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Oficio de lectura – martes 9 abril 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

HIMNO

Que doblen las campanas jubilosas,
y proclamen el triunfo del amor,
y llenen nuestras almas de aleluyas,
de gozo y esperanza en el Señor.

Los sellos de la muerte han sido rotos,
la vida para siempre es libertad,
ni la muerte ni el mal son para el hombre
su destino, su última verdad.

Derrotados la muerte y el pecado,
es de Dios toda historia y su final;
esperad con confianza su venida:
no temáis, con vosotros él está.

Volverán encrespadas tempestades
para hundir vuestra fe y vuestra verdad,
es más fuerte que el mal y que su embate
el poder del Señor, que os salvará.

Aleluyas cantemos a Dios Padre,
aleluyas al Hijo salvador,
su Espíritu corone la alegría
que su amor derramó en el corazón. Amén.

SALMODIA

Ant. 1 Encomienda tu camino al Señor, y él actuará. Aleluya

– Salmo 36 –

No te exasperes por los malvados,
no envidies a los que obran el mal:
se secarán pronto, como la hierba,
como el césped verde se agostarán.

Confía en el Señor y haz el bien,
habita tu tierra y practica la lealtad;
sea el Señor tu delicia,
y él te dará lo que pide tu corazón.

Encomienda tu camino al Señor,
confía en él, y él actuará:
hará brillar tu justicia como el amanecer;
tu derecho, como el mediodía.

Descansa en el Señor y espera en él,
no te exasperes por el hombre que triunfa
empleando la intriga:

cohibe la ira, reprime el coraje,
no te exasperes, no sea que obres mal;
porque los que obran mal son excluidos,
pero los que esperan en el Señor poseerán la tierra.

Aguarda un momento: desapareció el malvado,
fíjate en su sitio: ya no está;
en cambio los sufridos poseen la tierra
y disfrutan de paz abundante.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

 

Ant. 1 Encomienda tu camino al Señor, y él actuará. Aleluya

Ant. 2 Apártate del mal y haz el bien; al honrado lo sostiene el Señor.Aleluya

– Salmo 36 –

–II–

El malvado intriga contra el justo,
rechina sus dientes contra él;
pero el Señor se ríe de él,
porque ve que le llega su hora.

Los malvados desenvainan la espada,
asestan el arco,
para abatir a pobres y humildes,
para asesinar a los honrados;
pero su espada les atravesará el corazón,
sus arcos se romperán.

Mejor es ser honrado con poco
que ser malvado en la opulencia;
pues al malvadose se le romperán los brazos,
pero al honrado lo sostiene el Señor.

El Señor vela por los días de los buenos,
y su herencia durará siempre;
no se agostarán en tiempos de sequía,
en tiempo de hambre se saciarán;

pero los malvados perecerán,
los enemigos del Señor
se marchitarán como la belleza de un prado,
en humo se disiparán.

El malvado pide prestado y no devuelve,
el justo se compadece y perdona.
Los que el Señor bendice poseen la tierra,
los que él maldice son excluidos.

El Señor asegura los pasos del hombre,
se complace de sus caminos;
si tropieza, no caerá,
porque el Señor lo tiene de la mano.

Fui joven, ya soy viejo:
nunca he visto a un justo abandonado,
ni a su linaje mendigando el pan.
A diario se compadece y da prestado;
bendita será su descendencia.

Apártate de mal y haz el bien,
y siempre tendrás una casa;
porque el Señor ama la justicia
y no abandona a sus fieles.

Los inicuos son exterminados,
la estirpe de los malvados se extinguirá;
pero los justos poseen la tierra, la habitarán por siempre jamás.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Apártate del mal y haz el bien; al honrado lo sostiene el Señor.Aleluya

Ant. 3 Confía en el Señor y sigue su camino.Aleluya

Salmo 36
–III–

La boca del justo expone la sabiduría,
su lengua explica el derecho;
porque lleva en el corazón la ley de su Dios,
y sus pasos no vacilan.

