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Oficio de lectura – miércoles 18 mayo 2022

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno

Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la Víctima propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte
en tu victoria santa. Amén.

Salmodia

Ant.1 Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza. Aleleluya

Salmo 17

Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza. Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.

Dios mío, mi escudo y peña en que me amparo, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos.

Me cercaban olas mortales, torrentes destructores me aterraban, me envolvían las redes del abismo, me alcanzaban los lazos de la muerte.

En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios: desde su templo él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza. Aleluya.

Ant. 2 El Señor me libró porque me amaba. Aleluya

Salmo 17

Entonces tembló y retembló la tierra, vacilaron los cimientos de los montes, sacudidos por su cólera; de su rostro se alzaba una humareda, de su boca un fuego voraz, y lanzaba carbones ardiendo.

Inclinó el cielo y bajó con nubarrones debajo de sus pies; volaba sobre un querubín cerniéndose sobre las alas del viento, envuelto en un manto de oscuridad:

como un toldo, lo rodeaban oscuro aguacero y nubes espesas; al fulgor de su presencia, las nubes se deshicieron en granizo y centellas;

y el Señor tronaba desde el cielo, el Altísimo hacía oír su voz: disparando sus saetas, los dispersaba, y sus continuos relámpagos los enloquecían.

El fondo del mar apareció, y se vieron los cimientos del orbe, cuando tú, Señor, lanzaste el fragor de tu voz, al soplo de tu ira.

Desde el cielo alargó la mano y me sostuvo, me sacó de las aguas caudalosas, me libró de un enemigo poderoso, de adversarios más fuertes que yo.

Me acosaban el día funesto, pero el Señor fue mi apoyo: me sacó a un lugar espacioso, me libró porque me amaba.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 El Señor me libró porque me amaba. Aleluya.

Ant. 3 Señor, tú eres mi lámpara, tu alumbras mis tinieblas. Aleluya

El Señor retribuyó mi justicia, retribuyó la pureza de mis manos, porque seguí los caminos del Señor y no me rebelé contra mi Dios; porque tuve presentes sus mandamientos y no me aparté de sus preceptos le fui enteramente fiel, guardándome de toda culpa; el Señor retribuyó mi justicia, la pureza de mis manos en su presencia.

Con el fiel, tu eres fiel; con el íntegro, tú eres íntegro; con el sincero, tú eres sincero; con el astuto, tú eres sagaz. Tú salvas al pueblo afligido y humillas los ojos soberbios.

Señor, tú eres mi lámpara; Dios mío, tú alumbras mis tinieblas. Fiado en ti, me meto en la refriega; fiado en mi Dios, asalto la muralla.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Señor, tú eres mi lámpara, tu alumbras mis tinieblas.

Versículo

V. Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Aleluya.
R. Para que nuestra fe y esperanza se centren en Dios. Aleluya.

Primera lectura

De los Hechos de los apóstoles 18, 1-28

En aquellos días, salió Pablo de Atenas y vino a Corinto. Allí se encontró con un judío del Ponto, llamado Aquila, y con su mujer Priscila, recientemente venidos de Italia, por haber mandado Claudio que saliesen de Roma todos los judíos. Pablo trabó amistad con ellos y, como tenía el mismo oficio, se quedó a vivir en casa de ellos, trabajando en su compañía. Eran fabricantes de lona. Cada sábado discutía en la sinagoga, tratando de convencer a judíos y griegos. Cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se entregó por entero a la predicación del Evangelio, afirmando claramente ante los judíos que Jesús era el Mesías. Pero, ante su oposición y sus palabras injuriosas, Pablo sacudió sus vestidos y les dijo:

«Caiga vuestra sangre sobre vuestra cabeza; yo no tengo la culpa. De aquí en adelante, me dirigiré a los gentiles.»

