Oficio de Lectura
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
HIMNO
Cristo el Señor, como la
primavera, como una
nueva aurora, resucitó.
Cristo, nuestra Pascua,
es nuestro rescate,
nuestra salvación.
Es grano en la tierra,
muerto y florecido,
tierno pan de amor.
Se rompió el sepulcro, se
movió la roca, y el fruto
brotó.
SALMODIA.
Ant. 1 Inclina, Señor, tu oído hacia mí; ven a librarme. Aleluya.
– Salmo 30, 2-17, 20-25 –
–I–
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
En tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
tú aborrecea a los que veneran ídolos inertes,
pero yo confío en el Señor;
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Te has fijado en mi aflicción,
velas por mi vida en peligro;
no me has entregado en manos del enemigo,
has puesto mis pies en un camino ancho.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1 Inclina, Señor, tu oído hacia mí; ven a librarme. Aleluya.
Ant. 2 Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo. Aleluya.
–II–
Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.
Mi vida se gasta en el dolor;
mis años, en los gemidos;
mi vigor decae con las penas,
mis huesos se consumen.
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como un cacharro inútil.
Oigo las burlas de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida.
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano está mi destino:
líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo. Aleluya.
Ant. 3 Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios
de misericordia. Aleluya.
–III–
¡Que bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos!
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras.
Bendito el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada.
Yo decía en mi ansiedad:
«Me has arrojado de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba.
Amad al Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios les paga con creces.
Sed fuertes y valientes de corazón
los que esperáis en el Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios
de misericordia. Aleluya.
VERSÍCULO
V. Mi corazó y mi carne. Aleluya.
R. Se alegran por el Dios vivo. Aleluya.
PRIMERA LECTURA
De los Hechos de los apóstoles
21, 1-26
En aquellos días, después de habernos separado de
los presbíteros de Éfeso, nos embarcamos y fuimos de-
rechos a Cos; al día siguiente, a Rodas y, de allí, a Pá-
tara, donde encontramos una nave que hacía la travesía
a Fenicia. Nos embarcamos y nos dimos a la mar. Luego
dimos vista a Chipre, que dejamos a la izquierda; fui-
mos navegando hacia Siria, y por fin desembarcamos en
Tiro, porque allí tenía que dejar la nave su carga. Bus-
carnos y encontramos a los discípulos, y nos quedamos
allí siete días. Ellos, inspirados por el Espíritu, aconse-
jaban a Pablo que no subiese a Jerusalén. Pasados aque-
llos días, salimos, acompañados de todos, con sus muje-
res y niños, hasta fuera de la ciudad y, después de orar
de rodillas en la playa, nos despedimos; nosotros subi-
mos a bordo, y ellos se volvieron a sus casas.
De Tiro vinimos a Tolemaida, terminando así nuestro
viaje por mar; y, después de saludar a los hermanos y
de estar un día con ellos, salimos al día siguiente y lle-
gamos a Cesárea. Entramos en casa de Felipe, el evange-
lista, que era uno de los siete, y nos hospedamos allí.
Tenía él cuatro hijas vírgenes, que tenían el don de pro-
fecía. Llevábamos allí varios días, cuando bajó de Judea
un profeta, llamado Ágabo, que vino a visitarnos. Y, to-
mando el cinturón de Pablo y atándose pies y manos
con él, dijo así:
«Esto dice el Espíritu Santo: «Así atarán los judíos
en Jerusalén al hombre a quien pertenece este cintu-
rón; y lo pondrán en manos de los gentiles.»»
Cuando escuchamos esta predicción, le instamos, tan-
to nosotros como los que se encontraban allí, a que no
subiese a Jerusalén. Pero Pablo respondió:
«¿Qué hacéis con llorar y abatir mi corazón? Yo es-
toy dispuesto no sólo a dejarme atar, sino a morir en
Jerusalén por el nombre de Jesús, el Señor.»
Como no se dejaba convencer, dejamos de insistir,
diciendo:
«Hágase la voluntad del Señor.»
unos días después, hechos los preparativos para el
viaje, emprendimos la subida a Jerusalén. Nos acompa-
ñaron algunos discípulos de Cesárea, que nos llevaron a
hospedar a casa de Nasón, un chipriota, discípulo de los
primeros tiempos. A nuestra llegada a Jerusalén, fuimos
recibidos gozosamente por los hermanos; y, al día si-
guiente, vino Pablo con nosotros a visitar a Santiago,
reuniéndose también allí todos los presbíteros. Después
de saludarlos, Pablo les fue contando una por una las
maravillas que por su medio había realizado Dios entre
los gentiles. Ellos glorificaron a Dios al escuchar sus pa-
labras. Luego le dijeron:
«Ya ves, hermano, cuántos miles y miles de judíos
han abrazado la fe; y cómo todos son observantes celo-
sos de la ley. Pero les han hecho saber que tú enseñas
a los judíos de la diáspora a desertar de la ley de Moi-
sés, y que les dices que no circunciden a sus hijos ni
sigan las tradiciones mosaicas. ¿Qué vas a hacer ahora?