El malvado espía al justo
e intenta darle muerte;
pero el Señor no lo entrega en sus manos,
no deja que lo condenen en el juicio.

Confía en el Señor, sigue su camino;
él te levantará a poseer la tierra,
y verás la expulsión de los malvados.

Vi a un malvado que se jactaba,
que prosperaba como un cedro frondoso;
volví a pasar, y ya no estaba;
lo busqué, y no lo encontré.

Observa al honrado, fíjate en el bueno:
su porvenir es la paz;
los impíos serán totalmente aniquilados,
el porvenir de los malvados quedará truncado.

El Señor es quien salva a los justos,
él es su alcázar en el peligro;
el Señor los protege y los libra,
los libra de los malvados y los salva,
porque se acogen a él.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Confía en el Señor y sigue su camino.Aleluya

VERSÍCULO

V. Cristo, una vez resucitado de entre los muertos,
ya no muere. Aleluya.
R. La muerte no tiene ya poder sobre él. Aleluya.

PRIMERA LECTURA

De los Hechos de los apóstoles
5, 17-42

En aquellos días, el sumo sacerdote y los de su par-
tido —-la secta de los saduceos—, llenos de coraje, man-
daron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel
común. Pero por la noche el ángel del Señor les abrió
las puertas y los sacó fuera, diciéndoles:

«Id al templo y explicadle allí al pueblo este modo
de vida.»

Entonces ellos entraron en el templo al amanecer y
se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacer-
dote con los de su partido, convocaron el Consejo y el
pleno del senado israelita y mandaron por los presos a
la cárcel. Fueron los guardias, pero no los encontraron
en la celda, y volvieron a informar:

«Hemos encontrado la cárcel cerrada, con las barras
echadas, y a los centinelas guardando las puertas; pero
al abrir no encontramos a nadie dentro.»

El comisario del templo y los sumos sacerdotes no
atinaban a explicarse qué había pasado con los presos.
Uno se presentó avisando:

«Los hombres que metisteis en la cárcel están ahí en
el templo y siguen enseñando al pueblo.»

El comisario salió con los guardias y se los trajo, sin
emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los ape-
drease. Los guardias condujeron a los apóstoles a pre-
sencia del Consejo, y el sumo sacerdote les interrogó:

«¿No os habíamos prohibido expresamente enseñar
en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén
con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables
de la sangre de ese hombre.»

Pedro y los apóstoles replicaron:

«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien
vosotros matasteis colgándole de un madero. La diestra
de Dios lo exaltó haciéndole jefe y salvador, para otor-
gar a Israel la conversión, el perdón de los pecados.
Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que
Dios da a los que le obedecen.»

Ante esta respuesta, se consumían de rabia y que-
rían acabar con ellos. Pero se levantó en medio de la
asamblea un fariseo, llamado Gamaliel, doctor de la
ley, que era muy estimado en todo el pueblo. Mandó
que hiciesen salir un momento a los apóstoles, y dijo:

«Hombres de Israel, mirad bien lo que vais a hacer
con estos hombres. Hace algún tiempo se presentó Teu-
das, diciendo que era un gran personaje, y se le junta-
ron como unos cuatrocientos hombres; pero murió de
muerte violenta, y todos cuantos obedecían sus órdenes
se dispersaron y quedaron reducidos a nada. Después
de él, en los días del empadronamiento, apareció Judas
el Galileo, que arrastró al pueblo en pos de sí; pereció
también él, y los que lo seguían se dispersaron. Res-
pecto del caso que nos ocupa ahora, yo os aconsejo lo
siguiente: no os metáis con estos hombres y dejadlos
en paz. Porque si esta idea o empresa es de hombres,
se desvanecerá por sí misma. Pero, si realmente es cosa
de Dios, no podréis destruirla. ¡No vaya a resultar que
habéis hecho la guerra contra Dios!»

