Oficio de Lectura
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Himno:
Pedro, roca; Pablo, espada.
Pedro, la red en las manos;
Pablo, tajante palabra.
Pedro, llaves; Pablo, andanzas.
Y un trotar por los caminos
con cansancio en las pisadas.
Cristo tras los dos andaba:
a uno lo tumbó en Damasco,
y al otro lo irió con lágrimas.
Roma se vistió de gracia:
crucificada la roca,
y la espada muerta a espada. Amén.
SALMODIA
Ant. 1 Si me amas, Simón Pedro, apacienta mis ovejas.
Salmo 18 A
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo murmura.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.
Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega hasta el otro extremo:
nada se libra de su calor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1 Si me amas, Simón Pedro, apacienta mis ovejas.
Ant. 2 Para mí la vida es Cristo, y la muerte una
ganancia; líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo.
Salmo 63
Escucha, ¡oh Dios!, la voz de mi lamento,
protege mi vida del terrible enemigo;
escóndeme de la conjura de los perversos
y del motín de los malhechores.
afilan sus lenguas como espadas
y disparan como flechas palabras venenosas,
para herir a escondidas al inocente,
para herirlo por sorpresa y sin riesgo.
Se animan al delito,
calculan cómo esconder trampas,
y dicen: «¿Quién lo descubrirá?»
inventan maldades y ocultan sus invenciones,
porque su mente y su corazón no tienen fondo.
Pero Dios los acribilla a flechazos,
por sorpresa los cubre de heridas;
su misma lengua los lleva a la ruina,
y los que lo ven menean la cabeza.
Todo el mundo se atemoriza,
proclama la obra de Dios
y medita sus acciones.
El justo se alegra con el Señor,
se refugia en él,
y se felicitan los rectos de corazón.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 Para mí la vida es Cristo, y la muerte una
ganancia; líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo.
Ant. 3 Señor, si eres tú, mándame ir por encima del agua hasta donde estás.
-Salmo 96-
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas inumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sotienen su trono.
Delante de él avanza fuego
abrasando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.
Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.
Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.
Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;
porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.
El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.
Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Señor, si eres tú, mándame ir por encima del agua hasta donde estás.
VERSÍCULO
V. La palabra del Señor permanece eternamente.
R. Y ésta es la Buena Noticia anunciada a vosotros.
PRIMERA LECTURA
De la carta del apóstol san Pablo
a los Calatas
1, 15—2, 10
Hermanos: Cuando aquel que me eligió desde el seno
de mi madre me llamó por su gracia y tuvo a bien re-
velarme a su Hijo para que lo anunciara a los gentiles,
en seguida, sin pedir consejo a hombre alguno y sin
subir a Jerusalén para hablar con los que eran apóstoles
antes que yo, partí hacia Arabia, de donde luego volví
a Damasco. Tres años más tarde, subí a Jerusalén a vi-
sitar a Cefas, y estuve con él quince días. No vi a nin-
guno otro de los apóstoles, fuera de Santiago, el her-
mano del Señor. Por el Dios que me está viendo, que no
miento en lo que os escribo.
Después vine a las regiones de Siria y de Cilicia, pero
las Iglesias de Judea, que están en Cristo, no me cono-
cían personalmente. Sólo oían decir: «El que antaño nos
perseguía ahora va anunciando la Buena Nueva de la fe,
que en otro tiempo quería destruir.» Y glorificaban a
Dios, reconociendo su obra en mí.
Luego, al cabo de catorce años, subí otra vez a Jeru-
salén con Bernabé, llevando también a Tito. Y subí por
motivo de una revelación. Les expuse el Evangelio que
predico entre los gentiles y traté en particular con los
más calificados, no fuera a ser que hubiese corrido en
vano.
Pues bien, ni siquiera a Tito, mi compañero, con todo
y que era griego, lo obligaron a circuncidarse. Y esto
a pesar de los intrusos, de los falsos hermanos, que
solapadamente se habían infiltrado, para espiar artera-
mente la libertad de que gozamos en Cristo Jesús, y que
querían esclavizarnos. Pero nosotros ni por un momento
cedimos terreno para someternos a ellos, a fin de salva-
guardar firmemente para vosotros la verdad del Evan-
gelio.
Las personas de más consideración —nada me inte-
resa lo que hubieran sido antes, pues en Dios no hay
acepción de personas— no me impusieron ninguna nue-
va obligación.
Al contrario, reconocieron que yo había recibido la
misión de predicar el Evangelio a los gentiles, como
Pedro la de predicarlo a los judíos; porque aquel que
dio poder a Pedro para ejercer el apostolado entre los
judíos me lo dio a mí para ejercerlo entre los gentiles.
