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Oficio de lectura – sábado 03 septiembre 2022

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

Experiencia de Dios fue vuestra ciencia, su Espíritu veraz os dio a beberla en la revelación, que es su presencia en velos de palabra siempre nueva.

Abristeis el camino para hallarla a todo el que de Dios hambre tenía, palabra del Señor que, al contemplarla, enciende nuestras luces que iluminan.

Saber de Dios en vida convertido es la virtud del justo, que, a su tiempo, si Dios le dio la luz, fue lo debido que fuera su verdad, su pensamiento.

En nuestro corazón de criaturas, no se encendió la luz para esconderla, que poco puede andar quien anda a oscuras por sendas de verdad sin poder verla.

Demos gracias a Dios humildemente y al Hijo, su Verdad que a todos guía, dejemos que su Luz, faro esplendente, nos guíe por el mar de nuestra vida. Amén.

Salmodia

Ant. 1: Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos.

Salmo 20, 2-8. 14

Señor, el rey se alegra por tu fuerza, ¡y cuánto goza con tu victoria! Le has concedido el deseo de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios.

Te adelantaste a bendecido con el éxito, y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.

Te pidió vida, y se la has concedido, años que se prolongan sin término.

Tu victoria ha engrandecido su fama, lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes, lo colmas de gozo en tu presencia; porque el rey confía en el Señor y con la gracia del Altísimo no fracasará.

Levántate, Señor, con tu fuerza, y al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Ant. 1: Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos.

Ant. 2: Cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

Salmo 91

Parte

Es bueno dar gracias al Señor y tocar para tu nombre, oh Altísimo, proclamar por la mañana tu misericordia y de noche tu fidelidad, con arpas de diez cuerdas y laúdes
sobre arpegios de cítaras.

Tus acciones, Señor, son mi alegría, y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor, qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende ni el necio se da cuenta.

Aunque germinen como hierba los malvados y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre. Tú, en cambio, Señor, eres excelso por los siglos.

Ant. 2: Cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

Ant. 3: Siervo bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor.

Salmo 91

Porque tus enemigos, Señor, perecerán, los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos no temerán a mis enemigos, mis oídos escucharán su derrota.

El justo crecerá como una palmera y se alzará como un cedro del Líbano: plantado en la casa del Señor, crecerá en los atrios de nuestro Dios; en la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso, para proclamar que el Señor es justo, que en mi Roca no existe la maldad.

Ant. 3: Siervo bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor.

Versículo

V. Oirás de mi boca una palabra.
R. y les advertirás de mi nombre.

Primera lectura

Del común de los doctores del libro de Ben Sirá 39, 1-14

El hombre sabio, conocedor de las Escrituras

El que se entrega de lleno a meditar la ley del Altísimo indaga la sabiduría de sus predecesores y estudia las profecías, examina las explicaciones de autores famosos y penetra por parábolas intrincadas, indaga el misterio de proverbios y da vueltas a enigmas.

Presta servicio ante los poderosos y se presenta ante los jefes, viaja por países extranjeros, probando el bien y el mal de los hombres; madruga por el Señor, su creador, y reza delante del Altísimo, abre la boca para suplicar, pidiendo perdón de sus pecados.

Si el Señor lo quiere, él se llenará de espíritu de inteligencia; Dios le hará derramar sabias palabras, y él confesará al Señor en su oración; Dios guiará sus consejos prudentes, y él meditará sus misterios; Dios le comunicará su doctrina y enseñanza, y él se gloriará de la ley del Altísimo.

Muchos alabarán su inteligencia, que no perecerá jamás; nunca faltará su recuerdo, y su fama vivirá por generaciones; los pueblos contarán su sabiduría, y la asamblea anunciará su alabanza.