Con esto, salió de allí y se fue a casa de un prosélito, llamado Ticio Justo, que vivía al lado de la sinagoga.
Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor, con toda su familia; y muchos corintios, después de escuchar la predicación de Pablo, abrazaban la fe y se hacían bautizar. Una noche, en una visión, el Señor dijo a Pablo:

«No temas. Habla y no calles; que yo estoy contigo y nadie osará hacerte daño. Sabe que tengo en esta ciudad muchísima gente que me pertenece.»

Se detuvo allí un año y seis meses, enseñando la palabra de Dios. Siendo Galión procónsul -de Acaya, se levantaron a una los judíos contra Pablo y lo llevaron ante el tribunal, diciendo:

«Este hombre incita a la gente a dar a Dios un culto contrario a la ley.»

Ya estaba Pablo para hablar, cuando Galión, dirigiéndose a los judíos, les habló así:

«Si se tratase de una injusticia o de un grave delito, os escucharía, como es lógico. Pero tratándose, como se trata, de discusiones sobre palabras, sobre nombres y sobre vuestra ley, allá vosotros. Yo no quiero ser juez en tales asuntos.»

Y los despachó del tribunal. Por lo que todos se arrojaron sobre Sóstenes, el jefe de la sinagoga, y comenzaron a golpearlo delante del tribunal, sin que Galión se preocupase lo más mínimo. Pablo, después de haber permanecido todavía muchos días, se despidió de los hermanos y, junto con Priscila y Áquila, se embarcó para Siria; antes, se había hecho rapar la cabeza en Cencreas, pues tenía hecho voto de nazareato. Desem- barcaron en Éfeso, y Pablo, dejando allí a sus compa- ñeros, entró en la sinagoga para hablar con los judíos. Le rogaron que se quedase por más tiempo, pero él no accedió, sino que se despidió con estas palabras: «Si Dios quiere, volveré otra vez a veros.»

Y partió de Éfeso. Desembarcó en Cesarea, subió a saludar a la Iglesia de Jerusalén y bajó luego a Antioquía. Después de haberse detenido allí algún tiempo, salió a recorrer sucesivamente las regiones de Galacia y Frigia, fortaleciendo en la fe a todos los discípulos.

Entretanto, un judío, llamado Apolo, natural de Alejandría, hombre elocuente y muy versado en las Escrituras, llegó a Éfeso. Había sido instruido en la doctrina del Señor y, con fervor de espíritu, hablaba y enseñaba rectamente todo lo referente a Jesús; pero sólo conocía el bautismo de Juan, Apolo, pues, comenzó a predicar resueltamente en la sinagoga. Priscila y Aquila, que lo escucharon, lo tomaron aparte y le expusieron con mayor exactitud la doctrina evangélica. Como quería él pasar a Acaya, lo animaron a ello los hermanos, y escribieron a los discípulos para que le dispensasen buena acogida. Su llegada fue muy provechosa para los fieles, por la gracia de Dios que poseía, porque refutaba vigorosamente en público a los judíos y les demostraba, por las Escrituras, que Jesús es el Mesías.

Responsorio

R. En una visión, el Señor dijo a Pablo: «No temas.
Habla y no calles; que yo estoy contigo.» Aleluya.

V. Yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que tienes que
decir.

R. Habla y no calles: que yo estoy contigo. Aleluya.

Segunda Lectura

De la Carta a Diogneto

Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben.’ Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.

Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.

El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en mora-
das corruptibles mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar.

Responsorio

R. Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Aleluya.

V. En mí está toda gracia de camino y de verdad, en mí toda esperanza de vida y de fuerza.

R. El que me sigue no camina en tinieblas, sino que
tendrá la luz de la vida. Aleluya.

Oración.

Oremos:
Dios nuestro, que amas la inocencia y la restituyes a quien la ha perdido, dirije hacia ti los corazones de tus hijos, para que vivan siempre a la luz de la verdad los que han sido librados por ti de las tinieblas del error. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Conclusión.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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