Oficio de Lectura
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Himno: TESTIGOS DE AMOR
Testigos de amor de Cristo Señor, mártires santos.
Rosales en flor de Cristo el olor, mártires santos.
Palabras en luz de Cristo Jesús, mártires santos.
Corona inmortal de Cristo total, mártires santos. Amén.
SALMODIA
Ant. 1 Todos os odiarán por mi nombre, pero el que
persevere hasta el fin se salvará.
¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo.»
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo.»
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza.»
Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de protno su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1 Todos os odiarán por mi nombre, pero el que
persevere hasta el fin se salvará.
Ant. 1 Todos os odiarán por mi nombre, pero el que
persevere hasta el fin se salvará.
Ant. 2 Los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria
que un día se nos descubrirá.
Salmo 10
Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
«Escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?»
Pero el Señor está en su templo santo
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.
El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia, él lo detesta.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.
Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 Los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria
que un día se nos descubrirá.
Ant. 3 El Señor probó a los elegidos como oro en el
crisol, y los recibió como sacrificio de holocausto para
siempre.
-Salmo 16-
Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño:
emane de ti la sentencia,
miren tus ojos la rectitud.
Aunque sondees mi corazón,
visitándolo de noche,
aunque me pruebes al fuego,
no encontrarás malicia en mí.
Mi boca no ha faltado
como suelen los hombres;
según tus mandatos yo me he mantenido
en la senda establecida.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras.
Muestra las maravillas de tu misericordia,
tú que salvas de los adversarios
a quien se refugia a tu derecha.
Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme
de los malvados que me asaltan,
del enemigo mortal que me cerca.
Han cerrado sus entrañas
y hablan con boca arrogante;
ya me rodean sus pasos,
se hacen guiños para derribarme,
como un león ávido de presa,
como un cachorro agazapado en su escondrijo.
Levántate, Señor, hazle frente, doblégalo,
que tu espada me libre del malvado
y tu mano, Señor, de los mortales;
mortales de este mundo: sea su lote esta vida;
de tu despensa les llenarás el vientre,
se saciarán sus hijos
y dejarán a sus pequeños lo que sobra.
Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 El Señor probó a los elegidos como oro en el
crisol, y los recibió como sacrificio de holocausto para
siempre.
Versículo.
V. Me asaltaban angustias y aprietos.
R/Tus mandatos son mi delicia.
PRIMERA LECTURA
De los Hechos de los apóstoles
6, 1-6; 8, 1. 4-8
Por aquellos días, habiendo aumentado el número de
los discípulos, se levantaron quejas de los helenistas con-
tra los hebreos, porque se atendía mal a sus viudas en la
asistencia diaria. Los Doce convocaron entonces a la
asamblea de los discípulos y dijeron:
«No está bien que nosotros descuidemos la palabra de
Dios por atender al servicio de las mesas. Elegid, pues,
hermanos, de entre vosotros, a siete hombres llenos del
Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes podamos enco-
mendar este servicio. Nosotros, por nuestra parte, nos
dedicaremos a la oración en común y al ministerio de
la palabra.»
Y pareció bien esta proposición a toda la comunidad.
Y eligieron a Esteban, nombre lleno de fe y del Espíritu
Santo, y a Felipe, Prócero, Nicanor, Timón, Pármenas y
Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los
apóstoles, quienes, después de orar, les impusieron las
manos.
Sucedió que una violenta persecución se desencadenó
contra la Iglesia de Jerusalén, y todos, a excepción de
los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea
y Samaría. Y, así, los que se habían dispersado fueron
anunciando por todas partes la Buena Nueva de la pa-
labra de Dios. Tal fue el caso de Felipe, que bajó a la
ciudad de Samaría y predicó a Cristo. La gente, con
asentimiento general, al oír y ver los prodigios que obra-
ba Felipe, ponía mucha atención a sus palabras. De mu-
chos posesos salían los espíritus inmundos, dando gran-
des alaridos; y muchos paralíticos y cojos quedaron cu-
rados. Con esto reinaba un gran júbilo en aquella ciudad.
