Oficio de Lectura
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
HIMNO
Señor, tú me llamaste
del fondo del no ser todos los seres,
prodigios del cincel de tu palabra,
imágenes de ti resplandecientes.
Señor, tú que creaste
la bella nave azul en que navegan
los hijos de los hombres, entre espacios
repletos de misterio y luz de estrellas.
Señor, tu que nos diste
la inmensa dignidad de ser tus hijos,
no dejes que el pecado y que la muerte
destruyan en el hombre el ser divino.
Señor, tú que salvaste
al hombre de caer en el vacío,
recréanos de nuevo en tu Palabra
y llámanos de nuevo al paraíso.
Oh Padre, tú que enviaste
al mundo de los hombres a tu Hijo,
no dejes que se apague en nuestras almas
la luz esplendorosa de tu Espíritu. Amén.
SALMODIA
Ant.1 Dad gracias al Señor por su misericordia, por
las maravillas que hace con los hombres.
– Salmo 106-
–I–
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Que lo confiesen los redimidos por el Señor,
los que él rescató de la mano del enemigo,
los que reunió de todos los países:
norte y sur, oriente y occidente.
Erraban por un desierto solitario,
no encontraban el camino de ciudad habitada;
pasaban hambre y sed,
se les iba agotando la vida;
pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arranco de la tribulación.
Los guió por un camino derecho,
para que llegaran a ciudad habitada,
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Calmó el ansia de los sedientos,
y a los hambrientos los colmó de bienes.
Yacían en oscuridad y tinieblas,
cautivos de hierros y miserias;
por haberse rebelado contra los mandamientos,
despresiado el plan del Altísimo.
Él humilló su corazón con trabajos,
sucumbían y nadie los socorría.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Los sacó de las sombrías tinieblas,
arrancó sus cadenas.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Destrozó las puertas de bronce,
quebró los cerrojos de hierro.
Estaban enfermos, por sus maldades,
por sus culpas eran afligidos;
aborrecían todos los manjares,
y ya tocaban las puertas de la muerte.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Envió su palabra, para curarlos,
para salvarlos de la perdición.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Ofrézcanle sacrificios de alabanza,
y cuenten con entusiasmo sus acciones.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant.1 Dad gracias al Señor por su misericordia, por
las maravillas que hace con los hombres.
Ant. 2 Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas.
–II–
Entraron en naves por el mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.
Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto:
subían al cielo, bajaban al abismo,
su vida se marchitaba por el mareo,
rodaban, se tambaleaban como ebrios,
y nos les valía su pericia.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar.
Se alegraron de aquella bananza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Aclámenlo en la asamblea del pueblo,
alábenlo en el consejo de los ancianos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas.
Ant. 3 Los rectos lo ven y se alegran y comprenden
la misericordia del Señor.
–III–
Él transforma los ríos en desierto,
los manantiales de agua en aridez;
la tierra fértil en marismas,
por la depravación de sus habitantes.
Transforma el desierto en estanques,
el erial en manantiales de agua.
Coloca allí a los hambrientos,
y fundan una ciudad para habitar.
Siembran campos, plantan huertos,
recogen cosechas.
Los bendice, y se multiplican,
y no les escatima el ganado.
Si menguan, abatidos por el peso
de infortunios y desgracias,
el mismo que arroja desprecio sobre los príncipes
y los descarría por una soledad sin caminos
levanta a los pobres de la miseria
y multiplica sus familias como rebaños.
Los rectos lo ven y se alegran,
a la maldad se le tapa la boca.
Él que sea sabio que recoja estos hechos
y comprenda la misericordia del Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Los rectos lo ven y se alegran y comprenden
la misericordia del Señor.
VERSÍCULO
V. Tu fidelidad, Señor, llega hasta las nubes.
R. Tus sentencias son como el océano inmenso.
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Zacarías
14, 1-21
Esto dice el Señor:
«Mirad que llega el día del Señor: se repartirá el bo-
tín en medio de ti. Haré leva entre todas las naciones,
para que den batalla a Jerusalén; conquistarán la ciudad,
saquearán las casas, violarán a las mujeres, la mitad de
la ciudad irá al destierro y el resto no será arrojado de
la ciudad. El Señor saldrá a luchar contra las naciones
como el día que luchaba en la batalla.
Aquel día asentará los pies sobre el monte de los Oli-
vos, delante de Jerusalén, al oriente; y dividirá el monte
de los Olivos por medio hacia oriente y occidente en un
gran valle. La mitad del monte se inclinará hacia el nor-
te, la otra mitad hacia el sur. Entonces huiréis al valle
entre mis montes, que alcanzará hasta Azzal; huiréis
como huíais cuando el terremoto, en tiempos de Ozías,
rey de Judá. Y vendrá el Señor, mi Dios, y con él sus
consagrados.
Aquel día no habrá ya frío ni hielo, será un día único,
conocido del Señor. Sin día ni noche, pues por la noche
habrá luz.
Aquel día brotarán aguas de vida de Jerusalén, la
mitad hacia el mar oriental, la mitad hacia el mar occi-
dental, tanto en verano como en invierno. El Señor rei-
nará sobre todo el orbe, aquel día será el Señor único,
y único será su nombre. Todo el país se allanará desde
Gueba hasta Rimón, en el Negueb. Jerusalén será enal-
tecida y estará habitada, desde la puerta de Benjamín
hasta la puerta Vieja, y hasta la puerta del Ángulo; des-
de la torre de Jananel hasta las bodegas del Rey. Habi-
tarán en ella y no será ya destruida, sino que habitarán
en Jerusalén con seguridad. Mirad el castigo con que
herirá el Señor a los pueblos que combaten contra Je-
rusalén: se pudrirá su carne estando ellos todavía en pie,
sus ojos se pudrirán en sus cuencas, su lengua se pu-
drirá en su boca. Así será también la plaga de caballos
y mulos, camellos y asnos y ganados del campo, que los
alcanzará en aquellos campamentos lo mismo que a los
hombres.