Y se dejaron convencer por sus palabras. Llamaron
luego a los apóstoles y, después de haberlos hecho azo-
tar, les prohibieron severamente hablar en el nombre
de Jesús; y los dejaron ir. Ellos, por su parte, salieron
del Consejo contentos de haber merecido aquel ultraje
por el nombre de Jesús. Ningún día dejaban de enseñar,
en el templo y por las casas, anunciando el Evangelio
de Jesucristo.

Responsorio

R. Los jefes de Jerusalén, una vez que cumplieron todo
lo que estaba escrito de Jesús, lo bajaron de la
cruz y lo depositaron en un sepulcro. * Pero Dios lo
resucitó de entre los muertos. Aleluya.

V. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron; lo arranca-
ron de la tierra de los vivos.

R. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Aleluya.

SEGUNDA LECTURA

De los Libros de san Fulgencio de Ruspe, obispo, a
Mónimo

La edificación espiritual del cuerpo de Cristo, que se
realiza mediante la caridad (ya que, como dice san Pe-
dro, como piedras vivas, entráis en la construcción del
templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado,
para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo), esta edificación espiritua l, digo, nunca es pe-
dida con más oportunidad que cuando el mismo cuerpo
de Cristo, que es la Iglesia, ofrece el cuerpo y la sangre
de Cristo en el sacramento del pan y del cáliz, pues el
cáliz bendito que consagramos es la comunión de la san-
gre de Cristo, y el pan que partimos es la comunión del
cuerpo del Señor. Y, puesto que es un solo pan, somos
todos un solo cuerpo; ya que todos participamos de ese
único pan.

Y por esto pedimos que la misma gracia que ha he-
cho que la Iglesia fuera el cuerpo de Cristo haga tam-
bién que todos los miembros, vinculados por la caridad,
perseveren en la unidad del cuerpo; porque la santa
unidad, igualdad y caridad que posee por naturaleza
propia la Trinidad, que es un solo Dios verdadero, san-
tifica a los hijos de adopción con el don de la unani-
midad.

Por esto afirma la Escritura: El amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo
que se nos ha dado.

El Espíritu Santo, en efecto, que es el Espíritu único
del Padre y del Hijo, realiza en aquellos a los que ha
otorgado la gracia de la adopción divina lo mismo que
realizó, según el libro de los Hechos de los apóstoles, en
aquellos que habían recibido este mismo Espíritu. Acer-
ca de los cuales encontramos escrito: La multitud de
los creyentes no era sino un solo corazón y una sola
alma; la causa de esta unanimidad de los creyentes era,
en efecto, el Espíritu del Padre y del Hijo, que es con
ellos un solo Dios.

De ahí que el Apóstol enseña que ha de ser conser-
vada con toda solicitud esta unidad espiritual con el
vínculo de la paz, como dice en su carta a los Efesios:
Así, pues, yo, el prisionero por Cristo, os ruego que an-
déis como pide la vocación a la que habéis sido convo-
cados. Sed siempre humildes y amables, sed compren-
sivos; sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos por
mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la
paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu.

Dios, al conservar en la Iglesia la caridad que ha
sido derramada en ella por el Espíritu Santo, convierte
a esta misma Iglesia en un sacrificio agradable a sus
ojos y la hace capaz de recibir siempre la gracia de esa
caridad espiritual, para que pueda ofrecerse continua-
mente a él como una ofrenda viva, santa y agradable.

Responsorio

R. Yo te ruego por todos los que han de creer en mí,
para que todos sean uno, así como tú, Padre, estás
en mí y yo en ti. Yo les he dado la gloria que tú
me diste; * para que sean uno, como nosotros so-
mos uno. Aleluya.

V. Como tú me enviaste al mundo, así también yo los
he enviado al mundo.

R. Para que sean uno, como nosotros somos uno. Ale-
luya.

ORACIÓN.

Oremos:
Dios todopoderoso, haz que sepamos anunciar al
mundo la victoria de Cristo resucitado y, ya que nos
has dado la prenda de su obra redentora, concéde-
nos llegar a poseer plenamente los dones prometidos.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo…

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.