Ciertamente, se han de enterar que has llegado aquí.
Haz, pues, lo que te vamos a decir. Tenemos aquí a cua-
tro hombres que tienen hecho voto de nazareato. Lléva-
los contigo y, junto con ellos, cumple el rito de tu puri-
ficación; paga por ellos para que puedan dejarse rapar
la cabeza, y así todos conocerán que no hay nada de lo
que han oído decir de ti, sino que también tú sigues
observando la ley. Por lo que se refiere a los gentiles que
han abrazado la fe, ya les escribimos, después de ma-
dura deliberación, que se abstengan de las viandas ofre-
cidas a los ídolos, de comer sangre, de comer carne de
animales ahogados y de la fornicación.»
Al día siguiente, Pablo, acompañado de aquellos hom-
bres, cumplió el rito de su purificación. Y así, anuncian-
do el final de los días del nazareato, acudió con ellos al
templo, hasta que terminasen de ofrecerse los sacrificios
por cada uno.
Responsorio
R. Yo estoy dispuesto no sólo a dejarme atar, sino a
morir en Jerusalén * por el nombre de Jesús, el Se-
ñor. Aleluya.
V. Voy completando en favor del cuerpo de Cristo, que
es la Iglesia, las tribulaciones que aún me quedan
por sufrir con Cristo en mi carne mortal.
R. Por el nombre de Jesús, el Señor. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado dé Dídimo de Alejandría, Sobre la Santísi-
ma Trinidad
El Espíritu Santo, en cuanto que es Dios, junto con
el Padre y el Hijo, nos renueva en el bautismo y nos
retorna de nuestro estado deforme a nuestra primitiva
hermosura, llenándonos de su gracia, de manera que ya
nada nos queda por desear; nos libra del pecado y de la
muerte; nos convierte de terrenales, esto es, salidos de
la tierra y del polvo, en espirituales; nos hace partícipes
de la gloria divina, hijos y herederos de Dios Padre, con-
formes a la imagen del Hijo, coherederos y hermanos de
éste, para ser glorificados y reinar con él; en vez de la
tierra nos da el cielo y nos abre generosamente las puer-
tas del paraíso, honrándonos más que a los mismos án-
geles; y con las aguas sagradas de la piscina bautismal
apaga el gran fuego inextinguible del infierno.
Hay en el hombre un doble nacimiento, uno natural,
otro del Espíritu divino. Acerca de uno y otro escribie-
ron los autores sagrados. Yo voy a citar el nombre de
cada uno de ellos, así como su doctrina.
Juan: A cuantos lo recibieron, a los que creen en su
nombre, dio poder de llegar a ser hijos de Dios, los cua-
les traen su origen no de la sangre ni del deseo carnal
ni de la voluntad del hombre, sino del mismo Dios. To-
dos los que creen en Cristo, afirma, han recibido el
poder de llegar a ser hijos de Dios, esto es, del Espíritu
Santo, y de llegar a ser del mismo linaje de Dios. Y, para
demostrar que este Dios que nos engendra es el Espíritu
Santo, añade estas palabras de Cristo en persona: Te
aseguro que el que no nazca de agua y de Espíritu no
puede entrar en el reino de Dios.
La piscina bautismal, en efecto, da a luz de manera
visible al cuerpo visible de la Iglesia, por el ministerio
de los sacerdotes; pero el Espíritu de Dios, invisible a
todo ser racional, bautiza espiritualmente en sí mismo
y regenera, por ministerio dé los ángeles, nuestro cuer-
po y nuestra alma.
Juan el Bautista, en relación con aquella expresión:
De agua y de Espíritu, dice, refiriéndose a Cristo: Él os
bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Ya que no-
sotros somos como una vasija de barro, por eso necesi-
tamos en primer lugar ser purificados por el agua, des-
pués de ser fortalecidos y perfeccionados por el fuego
espiritual (Dios, en efecto, es un fuego devorador); y, así,
necesitamos del Espíritu Santo para nuestra perfección
y renovación, ya que este fuego espiritual es también
capaz de regar, y esta agua espiritual es capaz de fundir
como el fuego.
Responsorio
R. Derramaré agua abundante sobre el suelo sediento,
y torrentes en la tierra seca. * Derramaré mi Espí-
ritu y crecerán como álamos junto a las corrientes
de agua. Aleluya.
V. El agua que yo le dé se convertirá en manantial,
cuyas aguas brotan para comunicar vida eterna.
R. Derramaré mi Espíritu y crecerán como álamos jun-
to a las corrientes de agua. Aleluya.
ORACIÓN.
Oremos:
Te pedimos, Señor, que los dones recibidos en esta
Pascua den fruto abundante en toda nuestra vida. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo…
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios