Oficio de Lectura
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
HIMNO
Que doblen las campanas jubilosas,
y proclamen el triunfo del amor,
y llenen nuestras almas de aleluyas,
de gozo y esperanza en el Señor.
Los sellos de la muerte han sido rotos,
la vida para siempre es libertad,
ni la muerte ni el mal son para el hombre
su destino, su última verdad.
Derrotados la muerte y el pecado,
es de Dios toda historia y su final;
esperad con confianza su venida:
no temáis, con vosotros él está.
Volverán encrespadas tempestades
para hundir vuestra fe y vuestra verdad,
es más fuerte que el mal y que su embate
el poder del Señor, que os salvará.
Aleluyas cantemos a Dios Padre,
aleluyas al Hijo salvador,
su Espíritu corone la alegría
que su amor derramó en el corazón. Amén.
SALMODIA
Ant. 1 El Señór hará justicia a los pobres. Aleluya
– Salmo 9B –
–I–
¿Por qué te quedas lejos, Señor,
y te escondes en el momento del aprieto?
La soberbia del impío oprime al infeliz
y lo enreda en las intrigas que ha tramado.
El malvado se gloría de su ambición,
el codicioso blasfema y desprecia al Señor.
El malvado dice con insolencia:
«No hay Dios que me pida cuentas.»
La intriga vicia siempre su conducta,
aleja de su mente tus juicios
y desafía a sus rivales.
Piensa: «No vacilaré,
nunca jamás seré desgraciado.»
Su boca está llena de maldiciones,
de engaños y fraudes,
su lengua encubre maldad y opresión;
en el zaguán se sienta al acecho
para matar a escondidas al inocente.
Sus ojos espían al pobre;
acecha en su escondrijo como león en su guarida,
acecha al desgraciado para robarle,
arrastrandolo a sus redes;
se agacha y se encoge
y con violencia cae sobre el indefenso.
Piensa: «Dios lo olvida,
se tapa la cara para no enterarse.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1 El Señor hará justicia a los pobres. Aleluya.
Ant. 2 Tú, Señor, ves las penas y los trabajos.
– Salmo 9B —II–
Levántate, Señor, extiende tu mano,
no te olvides de los humildes;
¿por qué ha de despreciar a Dios el malvado,
pensando que no le pedirá cuentas?
Pero tú ves las penas y los trabajos,
tú miras y los tomas en tus manos.
A ti se encomienda el pobre,
tú socorres al huérfano.
Rómpele el brazo al malvado,
pídele cuentas de su maldad, y que desaparezca.
El Señor reinará eternamente
y los gentiles desaparecerán de su tierra.
Señor, tú escuchas los deseos de los humildes,
les prestas oído y los animas;
tú defiendes al huérfano y al desvalido:
que el hombre hecho de tierra
no vuelva a sembrar su terror.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 Tú, Señor, ves las penas y los trabajos.Aleluya
Ant. 3 Las palabras del Señor son palabras sinceras,
como plata refinada siete veces. Aleluya.
– Salmo 11 –
Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos,
que desaparece la lealtad entre los hombres:
no hacen más que mentir a su prójimo,
hablan con labios embusteros
y con doblés de corazón.
Extirpe el Señor los labios embusteros
y la lengua orgullosa
de los que dicen: «La lengua es nuestra fuerza,
nuestros labios nos defienden,
¿quién será nuestro amo?»
El Señor responde: «Por la opresión del humilde,
por el gemido del pobre, yo me levantaré,
y pondré a salvo al que lo ansía.»
Las palabras del Señor son palabras sinceras,
como plata limpia de escoria,
refinada siete veces.
Tú nos guardarás, Señor,
nos librarás para siempre de esa gente:
de los malvados que merodean
para chupar como sanguijuelas sangre humana.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Las palabras del Señor son palabras sinceras,
como plata refinada siete veces. Aleluya.
VERSÍCULO
V. Cristo, una vez resucitado de entre los muertos,
ya no muere. Aleluya,
R. La muerte no tiene ya poder sobre él. Aleluya.
PRIMERA LECTURA
De los Hechos de los apóstoles
17, 19-34
Un día, los atenienses tomaron a Pablo y lo llevaron al
Areópago; y le dijeron:
«¿Podemos saber qué nueva doctrina es ésta que ense-
ñas? Son cosas extrañas las que nos dices, y queremos
saber qué quiere decir todo eso.»
Todos los atenienses y los extranjeros que allí viven
no se ocupan de otra cosa que de decir y oír novedades.
Puesto Pablo en pie, en medio del Areópago, dijo:
«Atenienses, veo que sois en todo los hombres más
religiosos. Al recorrer y contemplar vuestros monumen-
tos sagrados, hasta he hallado un altar con la siguiente
inscripción: «Al dios desconocido.» Pues bien, a ése que,
sin conocer, veneráis, vengo yo a anunciaros. El Dios que
hizo el mundo con todo lo que hay en él, ese Dios, siendo
Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos le-
vantados por los hombres, ni tampoco es servido por
manos humanas, como si de algo necesitase. Él da a
todos la vida, el aliento y todas las cosas. Él hizo que
todo el linaje humano, proveniente de un solo hombre,
poblase la faz de la tierra. Él fijó a cada nación las épo-
cas de su historia y los confines de su territorio; todo
ello, con el fin de que buscasen a Dios y, siquiera a tien-
tas, lo hallasen; porque ciertamente no está lejos de no-
sotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos.