De este modo reconocieron que Dios me había dado esa
gracia. Y Santiago, Cefas y Juan, los considerados como
columnas, nos dieron la mano a Bernabé y a mí en
señal de comunión y conformidad: nosotros nos dirigi-
ríamos a los gentiles, ellos a los judíos. Sólo nos pidie-
ron que nos acordásemos de los pobres, cosa que he
procurado yo cumplir con toda solicitud.
Responsorio
R. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Igle-
sia, y los poderes del infierno no la derrotarán; * yo
te daré las llaves del reino de los cielos.
V. Todo lo que atares sobre la tierra será atado en el
cielo, y todo lo que desatares sobre la tierra será
desatado en el cielo.
R. Yo te daré las llaves del reino de los cielos.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 295, 1-2. 4. 7-8: PL 38, 1348-1352)
ESTOS MÁRTIRES, EN SU PREDICACIÓN, DABAN TESTIMONIO DE LO QUE HABÍAN VISTO
El día de hoy es para nosotros sagrado, porque en él
celebramos el martirio de los santos apóstoles Pedro y
Pablo. No nos referimos, ciertamente, a unos mártires
desconocidos. A toda la tierra alcanza su pregón y hasta
los límites del orbe su lenguaje. Estos mártires, en su
predicación, daban testimonio de lo que habían visto y,
con un desinterés absoluto, dieron a conocer la verdad
hasta morir por ella.
San Pedro, el primero de los apóstoles, que amaba
ardientemente a Cristo, y que llegó a oír de él estas pa-
labras: Y yo te digo que tú eres Pedro. Él había dicho
antes: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Cristo
le replicó: «Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia. Sobre esta piedra edificaré
ésta misma fe que profesas. Sobre esta afirmación que
tú has hecho: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo,
edificaré mi Iglesia. Porque tú eres Pedro.» «Pedro» es
una palabra que se deriva de «piedra», y no al revés.
«Pedro» viene de «piedra», del mismo modo que «cris-
tiano» viene de «Cristo».
El Señor Jesús, antes de su pasión, como sabéis, eli-
gió a sus discípulos, a los que dio el nombre de após-
toles. Entre ellos, Pedro fue el único que representó la
totalidad de la Iglesia casi en todas partes. Por ello, en
cuanto que él solo representaba en su persona a la tota-
lidad de la Iglesia, pudo escuchar estas palabras: Yo
te daré las llaves del reino de los cielos. Porque estas
llaves las recibió no un hombre único, sino la Iglesia
única. De ahí la excelencia de la persona de Pedro, en
cuanto que él representaba la universalidad y la unidad
de la Iglesia, cuando se le dijo: Yo te entrego, tratándose
de algo que ha sido entregado a todos. Pues, para que
sepáis que la Iglesia ha recibido las llaves del reino de
los cielos, escuchad lo que el Señor dice en otro lugar a
todos sus apóstoles: Recibid el Espíritu Santo. Y a con-
tinuación: Quedan perdonados los pecados a quienes los
perdonéis; quedan retenidos a quienes los retengáis.
En este mismo sentido, el Señor, después de su resu-
rrección, encomendó también a Pedro sus ovejas para
que las apacentara. No es que él fuera el único de los
discípulos que tuviera el encargo de apacentar las ove-
jas del Señor; es que Cristo, por el hecho de referirse a
uno solo, quiso significar con ello la unidad de la Iglesia;
y, si se dirige a Pedro con preferencia a los demás, es
porque Pedro es el primero entre los apóstoles.
No te entristezcas, apóstol; responde una vez, respon-
de dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión
de amor, ya que por tres veces el temor venció tu pre-
sunción. Tres veces ha de ser desatado lo que por tres
veces habías ligado. Desata por el amor lo que habías
ligado por el temor.
A pesar de su debilidad, por primera, por segunda y
por tercera vez encomendó el Señor sus ovejas a Pedro.
En un solo día celebramos el martirio de los dos
apóstoles. Es que ambos eran en realidad una sola cosa,
aunque fueran martirizados en días diversos. Primero
lo fue Pedro, luego Pablo. Celebramos la fiesta del día
de hoy, sagrado para nosotros por la sangre de los após-
toles. Procuremos imitar su fe, su vida, sus trabajos, sus
sufrimientos, su testimonio y su doctrina.
Responsorio
R. Apóstol san Pablo, predicador de la verdad y maes-
tro de los gentiles, * verdaderamente que eres dig-
no de ser glorificado.
V. Por ti conocieron la gracia de Dios todas las na-
ciones.
R. Verdaderamente que eres digno de ser glorificado.
HIMNO FINAL / Te Deum
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos elegidos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor me acojo,
no quede yo nunca defraudado para siempre.
Oremos:
Dios nuestro, que nos llenas de santa alegría con
la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo,
haz que tu Iglesia se mantenga siempre fiel a las en-
señanzas de estos apóstoles, de quienes recibió el pri-
mer anuncio de la fe. Por nuestro Señor Jesucristo,
tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.