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Oficio de lectura – miércoles 10 abril 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

HIMNO

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa. Amén.

SALMODIA

Ant. 1 También nosotros gemimos en nuestro interior,
aguardando la redención de nuestro cuerpo. Aleluya

– Salmo 38 –
–I–

Yo me dije: vigilaré mi proceder,
para que no se me vaya la lengua;
pondré una mordaza a mi boca
mientras el impío esté presente.

Guardé silencio resignado,
no hablé con ligereza;
pero mi herida empeoró,
y el corazón me ardía por dentro;
pensándolo me requemaba,
hasta que solté la lengua.

Señor, dame a conocer mi fin
y cuál es la medida de mis años,
para que comprenda lo caduco que soy.

Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como pura sombra,
por un soplo se afana,
atesora sin saber para quién.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 También nosotros gemimos en nuestro interior,
aguardando la redención de nuestro cuerpo.

Ant. 2 Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a
mi llanto.

–II–

Y ahora, Señor, ¿qué esperanza queda?
Tú eres mi confianza.
Líbrame de mis iniquidades,
no me hagas la burla de los necios.

Enmudezco, no abro la boca,
porque eres tú quien lo ha hecho.
Aparta de mí tus golpes,
que el ímpetu de tu mano me acaba.

Escarmientas al hombre
castigando su culpa;
como una polilla roes sus tesoros;
el hombre no es más que un soplo.

Escucha, Señor, mi oración,
haz caso de mis gritos,
no seas sordo a mi llanto.

porque soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplaca tu ira, dame respiro,
antes de que pase y no exista.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a
mi llanto.Aleluya

Ant. 3 Yo confío en la misericordia del Señor por
siempre jamás.Aleluya

–salmo 51–

¿Por qué te gloría en la maldad
y te envalentonas contra el piadoso?
Estás todo el día maquinando injusticias,
tu lengua es navaja afilada,
autor de fraudes;

prefieres el mal al bien,
la mentira a la honradez;
prefieres las palabras corrosivas,
lengua embustera.

Pues Dios te destruirá para siempre,
te abatirá y te barrerá de tu tienda;
arrancará tus raíces
del suelo vital.

Lo verán los justos, y temerán,
y se reirán de él:
«Mirad al valiente
que no puso en Dios su apoyo,
confió en sus muchas riquezas,
se insolentó en sus crímenes.»

Pero yo, como verde olivo,
en la casa de Dios,
confío en su misericordia
por siempre jamás.

Te daré siempre gracias
porque has actuado;
proclamaré delante de tus fieles:
«Tu nombre es bueno.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Yo confío en la misericordia del Señor por
siempre jamás.Aleluya

VERSÍCULO

V. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya.
R. Para que nuestra fe y esperanza se centren en Dios.
Aleluya.

PRIMERA LECTURA

De los Hechos de los apóstoles
6, 1-15

Por aquellos días, habiendo aumentado el número de
los discípulos, se levantaron quejas de los helenistas con-
tra los hebreos, porque se atendía mal a sus viudas en
la asistencia diaria. Los Doce convocaron entonces a la
asamblea de los discípulos y dijeron:

«No está bien que nosotros descuidemos la palabra
de Dios por atender al servicio de las mesas. Elegid,
pues, hermanos, de entre vosotros, a siete hombres lle-
nos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes poda-
mos encomendar este servicio. Nosotros, por nuestra
parte, nos dedicaremos a la oración en común y al mi-
nisterio de la palabra.»

Y pareció bien esta proposición a toda la comunidad.
Y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu
Santo, y a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y
Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los
apóstoles, quienes, después de orar, les impusieron las
manos. El Evangelio se extendía cada vez más, y se
multiplicaba extraordinariamente el número de los dis-
cípulos en Jerusalén. Era también numeroso el grupo
de los sacerdotes que abrazaban la fe.

Esteban, lleno de gracia y de poder sobrenatural,
obraba señales y prodigios entre el pueblo. Algunos de
la facción llamada de los libertos y algunos cirenenses
y alejandrinos y otros de Cilicia y del Asia proconsular
se levantaron a disputar con Esteban; pero no podían
resistir a la sabiduría y al espíritu con que hablaba.

Por eso sobornaron a algunos para que presentasen
esta acusación:

«Nosotros le hemos oído proferir blasfemias contra
Moisés y contra Dios.»

Así excitaron los ánimos del pueblo, de los ancianos
y de los escribas. Luego, cayendo de improviso sobre
él, lo arrebataron y lo condujeron ante el Consejo. Allí
hicieron comparecer testigos falsos con esta acusación:

«Este hombre no cesa de hablar contra el lugar santo
y contra la ley. Nosotros le hemos oído decir que ese
Jesús Nazareno destruirá este templo y cambiará las
costumbres que nos ha transmitido Moisés.»

