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Oficio de lectura – miércoles 12 junio 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

HIMNO

Pues busco, debo encontrar;
pues llamo, débenme abrir;
pues pido, me deben dar;
pues amo, débeme amar
aquel que me hizo vivir.

¿Calla? Un día me hablará.
¿Pasa? No lejos irá.
¿Me pone a prueba? Soy fiel.
¿Pasa? No lejos irá:
pues tiene alas mi alma, y va
volando detrás de él.

Es poderoso, mas no
podrá mi amor esquivar;
invisible se volvió,
mas ojos de lince yo
tengo y le habré de mirar.

Alma, sigue hasta el final
en pos de Bien de los bienes,
y consuélate en tu mal
pensando con fe total:
¿Le buscas? ¡Es que lo tienes! Amén.

SALMODIA esta salmodia se puede tomar del Miercoles de la VI Semana de Pascua.
Al final del audio, se actualiza quitando la palabra “Aleluya”

Ant. 1 También nosotros gemimos en nuestro interior,
aguardando la redención de nuestro cuerpo.

– Salmo 38 –
–I–

Yo me dije: vigilaré mi proceder,
para que no se me vaya la lengua;
pondré una mordaza a mi boca
mientras el impío esté presente.

Guardé silencio resignado,
no hablé con ligereza;
pero mi herida empeoró,
y el corazón me ardía por dentro;
pensándolo me requemaba,
hasta que solté la lengua.

Señor, dame a conocer mi fin
y cuál es la medida de mis años,
para que comprenda lo caduco que soy.

Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como pura sombra,
por un soplo se afana,
atesora sin saber para quién.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 También nosotros gemimos en nuestro interior,
aguardando la redención de nuestro cuerpo.

Ant. 2 Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a
mi llanto.

–II–

Y ahora, Señor, ¿qué esperanza queda?
Tú eres mi confianza.
Líbrame de mis iniquidades,
no me hagas la burla de los necios.

Enmudezco, no abro la boca,
porque eres tú quien lo ha hecho.
Aparta de mí tus golpes,
que el ímpetu de tu mano me acaba.

Escarmientas al hombre
castigando su culpa;
como una polilla roes sus tesoros;
el hombre no es más que un soplo.

Escucha, Señor, mi oración,
haz caso de mis gritos,
no seas sordo a mi llanto.

porque soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplaca tu ira, dame respiro,
antes de que pase y no exista.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a
mi llanto.

Ant. 3 Yo confío en la misericordia del Señor por
siempre jamás.

–salmo 51–

¿Por qué te gloría en la maldad
y te envalentonas contra el piadoso?
Estás todo el día maquinando injusticias,
tu lengua es navaja afilada,
autor de fraudes;

prefieres el mal al bien,
la mentira a la honradez;
prefieres las palabras corrosivas,
lengua embustera.

Pues Dios te destruirá para siempre,
te abatirá y te barrerá de tu tienda;
arrancará tus raíces
del suelo vital.

Lo verán los justos, y temerán,
y se reirán de él:
«Mirad al valiente
que no puso en Dios su apoyo,
confió en sus muchas riquezas,
se insolentó en sus crímenes.»

Pero yo, como verde olivo,
en la casa de Dios,
confío en su misericordia
por siempre jamás.

Te daré siempre gracias
porque has actuado;
proclamaré delante de tus fieles:
«Tu nombre es bueno.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Yo confío en la misericordia del Señor por
siempre jamás.

Hasta aquì se puede tomar la salmodia. Continua la novedad para el dia miercoles del tiempo ordinario.

VERSÍCULO

V. Mi alma espera en el Señor.
R. Espera en su palabra..

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Filipenses
2, 12-30

Hermanos míos queridos, si siempre me habéis obe-
decido, cuando estaba presente, mucho más ahora que
estoy ausente. Trabajad por vuestra salvación con res-
peto y seriedad. Porque es Dios el que obra en vosotros
haciendo que queráis y obréis movidos por lo que a él
le agrada. Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusio-
nes, a fin de que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de
Dios sin mancha, en medio de esta generación mala y
perversa, entre la cual aparecéis como antorchas en el
mundo, presentándole la palabra de vida para orgullo
mío en el día de Cristo, ya que no habré corrido ni me
habré fatigado en vano. Y si mi sangre fuese derramada
como libación sobre el sacrificio y ofrenda de vuestra
fe, yo me alegraría y me congratularía con todos voso-
tros. También vosotros alegraos y congratulaos conmigo.

Espero en Jesús, el Señor, enviaros en breve a Timo-
teo. Así cobraré nuevos alientos al enterarme de vues-
tras cosas. No tengo a ningún otro que comparta tanto
mis sentimientos y que se preocupe tan sinceramente de
todo lo vuestro. Todos los demás buscan sus intereses
personales, no los de Cristo Jesús.

De vosotros son conocidas las pruebas que él ha dado,
porque, como un hijo al lado de su padre, ha estado
conmigo al servicio del Evangelio. A éste, pues, espero
enviaros en seguida, apenas vea clara mi situación; y
confío en el Señor que también yo podré ir pronto.