Responsorio
R. A todo aquel que me reconozca ante los hombres
—dice el Señor— * lo reconoceré yo también ante
mi Padre que está en los cielos.
V. Si alguno quiere ponerse a mi servicio, que me
siga; y donde yo esté, allí estará también mi ser- vidor.
R. Lo reconoceré yo también ante mi Padre que, está
en los cielos.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Agustín, obispo
La Iglesia de Roma nos invita hoy a celebrar el triunfo
de san Lorenzo, que superó las amenazas y seducciones
del mundo, venciendo así la persecución diabólica. Él,
como ya se os ha explicado más de una vez, era diácono
de aquella Iglesia. En ella administró la sangre sagrada
de Cristo, en ella también derramó su propia sangre por
el nombre de Cristo. El apóstol san Juan expuso clara-
mente el significado de la Cena del Señor, con aquellas
palabras: Como Cristo dio su vida por nosotros, también
nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Así
lo entendió san Lorenzo; así lo entendió y así lo practicó;
lo mismo qué había tomado de la mesa del Señor, eso
mismo preparó. Amó a Cristo durante su vida, lo imitó
en su muerte.
También nosotros, hermanos, si lo amamos de verdad,
debemos imitarlo. La mejor prueba que podemos dar de
nuestro amor es imitar su ejemplo, porque Cristo pade-
ció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que siga-
mos sus huellas. Según estas palabras de san Pedro, pa-
rece como si Cristo sólo hubiera padecido por los que
siguen sus huellas, y que la pasión de Cristo sólo apro-
vechara a los que siguen sus huellas. Lo han imitado
los santos mártires hasta el derramamiento de su sangre,
hasta la semejanza con su pasión; lo han imitado los
mártires, pero no sólo ellos. El puente no se ha derrum-
bado después de haber pasado ellos; la fuente no se ha
secado después de haber bebido el los.
Tenedlo presente, hermanos: en el huerto del Señor no
sólo hay las rosas de los mártires, sino también los lirios
de las vírgenes y las yedras de los casados, así como
las violetas de las viudas. Ningún hombre, cualquiera que
sea su género de vida, ha de desesperar de su vocación:
Cristo ha sufrido por todos. Con toda verdad está es-
crito de él: Nuestro Salvador quiere que todos los hom-
bres se salven y lleguen al pleno conocimiento de la
verdad.
Entendamos, pues, de qué modo el cristiano ha de se-
guir a Cristo, además del derramamiento de sangre, ade-
más del martirio. El Apóstol, refiriéndose a Cristo, dice:
A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su
categoría de Dios. ¡Qué gran majestad! Al contrario, se
anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo, pa-
sando por uno de tantos. ¡Qué gran humildad!
Cristo se rebajó: esto es, cristiano, lo que debes tú
procurar. Cristo se sometió: ¿cómo vas tú a enorgulle-
certe? Finalmente, después de haber pasado por semejan-
te humillación y haber vencido la muerte, Cristo subió al
cielo: sigámoslo. Oigamos lo que dice el Apóstol: Si ha-
béis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de arri-
ba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios.
Responsorio
R. San Lorenzo exclamó: «Yo adoro a mi Dios y sólo
a él le sirvo; * por eso no temo tus tormentos.»
V. El Señor es mi roca en que me amparo.
R. Por eso no temo tus tormentos.
HIMNO FINAL /Te Deum
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos elegidos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor me acojo,
no quede yo nunca defraudado.
ORACIÓN.
Oremos:
Dios nuestro, que inflamaste con el fuego de tu
amor a san Lorenzo, para que brillara por la fide-
lidad a su servicio diaconal y por la gloria de un
heroico martirio, haz que nosotros te amemos siem-
pre como él te amó y practiquemos lo que él enseñó.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.