Responsorio

R. En la asamblea le da la palabra, y el Señor lo llena de espíritu, sabiduría e inteligencia.

V. Alcanzará gozo y alegría
R. Y el Señor lo llena de espíritu, sabiduría e inteligencia.

Segunda lectura

De las Homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre el profeta Ezequiel
(Libro 1, 11, 4-6: CCL 142, 170-172)

Por amor a Cristo, cuando hablo de él, ni a mí mismo me perdono

Hijo de hombre, te he puesto como atalaya en la casa de Israel. Fijémonos cómo el Señor compara sus predicadores a un atalaya. El atalaya está siempre en un lugar alto para ver desde lejos todo lo que se acerca.
Y todo aquel que es puesto como atalaya del pueblo de Dios debe, por su conducta, estar siempre en alto, a fin de preverlo todo y ayudar así a los que tiene bajo su custodia.

Estas palabras que os dirijo resultan muy duras para mí, ya que con ellas me ataco a mí mismo, puesto que ni mis palabras ni mi conducta están a la altura de mi misión.

Me confieso culpable, reconozco mi tibieza y mi negligencia. Quizá esta confesión de mi culpabilidad me alcance el perdón del Juez piadoso. Porque, cuando estaba en el monasterio, podía guardar mi lengua de conversaciones ociosas y estar dedicado casi continuamente a la oración. Pero, desde que he cargado sobre mis hombros la responsabilidad pastoral, me es imposible guardar el recogimiento que yo querría, solicitado como estoy por tantos asuntos.

Me veo, en efecto, obligado a dirimir las causas, ora de las diversas Iglesias, ora de los monasterios, y a juzgar con frecuencia de la vida y actuación de los individuos en particular; otras veces tengo que ocuparme de asuntos de orden civil, otras, de lamentarme de los estragos causados por las tropas de los bárbaros y de temer por causa de los lobos que acechan al rebaño que me ha sido confiado. Otras veces debo preocuparme de que no falte la ayuda necesaria a los que viven sometidos a una disciplina regular, a veces tengo que soportar con paciencia a algunos que usan de la violencia, otras, en atención a la misma caridad que les debo, he de salirles al encuentro.

Estando mi espíritu disperso y desgarrado con tan diversas preocupaciones, ¿cómo voy a poder reconcentrarme para dedicarme por entero a la predicación y al ministerio de la palabra? Además, muchas veces, obligado por las circunstancias, tengo que tratar con las personas del mundo, lo que hace que alguna vez se relaje la disciplina impuesta a mi lengua. Porque, si mantengo en esta materia una disciplina rigurosa, sé que ello me aparta de los más débiles, y así nunca podré atraerlos adonde yo quiero. Y esto hace que, con frecuencia, escuche pacientemente sus palabras, aunque sean ociosas. Pero, como yo también soy débil, poco a poco me voy sintiendo atraído por aquellas palabras ociosas, y empiezo a hablar con gusto de aquello que había empezado a escuchar con paciencia, y resulta que me encuentro a gusto postrado allí mismo donde antes sentía repugnancia de caer.

¿Qué soy yo, por tanto, o qué clase de atalaya soy, que no estoy situado, por mis obras, en lo alto de la montaña, sino que estoy postrado aún en la llanura de mi debilidad? Pero el Creador y Redentor del género humano es bastante poderoso para darme a mí, indigno, la necesaria altura de vida y eficacia de palabra, ya que por su amor, cuando hablo de él, ni a mí mismo me perdono.

Responsorio

R. Sacando enseñanzas morales de las sagradas Escrituras e interpretando sus misterios, encauzó hacia los pueblos las corrientes de agua viva del Evangelio; y aun después de su muerte continúa hablando.

V. Recorriendo todo el mundo como un águila, provee de alimento a los grandes y a los pequeños con su inmensa caridad.
R. Y aun después de su muerte continúa hablando.

Oremos,
Señor Dios, que cuidas a tu pueblo con ternura y lo gobiernas con amor, te pedimos que, por intercesión del papa san Gregorio Magno, concedas el espíritu de sabiduría a quienes has establecido como maestros y pastores de la Iglesia, para que así el progreso de los fieles constituya el gozo eterno de sus pastores. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

Conclusión

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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