijo:

«Mira lo que dice».

Luego, dirigiéndose a ambos, añadió:

«Sepultad este cuerpo en cualquier lugar: esto no os ha de preocupar en absoluto; lo único que os pido es que os acordéis de mí ante el altar del Señor, en cualquier lugar donde estéis».

Habiendo manifestado, con las palabras que pudo, este pensamiento suyo, guardó silencio, e iba luchando con la enfermedad que se agravaba.

RESPONSORIO 1Co 7, 29. 30. 31; 2, 12

R. El momento es apremiante, Queda como solución: que los que están alegres vivan como si no lo estuvieran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: * Porque la presentación de este mundo se termina.
V. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo.
R. Porque la presentación de este mundo se termina.

OREMOS,
Dios de bondad, consolador de los que lloran, tú que, lleno de compasión, acogiste las lágrimas que santa Mónica derramaba pidiendo la conversión de su hijo Agustín, concédenos, por la intercesión de ambos, el arrepentimiento sincero de nuestros pecados y la gracia de tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.