Todos los que estaban sentados en el Consejo pusie-
ron en él los ojos, y vieron su rostro como el de un
ángel.

Responsorio

R. Eligieron a siete hombres llenos del Espíritu Santo
y de sabiduría. * Y, después de orar, les impusieron
las manos. Aleluya.

V. El Señor dijo a Moisés: «Escoge entre los israeli-
tas a los levitas, y los demás israelitas les impon-
drán las manos.»

R. Y, después de orar, les impusieron las manos. Ale-
luya.

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san León Magno, papa

No hay duda, amadísimos hermanos, que el Hijo de
Dios, habiendo tomado la naturaleza humana, se unió a
ella tan íntimamente, que no sólo en aquel hombre que
es el primogénito de toda creatura, sino también en to-
dos sus santos, no hay más que un solo y único Cristo;
y, del mismo modo que no puede separarse la cabeza
de los miembros, así tampoco los miembros pueden se-
pararse de la cabeza.

Aunque no pertenece a la vida presente, sino a la
eterna, el que Dios sea todo en todos, sin embargo, ya
ahora, él habita de manera inseparable en su templo,
que es la Iglesia, tal como prometió él mismo con estas
palabras: Mirad, yo estaré siempre con vosotros hasta
el fin del mundo.

Por tanto, todo lo que el Hijo de Dios hizo y enseñó
con miras a la reconciliación del mundo no sólo lo co-
nocemos por el relato de sus hechos pretéritos, sino que
también lo experimentamos por la eficacia de sus obras
presentes.

Él mismo, nacido de la Virgen Madre por obra del
Espíritu Santo, es quien fecunda con el mismo Espíritu
a su Iglesia incontaminada, para que, mediante la rege-
neración bautismal, una multitud innumerable de hijos
sea engendrada para Dios, de los cuales se afirma que
traen su origen no de la sangre ni del deseo carnal ni
de la voluntad del hombre, sino del mismo Dios.

Es en él mismo en quien es bendecida la posteridad
de Abraham por la adopción del mundo entero, y en
quien el patriarca se convierte en padre de las naciones,
cuando los hijos de la promesa nacen no de la carne,
sino de la fe.

Él mismo es quien, sin exceptuar pueblo alguno, cons-
tituye, de cuantas naciones hay bajo el cielo, un solo
rebaño de ovejas santas, cumpliendo así día tras día lo
que antes había prometido: Tengo otras ovejas que no
son de este redil; es necesario que las recoja, y oirán
mi voz, para que se forme un solo rebaño y un solo
pastor.

Aunque dijo a Pedro, en su calidad de jefe: Apacienta
mis ovejas, en realidad es él solo, el Señor, quien dirige
a todos los pastores en su ministerio; y a los que se
acercan a la piedra espiritual él los alimenta con un
pasto tan abundante y jugoso, que un número inconta-
ble de ovejas, fortalecidas por la abundancia de su amor,
están dispuestas a morir por el nombre de su pastor,
como él, el buen Pastor, se dignó dar la propia vida por
sus ovejas.

Y no sólo la gloriosa fortaleza de los mártires, sino
también la fe de todos los que renacen en el bautismo,
por el hecho mismo de su regeneración, participan en
sus sufrimientos.

Así es como celebramos de manera adecuada la Pas-
cua del Señor, con ázimos de pureza y de verdad: cuan-
do, rechazando la antigua levadura de maldad, la nueva
creatura se embriaga y se alimenta del Señor en per-
sona. La participación del cuerpo y de la sangre del
Señor, en efecto, nos convierte en lo mismo que toma-
mos y hace que llevemos siempre en nosotros, en el
espíritu y en la carne, a aquel junto con el cual hemos
muerto, bajado al sepulcro y resucitado.

Responsorio

R. Yo soy el buen Pastor, * y conozco a mis ovejas y
ellas me conocen a mí. Aleluya.

V. Yo mismo buscaré mis ovejas y seguiré sus huellas,
y las sacaré de entre los pueblos y las apacentaré.

R. Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí.
Aleluya.

ORACIÓN.

Oremos:
Señor, al renovar en este año el recuerdo del mis-
terio pascual, que restituyó a la naturaleza humana
en su primitiva dignidad y le trajo la esperanza de
la resurrección, te pedimos que nos enseñes a recibir
con su amor constante y fiel este misterio que con
fe celebramos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo…

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.