Aquel día los asaltará una terrible turbación que el
Señor les enviará: agarrará cada uno la mano de su com-
pañero y levantarán la mano unos contra otros. Y Judá
estará aquel día en gran festín en Jerusalén, y serán
amontonadas las riquezas de todas las naciones de alre-
dedor: oro, plata y vestiduras en cantidad inmensa. Los
supervivientes de los pueblos que atacaron a Jerusalén
vendrán de año en año a adorar al Rey Señor de los
ejércitos y a celebrar la fiesta de los tabernáculos. Y la
familia de la tierra que no suba a Jerusalén para adorar
al Rey Señor de los ejércitos no recibirá lluvia en su
territorio. Si el pueblo de Egipto no acude, lo alcanzará
el castigo de los pueblos que no acuden a la fiesta de los
tabernáculos. Éste será el castigo de Egipto y el cas-
tigo de todas las naciones que no acudan a la fiesta de
los tabernáculos.
Aquel día aún los cascabeles de los caballos llevarán
escrito: «Consagrado al Señor»; los calderos del templo
serán tan santos como las bandejas del altar. Todo cal-
dero en Jerusalén y en Judá estará consagrado al Se-
ñor de los ejércitos. Los que vengan a sacrificar los
usarán para guisar en ellos.
Y aquel día ya no habrá mercaderes en el templo del
Señor de los ejércitos.»
Responsorio
R. Aquel día brotarán aguas de vida de Jerusalén y
habrá una fuente abierta para la casa de David,
* para lavar los pecados e impurezas.
V. Uno de los soldados atravesó con su lanza el cos-
tado de Jesús, y al instante brotó de él sangre y
agua.
R. Para lavar los pecados e impurezas.
SEGUNDA LECTURA
Del Sermón de san Paciano, obispo, Sobre el bautismo
Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, sea-
mos también imagen del hombre celestial; porque el pri-
mer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo es
del cielo. Obrando así, amadísimos, ya no moriremos
más. Porque, aunque este nuestro cuerpo se deshaga,
viviremos en Cristo, como afirma él mismo: Quien a mí
se una con viva fe, aunque muera, vivirá.
Tenemos la certeza, basada en el testimonio del Señor,
de que Abraham, Isaac y Jacob y todos los santos de
Dios están vivos, ya qué, refiriéndose a ellos, dice el Se-
ñor: No es, pues, Dios de muertos, sino de vivos; en
efecto, para él todos están vivos. Y el Apóstol dice de sí
mismo: Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ga-
nancia; ansío partir para estar con Cristo. Y también:
Mientras vivimos estamos desterrados lejos del Señor;
caminamos sin verlo, guiados por la fe. Tal es nuestra
fe, hermanos muy amados. Por lo demás, si nuestra es-
peranza en Cristo acaba con esta vida, somos los hom-
bres más desdichados. La vida puramente natural, como
vosotros mismos podéis comprobar, nos es común, aun-
que no igual en duración, con la de los animales, bestias
y aves. Pero lo específico del hombre, lo que nos ha dado
Cristo por el Espíritu, es la vida eterna, a condición de
que ya no pequemos más. Pues así como la muerte viene
por el pecado, así también nos libramos de ella por la
práctica de la virtud;
El sueldo del pecado es la muerte; pero el don de Dios
es la vida eterna en unión con Cristo Jesús, Señor
nuestro.
Él es, ciertamente, quien nos ha redimido, perdonán-
donos por pura gracia todos nuestros pecados —como
dice el Apóstol— y borrando la nota desfavorable de
nuestra deuda escrita sobre el rollo de los preceptos; él
la arrancó de en medio y la clavó en la cruz. Con esto
Dios despojó a los principados y potestades, y los ex-
puso a la vista de todos, incorporándolos al cortejo triun-
fal de Cristo. Él liberta a los cautivos y rompe nuestras
cadenas, como había predicho el salmista: El Señor hace
justicia a los oprimidos, el Señor liberta a los cautivos,
el Señor abre los ojos al ciego. Y también: Rompiste
mis cadenas, te ofreceré un sacrificio de alabanza. Esta
liberación tuvo lugar cuando, por el sacramento del bau-
tismo, nos reunimos bajo el estandarte del Señor, que-
dando así liberados por la sangre y el nombre de Cristo.
Así pues, amadísimos hermanos, de una vez para
siempre somos purificados, somos libertados, somos re-
cibidos en el reino inmortal; de una vez para siempre,
dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han
sepultado su pecado. Mantened con firmeza lo que ha-
béis recibido, conservadlo con alegría, no pequéis más.
Conservaos así puros e inmaculados para el día del
Señor.
Responsorio
R. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el
segundo es del cielo. * Nosotros, que somos imagen
del hombre terreno, seremos también imagen del
hombre celestial.
V. Despojaos del hombre viejo y revestios del nuevo,
que se va renovando hasta alcanzar un conocimien-
to pleno de Dios y se va configurando con la imagen
del que lo creó.
R. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, se-
remos también imagen del hombre celestial.
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, a quien confiadamente
invocamos con el nombre de Padre, intensifica en noso-
tros el espíritu de hijos adoptivos tuyos, para que me-
rezcamos entrar en posesión de la herencia que nos tie-
nes prometida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.