Así lo han dicho también algunos de vuestros poetas:
«Porque somos también de su linaje.» Si, pues, somos
linaje de Dios, no debemos figurarnos que la divinidad es
semejante al oro, o a la plata, o a la piedra, obras del
arte y del ingenio humano. Dios ha dejado pasar estos
tiempos de ignorancia como si no los viese. Pero ahora
anuncia a los hombres que todos y en todas partes deben
convertirse, porque ha fijado un día para juzgar al mun-
do con toda justicia por medio de un hombre, a quien
ha establecido para ese fin, y lo ha acreditado resucitán-
dolo de entre los muertos.»
Cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos,
unos se echaron a reír; otros dijeron:
«Ya volveremos a escucharte otra vez sobre lo
mismo.»
Y Pablo salió de entre ellos. Algunos se adhirieron a
la doctrina y abrazaron la fe. Entre éstos se encontraban
Dionisio Areopagita, una mujer llamada Damaris y al-
gunos más.
Responsorio
R. Dios ha fijado un día para juzgar al mundo con toda
justicia * por medio de un hombre, a quien ha esta-
blecido para ese fin, resucitándolo de entre los muer-
tos. Aleluya.
V. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud.
R. Por medio de un hombre, a quien ha establecido para
ese fin, resucitándolo de entre los muertos. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
Del Comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre
el evangelio de san Juan
El Señor -queriendo enseñarnos la necesidad que te-
nemos de estar unidos a él por el amor, y el gran prove-
cho que nos proviene de esta unión- se da a sí mismo el
nombre de vid, y llama sarmientos a los que están injer-
tados y como introducidos en él, y han sido hechos ya
partícipes de su misma naturaleza por la comunicación
del Espíritu Santo (ya que es el santo Espíritu de Cristo
quien nos une a él).
La adhesión de los que se allegan a la vid es una adhe-
sión de voluntad y de propósito, la unión de la vid con
nosotros es una adhesión de afecto y de naturaleza. Mo-
vidos por nuestro buen propósito, nos allegamos a Cristo
por la fe y, así, nos convertimos en linaje suyo, al obtener
de él la dignidad de la adopción filial. En efecto, como
dice san Pablo, quien se une al Señor es un espíritu
con él.
Del mismo modo que el Apóstol, en otro lugar de la
Escritura, da al Señor el nombre de base y fundamento
(ya que sobre él somos edificados y somos llamados pie-
dras vivas y espirituales, formando un sacerdocio sagra-
do, para ser morada de Dios en el Espíritu, y no existe
otro modo con que podamos ser así edificados, si no tene-
mos a Cristo por fundamento), aquí también, en el mis-
mo sentido, el Señor se da a sí mismo el nombre de vid,
como madre y educadora de sus sarmientos.
Hemos sido regenerados por él y en él, en el Espíritu,
para que demos frutos de vida, no de aquella vida anti-
gua y ya caduca, sino de aquella otra que consiste en la
novedad de vida y en el amor para con él. Nuestra per-
manencia en este nuevo ser depende de que estemos en
cierto modo injertados en él, de que permanezcamos te-
nazmente adheridos al santo mandamiento nuevo que se
nos ha dado, y nos toca a nosotros conservar con solici-
tud este título de nobleza, no permitiendo en absoluto
que el Espíritu que habita en nosotros sea contristado
en lo más mínimo, ya que por él habita Dios en nosotros.
El evangelista Juan nos enseña sabiamente de qué
modo estamos en Cristo y él en nosotros, cuando dice:
En esto conocemos que permanecemos en él y él en noso-
tros: en que nos ha dado de su Espíritu.
En efecto, del mismo modo que la raíz comunica a las
ramas su misma manera de ser, así también el Verbo
unigénito de Dios infunde en los santos un cierto paren-
tesco de naturaleza con Dios Padre y consigo mismo,
otorgando el Espíritu y una santidad omnímoda, princi-
palmente, a aquellos que están unidos a él por la fe, a
quienes impulsa a su amor, infundiendo en ellos el cono-
cimiento de toda virtud y bondad.
Responsorio
R. Permaneced en mí y yo permaneceré en vosotros:
* como el sarmiento no puede dar fruto por sí mis-
mo, si no está unido a la vid, así tampoco vosotros,
si no permanecéis en mí. Aleluya.
V. Yo os he elegido para que vayáis y deis fruto, y
que vuestro fruto sea permanente.
R. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mis-
mo, si no está unido a la vid, así tampoco vosotros,
si no permanecéis en mí. Aleluya.
ORACIÓN.
Oremos:
Dios nuestro, que por la resurrección de Cristo nos
restituyes el derecho de entrar en la vida eterna, forti-
fica la fe y la esperanza de tu pueblo, para que espe-
remos siempre confiadamente la realización de todo
aquello que nos tienes prometido. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.