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Oficio de lectura – sábado 12 noviembre 2022

Oficio de Lectura

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno

Testigos de amor de Cristo Señor, mártires santos.

Rosales en flor de Cristo el olor, mártires santos.

Palabras en luz de Cristo Jesús, mártires santos.

Corona inmortal de Cristo total, mártires santos. Amén.

Salmodia

Ant. 1 todos os odiarán por mi nombre, pero el que persevere hasta el fin se salvará.

¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías: «Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo.»

El que habita en el cielo sonríe, el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira, los espanta con su cólera: «Yo mismo he establecido a mi Rey en Sión, mi monte santo.»

Voy a proclamar el decreto del Señor; él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.

Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza.»

Y ahora, reyes, sed sensatos; escarmentad los que regís la tierra: servid al Señor con temor, rendidle homenaje temblando; no sea que se irrite, y vayáis a la ruina, porque se inflama de pronto su ira.

¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 Todos os odiarán por mi nombre, pero el que persevere hasta el fin se salvará.

Ant. 2 Los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá.
Salmo 10

Al Señor me acojo, ¿por qué me decís: «Escapa como un pájaro al monte, porque los malvados tensan el arco, ajustan las saetas a la cuerda, para disparar en la sombra contra los buenos? Cuando fallan los cimientos, ¿qué podrá hacer el justo?»

Pero el Señor está en su templo santo el Señor tiene su trono en el cielo; sus ojos están observando, sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina a inocentes y culpables, y al que ama la violencia, él lo detesta.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre, les tocará en suerte un viento huracanado.

Porque el Señor es justo y ama la justicia: los buenos verán su rostro.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá.

Ant. 3 El Señor probó a los elegidos como oro en el crisol, y los recibió como sacrificio de holocausto para siempre.

Salmo 16

Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño: emane de ti la sentencia, miren tus ojos la rectitud.

Aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche, aunque me pruebes al fuego, no encontrarás malicia en mí.

Mi boca no ha faltado como suelen los hombres; según tus mandatos yo me he mantenido en la senda establecida.

Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos.

Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras.

Muestra las maravillas de tu misericordia, tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha.

Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme de los malvados que me asaltan, del enemigo mortal que me cerca.

Han cerrado sus entrañas y hablan con boca arrogante; ya me rodean sus pasos, se hacen guiños para derribarme, como un león ávido de presa, como un cachorro agazapado en su escondrijo.

Levántate, Señor, hazle frente, doblégalo, que tu espada me libre del malvado y tu mano, Señor, de los mortales; mortales de este mundo: sea su lote esta vida; de tu despensa les llenarás el vientre, se saciarán sus hijos y dejarán a sus pequeños lo que sobra.

Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 El Señor probó a los elegidos como oro en el crisol, y los recibió como sacrificio de holocausto para siempre.

Versículo.

V. Me asaltaban angustias y aprietos.
R/Tus mandatos son mi delicia.

Primera lectura

De la segunda Carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 7-5, 8

En las tribulaciones se manifiesta la fuerza de Cristo

Hermanos: Llevamos el tesoro de nuestro ministerio en vasos de barro, para que aparezca evidente que la extraordinaria grandeza del poder es de Dios y que no proviene de nosotros. Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; nos ponen en aprietos, mas no desesperamos de encontrar salida; somos acosados, mas no aniquilados; derribados, pero no perdidos; llevamos siempre en nosotros, los sufrimientos mortales de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nosotros.

Aun viviendo, estamos continuamente entregados a la muerte por Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en esta nuestra vida mortal. Así pues, en nosotros va trabajando la muerte y en vosotros va actuando la vida.

Pero como somos impulsados por el mismo poder de la fe, del que dice la escritura: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos, y por eso hablamos; y sabemos que Aquél que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos hará aparecer en su presencia juntamente con vosotros.

Porque todo esto es por vosotros para que la gracia de Dios, difundida en el mayor número de fieles, multiplique las acciones de gracias para gloria de Dios. Por eso no perdemos el ánimo. Aunque nuestra condición física se vaya deshaciendo, nuestro interior se renueva día a día. Y una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria. No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve. Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.