He creído necesario enviaros a Epafrodito, hermano,
colaborador y compañero mío de armas, que, delegado
por vosotros, me ha atendido en mi indigencia. Estaba
él suspirando por veros a todos, y muy preocupado por-
que a vosotros había llegado la noticia de que había
caído enfermo. Y de hecho estuvo a punto de morir, pero
Dios tuvo misericordia de él, y no sólo de él, sino tam-
bién de mí, para que no tuviese yo penas y más penas.
Así que, os lo envío con toda premura, para que, al verlo
de nuevo, os alegréis, y con esto quedaré yo con menos
tristeza. Recibidlo, pues, en el Señor, con toda alegría;
y tened en mucha estima a hombres como él. Por la obra
de Cristo se puso en peligro de muerte, exponiendo su
vida para suplir la asistencia que vosotros mismos no me
podíais prestar.

Responsorio

R. Poned más empeño en consolidar vuestra vocación
y elección. * De este modo se os concederá genero-
samente la entrada en el reino eterno de nuestro
Señor y Salvador Jesucristo.

V. Caminad como hijos de la luz y no toméis parte en
las obras infructuosas de las tinieblas.

R. De este modo se os concederá generosamente la en-
trada en el reino eterno de nuestro Señor y Salva-
dor Jesucristo.

SEGUNDA LECTURA

De las Homilías de Orígenes, presbítero, sobre el libro
de Josué

En el paso del río Jordán, el arca de la alianza guiaba
al pueblo de Dios. Los sacerdotes y levitas que la lleva-
ban se pararon en el Jordán, y las aguas, como en señal
de reverencia a los sacerdotes que la llevaban, detuvie-
ron su curso y se amontonaron a distancia, para que el
pueblo de Dios pudiera pasar impunemente. Y no te
has de admirar cuando se te narran estas hazañas rela-
tivas al pueblo antiguo, porque a ti, cristiano, que por el
sacramento del bautismo has atravesado la corriente del
Jordán, la palabra divina te promete cosas mucho más
grandes y excelsas, pues te promete que pasarás y atra-
vesarás los mismos aires.

Oye lo que dice Pablo acerca de los justos: Seremos
arrebatados entre nubes al encuentro del Señor por los
aires, y así estaremos siempre con el Señor. Nada, pues,
ha de temer el justo, ya que toda la creación está a su
servicio.

Oye también lo que Dios promete al justo por boca
del profeta: Cuando pases por el fuego, la llama no te
abrasará, porque yo soy el Señor tu Dios. Vemos, por
tanto, cómo el justo tiene acceso a cualquier lugar, y
cómo toda la creación se muestra servidora del mismo.
Y no pienses que aquellas hazañas son meros hechos pa-
sados y que nada tienen que ver contigo, que los escu-
chas ahora: en ti se realiza su místico significado. En
efecto, tú, que acabas de abandonar las tinieblas de la
idolatría y deseas ser instruido en la ley divina, eres
como si acabaras de salir de la esclavitud de Egipto.

Al ser agregado al número de los catecúmenos y al
comenzar a someterte a las prescripciones de la Iglesia,
has atravesado el mar Rojo y, como en aquellas etapas
del desierto, te dedicas cada día a escuchar la ley de Dios
y a contemplar la gloria del Señor, reflejada en el rostro
de Moisés. Cuando llegues a la mística fuente del bau-
tismo y seas iniciado en los venerables y magníficos sa-
cramentos, por obra de los sacerdotes y levitas, parados
como en el Jordán, los cuales conocen aquellos sacra-
mentos en cuanto es posible conocerlos, entonces tam-
bién tú, por ministerio de los sacerdotes, atravesarás el
Jordán y entrarás en la tierra prometida, en la que te
recibirá Jesús, el verdadero sucesor de Moisés, y será
tu guía en el nuevo camino.

Entonces tú, consciente de tales maravillas de Dios,
viendo cómo el mar se ha abierto para ti y cómo el río
ha detenido sus aguas, exclamarás: ¿Qué te pasa, mar,
que huyes, y a ti, Jordán, que te echas atrás? ¿Y a voso-
tros, montes, que saltáis como carneros; colinas, que sal-
táis como corderos? Y te responderá el oráculo divino:
En presencia del Señor se estremece la tierra, en pre-
sencia del Dios de Jacob; que transforma las peñas en
estanques, el pedernal en manantiales de agua.

Responsorio

R. Grandes, en verdad, e inescrutables son tus juicios,
Señor; * engrandeciste a tu pueblo y lo glorificaste.

V. Te abriste camino por las aguas, un vado por las
aguas caudalosas.

R. Engrandeciste a tu pueblo y lo glorificaste.

ORACIÓN.

Dios nuestro, de quien todo bien procede, concédenos
seguir siempre tus inspiraciones, para que tratemos de
hacer continuamente lo que es recto y, con tu ayuda, lo
llevemos siempre a cabo. Por nuestro Señor Jesucristo,
tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.