Aunque se desmorone la morada terrestre en que acampamos, sabemos que Dios, nos dará una casa eterna en el cielo, no construida por hombres; y, así gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celeste, si es que nos encontramos vestidos y no desnudos. Sí, los que estamos en esta tienda gemimos oprimidos, no es que queramos ser desvestidos, sino más bien, sobrevestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Y el que nos ha destinado a eso es Dios, el cual nos ha dado en arras el Espíritu.

Así pues, siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Y es tal nuestra confianza, que preferimos desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor.

Responsorio Mt 5, 11-12a.10

R. Dichosos vosotros, cuando os insulten y persigan y propalen contra vosotros toda clase de calumnias por mi causa; alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.

V. Dichosos los que padecen persecución por razón del bien y de la virtud, porque de ellos es el reino de los cielos.
R. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.

Segunda lectura

De la carta encíclica Ecclésiam Dei del papa Pío once

Derramó su sangre por la unidad de la iglesia

Sabemos que la Iglesia de Dios, constituida por su admirable designio para ser en la plenitud de los tiempos como una inmensa familia que abarque a todo el género humano, es notable, por institución divina, tanto por su unidad ecuménica, como por otras notas que la caracterizan.

En efecto, Cristo el Señor no sólo encomendó a solos los apóstoles la misión que él había recibido del Padre, cuando les dijo: Dios me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues, y sed los maestros de todas las naciones, sino que quiso también que el colegio apostólico tuviera la máxima unidad, unido por un doble y estrecho vínculo, a saber: intrínsecamente, por una misma fe y por la caridad que ha sido derramada en nuestros corazones con el Espíritu Santo; extrínsecamente, por el gobierno de uno solo sobre todos, ya que confirió a Pedro la primacía sobre los demás apóstoles, como principio perpetuo y fundamento visible de unidad. Y, para que esta unidad y acuerdo se mantuviera a perpetuidad, Dios providentísimo la consagró en cierto modo con el signo de la santidad y del martirio.

Este honor tan grande obtuvo aquel arzobispo de Pólotzk, llamado Josafat, de rito eslavo oriental, al que con razón consideramos como el hombre más eminente y destacado entre los eslavos de rito oriental, ya que difícilmente encontraríamos a otro que haya contribuido a la gloria y provecho de la Iglesia más que éste, su pastor y apóstol, principalmente cuando derramó su sangre por la unidad de la santa Iglesia. Además, sintiéndose movido por un impulso celestial, comprendió que podría contribuir en gran manera al restablecimiento de la santa unidad universal de la Iglesia el hecho de conservar en ella el rito oriental eslavo y la institución de la vida monástica según el espíritu de san Basilio.

Pero entretanto, preocupado principalmente por la unión de sus conciudadanos con la cátedra de Pedro, buscaba por doquier toda clase de argumentos que pudieran contribuir a promover y confirmar esta unidad, sobre todo estudiando atentamente los libros litúrgicos que, según las prescripciones de los santos Padres, usaban los mismos orientales separados. Con esta preparación tan diligente, comenzó a dedicarse a la restauración de la unidad, con tanta fuerza y tanta suavidad a la vez y con tanto fruto que sus mismos adversarios lo llamaban «ladrón de almas».

Responsorio Jn 17, 11. 23. 22

R. Dijo Jesús: «Padre santo, cuida por tu nombre a los que me has dado, para que sean perfectos en la unidad, y conozca el mundo que tú me has enviado.»

V. Yo les he dado la gloria que tú me diste.
R. Para que sean perfectos en la unidad, y conozca el mundo que tú me has enviado.

Oremos,
Aviva, Señor, en tu Iglesia aquel fuego del Espíritu Santo que impulsó a san Josafat a dar la vida por su pueblo, y haz que también nosotros, fortalecidos por este mismo Espíritu y ayudados por la plegaria de este santo, estemos dispuestos, si es preciso, a dar la vida por nuestros hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

Conclusión

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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